Mirando al mundo – Pensarlo y comprenderlo Ricardo Vicente López – 22-6-16

Volvamos ahora sobre Domingo F. Sarmiento; no se lo puede estudiar ni entender si se lo separa del tiempo y de las condiciones políticas y culturales que le tocó enfrentar. Todo ello, por ser un hombre político práctico, no pudo evitar, lo que aparece en sus escritos, como profundas contradicciones. Debe destacarse que mucho de ello se debe a una enorme sinceridad, una sinceridad descarnada, que lo llevaba casi siempre a pasar por políticamente incorrecto: insultó a la oligarquía de su tiempo y, al mismo tiempo, pidió no ahorrar sangre de los mismos gauchos a los que, sin embargo llamaba “el soberano” y se obsesionaba en educar. Sarmiento fue todo eso y así debe ser tomado, sin parcializar su personalidad.

Su obra fundamental es el Facundo, en la que sintetiza en Facundo Quiroga (1788-1835), todos los males de la Argentina de aquel tiempo. A este importante caudillo, nacido en sus pagos y a quien él conoció en su juventud, lo elevó en su consideración a enemigo máximo. Por tal razón lo convirtió en uno  de los dos polos del problema argentino, como lo presentó en el subtítulo: “Civilización y Barbarie”. En diciembre de 1845, a sus 34 años, le envía al General José María Paz (1791-1854), un ejemplar de su obra cuyo título original fue: Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga. En la dedicatoria le decía:

Remito a su excelencia un ejemplar del Facundo, que he escrito con el objeto de preparar la revolución y preparar los espíritus… Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para  ayudar a destruir a un gobierno absurdo y preparar el camino de otro nuevo. (Destacados míos)

La importancia de la vida de ese caudillo radicaba en que se había convertido en modelo de gaucho. Facundo era el estereotipo del “atraso” esa presencia la hace evidente cuando la define como: la “sombra terrible de Facundo”:

¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento (…) Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires sin serlo él; por Rosas falso, corazón helado, espíritu calculador….

Facundo, a quien odia y admira a la vez, no lo presenta como una voluntad individual, sino como la “expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de sus preocupaciones y sus instintos”. Con estas palabras expresaba su programa político: vencer la barbarie para entronizar la civilización. Su obra fundamental, que ha sido considerada una de las piezas literarias más importantes de la Argentina, lo cual muestra el genio sarmientino, fue al mismo tiempo un programa político para emancipar a la Argentina del yugo de la ignorancia. La dicotomía civilización y barbarie recortaba el campo político y alrededor de ese eje se definía el gran problema de la Argentina.

Él, como muchos pensadores de su época, definía la civilización como la cultura de la ciudad: allí tenía vida lo que estaba en contacto con lo europeo es decir lo que en aquel tiempo se entendía como el progreso. Del otro lado, y enfrentando todo posibilidad de su realización, aparecía la barbarie, cuyo territorio excluyente era el campo, donde se concentraba el atraso, el indio y el gaucho. Así planteado el problema político no había otra salida para emprender el camino de los países cultos que eliminar al bárbaro. Lo expresaba, contradictoriamente, en un lenguaje bárbaro: “Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos sin poderlo remediar, una invencible repugnancia”.

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