Un poco de historia, para comprender mejor y encontrar algunas respuestas a esa pregunta dramática que quedó formulada: ¿Cómo es posible que hayamos llegado a este estado de cosas?
El sistema de producción de bienes sufrió una profunda transformación a partir de la llamada Revolución industrial, que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra. Fue la respuesta técnica a un mercado en expansión mundial por la incorporación del sistema colonial, por lo cual la demanda creció en una medida tal que la producción artesanal no estaba en condiciones de satisfacer. La aparición primero de los talleres de producción, que abrirían el camino a las grandes fábricas, fueron la respuesta a la expansión capitalista. El mundo de comienzos del siglo XIX mostraba una profunda renovación que afectaría a la economía, a las relaciones sociales y a la política.
La conversión de gran cantidad de trabajadores rurales en operarios de las fábricas incorporó un nuevo actor social al panorama europeo: los proletarios ─ los que carecían de bienes─ palabra que caracterizaba a los obreros industriales de las ciudades. Las condiciones laborales fueron empeorando, el horario de trabajo de más de 14 horas diarias, seis días a la semana; los bajos salarios que se verificaban en las miserables condiciones de vida; todo ello fue creando un clima explosivo. La Europa del siglo XIX, como así también la de América del Norte ─recordar lo visto en columnas anteriores─ fue escenario de conflictos sociales como respuestas de las organizaciones sindicales en reclamo de mejoras.
Para tener una visión clara de esta época recomiendo ver la película italiana Los compañeros (1963) [disponible en /www.youtube.com/watch?v=IEQMadi-aIA].
Como resultado de estas luchas, y de las nuevas formas institucionales que se construían, los trabajadores fueron formando parte de nuevos partidos políticos: laboristas o socialdemócratas disputarían bancas en los congresos. Las luchas en las calles se trasladaron a los Parlamentos, cuyos resultados se plasmaron en una nueva concepción del derecho: el laboral. Las leyes sociales se interpusieron entre el capital y el trabajo reglamentando cantidad de horas de trabajo, las remuneraciones y las condiciones de seguridad de las fábricas, etc. La Iglesia de Roma acompañó estos movimientos con la publicación de una Encíclica, la Rerum novarum (1891), que analizaba lo que allí se denominó: la cuestión social.
El panorama social y político del mundo desarrollado había cambiado bastante, estos cambios se percibían en las condiciones sociales y políticas que comenzaban a conformar otro mundo, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Paralelamente a este proceso la explotación del trabajo se había trasladado también a las colonias y al resto de la periferia. Padeciendo allí, las enormes mayorías, la pobreza extrema, la miseria, el hambre, etc. Al terminar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), aprovechando las condiciones en que habían quedado algunas de las potencias mundiales, como resultado de las guerras, territorios de América, África y Asia emprendieron lo que se llamó el proceso de la descolonización y la emancipación.
En algunos de los países centrales de Occidente, ante el riesgo del avance del comunismo, se centralizó la intervención de la actividad económica por parte de los estados, implementando leyes de control de la rapacidad capitalista. Esto se conoció como el Estado Benefactor o Estado de Bienestar, cuya actividad reconstruyó la redistribución de las utilidades a través de impuestos al capital que se volcó en la protección social del trabajador. Este período fue conocido, según definición de los franceses, como los treinta años dorados (1945-1975).
Después de los años terribles de explotación despiadada del trabajo, tanto en las ciudades como en los campos, desde los comienzos del siglo XIX hasta finales de éste, la posguerra de 1945 ofreció un panorama social que llevó a muchos estudiosos a hablar de un capitalismo distribuidor de riquezas. La Iglesia de Roma se entusiasmó definiéndolo como un capitalismo con rostro humano.