Para continuar con el paralelo propuesto vamos a evitar detalles que nos desviarían de nuestro objetivo. Pero no podemos ignorar que cuando se habla de los Estados Unidos una parte importante de nuestra gente tiene una versión idealizada por la propaganda que hemos recibido desde, por lo menos, el final de la Segunda Guerra. El Departamento de Estado encargó a Hollywood que se ocupara de mostrar al mundo esa imagen. Nosotros hemos estado consumiendo todo ello con mucha ingenuidad. Así es como el país del Norte se convirtió, para muchos, en un lugar soñado para vivir. No sólo le Meca del cine lo hizo. Una parte de las universidades de más prestigio colaboraron en esa importante tarea política escribiendo una historia rosa del siglo XIX.
Tomando este diagnóstico del estado de la información recibida por tanta gente me voy a detener en esta, y algunas e las próximas columnas, en el análisis del siglo XIX y comienzos del XX Para tal tarea me voy a basar en un excelente libro, de un rebelde genial, que escribió La otra historia de los Estados Unidos. [Está disponible en https://humanidades2historia.files.wordpress.com/2012/08/la-otra-historia-de-ee-uu-howard-zinn.pdf]. El título es un desafío a un saber establecido por el establishment. Su autor es Howard Zinn (1922-2010) fue Profesor de la Universidad de Boston, en la cual accedió al título de Profesor Emérito; se convirtió en un referente de los derechos civiles y el movimiento antibélico en su país. Lo que me propongo mostrar es lo más importante de lo que nos cuenta respecto del siglo XIX, ocultado por la mayoría de los libros circulantes.
Una característica fundamental que ya se manifestaba, mencionada en la columna anterior, fue la vocación y la decisión de conquistar y someter todos aquellos territorios y poblaciones que consideraran necesarias para sus negocios. Para ello no escatimaron esfuerzos ni se privaron de los más terribles abusos e injusticias. Habiendo consolidado su dominio del territorio continental, uniendo los dos océanos, comenzó la conquista de ultramar hacia el pacífico y después hacia el mar Caribe.
Se diseñó para ello una campaña de publicidad acerca de la necesidad y el derecho que tenía los EEUU de extender sus fronteras para asegurar su desarrollo. Voy a citar algunos párrafos de este libro para darnos una idea de ese fenómeno:
Entre 1860 y 1910, el ejército estadounidense preparó el terreno – destruyendo los poblados indios de las Grandes Llanuras-, para que los ferrocarriles llegaran y se adueñaran de las mejores tierras. Después llegaron los granjeros para apoderarse de lo que quedaba. Entre 1860 a 1900, la población de Estados Unidos creció de 31 a 75 millones de habitantes. Las atestadas ciudades del este necesitaban comida y el número de granjas aumentó de 2 a 6 millones.
Pero los más beneficiados de esas campañas no fueron los granjeros. Lo que sigue es la demostración de que la elite financiera tenía –y tiene todavía– una gran tradición de poder:
El gobierno estaba ayudando a los banqueros y perjudicando a los granjeros, mantenía invariable la cantidad de dinero -basada en los suministros de oro- mientras que la población iba en aumento, de modo que cada vez había menos dinero en circulación. El granjero tenía que saldar sus deudas en dólares, que cada vez eran más difíciles de conseguir. Wall Street ya controlaba el país. No es un gobierno de la gente, por la gente y para la gente [Abraham Lincoln], sino un gobierno de Wall Street, por Wall Street y para Wall Street. Decían los granjeros: “Nosotros no pagaremos nuestras deudas a los tiburones de las compañías prestamistas, hasta que el gobierno nos pague sus deudas.
Las décadas finales del siglo XIX presentaban un escenario de conflictos sociales de difícil pronóstico. En lo que sigue aparece claramente el modo de pensar de los dirigentes políticos:
En 1897, Theodore Roosevelt [sería el próximo presidente] escribía a un amigo «En estricta confidencia, agradecería casi cualquier guerra, pues creo que este país necesita una». La severa depresión que comenzó en 1893 fortaleció una idea que se estaba desarrollando en la élite política y financiera del país: que los mercados extranjeros para las mercancías americanas aliviarían el problema del bajo consumo del país y evitarían las crisis económicas que produjo la lucha de clases en la década de 1890.
Así pues, la única solución que se les ocurría ante la severa crisis era una aventura en el extranjero. Dice Zinn: “Probablemente, esto no era un plan consciente para la mayor parte de la élite, sino un desarrollo natural de las similares formas de actuar del capitalismo y el nacionalismo”.