Iniciamos, con esta columna, una nueva serie en la que vamos a incursionar en un terreno bastante desconocido para el ciudadano de a pie. La conciencia ciudadana conserva todavía conceptos, hábitos, creencias, ideologías, utopías, etc., que corresponden a una concepción de la política que nació en el siglo XIX y que, con sus variantes, siguió teniendo vigencia hasta finales de la década de los setenta. El mundo occidental y, en alguna medida el resto, sufrió a partir de entonces una especie de cataclismo socio-político sin que se percibieran con claridad las rajaduras profundas que sufrieron sus bases de sustentación. La democracia sostenida por la forma partido político se fue vaciando de contenido.
Este ciudadano de a pie padeció estas transformaciones sin clara conciencia de cuales terminarían siendo sus consecuencias. Se puede decir, sin riesgos de exagerar, que esa década representó una bisagra en la historia política de la sociedad moderna. Terminaba un período de posguerra en el que el Estado había asumido un papel de protección y servicio en beneficio de las clases medias y bajas, y comenzaba otro en el que las clases dominantes iniciaban el asalto a ese Estado para terminar con los beneficios conquistados. Ello se verificaría en una pausada pero brutal redistribución de los bienes producidos en beneficio de las clases pudientes.
Una frase comenzó a aparecer en informes, en investigaciones, en ponencias a Congresos académicos: “Cada vez hay más que tienen menos y menos que tienen más”. Esta frase llegó a sacudir a los Estados Unidos en una síntesis escalofriante que expresaba una población dividida entre un 1% que enfrentaba al 99% restante. No se trataba de un estudio estadístico sino en un modo político de llamar la atención sobre lo que estaba sucediendo allí. Mostraba una polarización de la sociedad globalizada como resultado del predominio del capital financiero. Un título aparecido en los medios internacionales Desigualdad aumenta a pasos agigantados debería haber estremecido a la mayoría de los habitantes del planeta y, sin embargo, sólo logró algunos comentarios. Era el anuncio de la investigación que había llevado a cabo Oxfam.org, ─una confederación internacional formada por 17 organizaciones nacionales no gubernamentales que realizan labores humanitarias en 90 países ─:
La desigualdad extrema en el mundo está alcanzando cotas insoportables. Actualmente, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del planeta. El poder y los privilegios se están utilizando para manipular el sistema económico y así ampliar la brecha, dejando sin esperanza a cientos de millones de personas pobres. El entramado mundial de paraísos fiscales permite que una minoría privilegiada oculte en ellos 7,6 billones de dólares. Para combatir con éxito la pobreza, es ineludible hacer frente a la crisis de desigualdad.
Es difícil evitar algunas preguntas que, a pesar de ello, aparecen muy poco: ¿cómo fue posible que sucediera esto? ¿cómo se paso, en el transcurso de una década, de un mundo con una distribución aceptable, aunque no había desaparecido la pobreza y la miseria, en el que dos terceras partes de él vivían de medianamente bien hacia muy bien? ¿qué mecanismos inhumanos llevaron adelante la tarea de semejantes despojos? ¿quiénes fueron los culpables de haber llegado a este estado de cosas? ¿por qué razón los despojados de sus derechos no reaccionaron?
Debo confesar que no creo poder responder, con cierta solvencia, a todos estos interrogantes pero me consideraría relativamente satisfecho si ellos lograran conmover a más personas, dado que la indiferencia es el mejor cómplice de este estado de cosas. De todos modos esta nueva serie de columnas intentarán arrojar alguna luz sobre esta terrible problemática.