Un aspecto del análisis político y económico de los procesos de crecimiento, no muy tenido en cuenta, es la composición de la población del país estudiado. El continente americano fue, durante más de dos siglos, el destino elegido por una gran cantidad de gente. Europa fue un territorio que expulsó, por diversas razones, a sus habitantes que pensaban en América como la promesa de una vida mejor. Para seguir pensando el tema que nos hemos propuesto detengámonos un momento en el aspecto demográfico.
Para aportar un poco más de claridad propongo un juego de espejos entre los Estados Unidos y la Argentina de fines del siglo XIX, con el objeto de comprender las diferencias de los procesos históricos y, consecuentemente, la diversidad de las miradas a que dan lugar. Veamos.
Los Padres Fundadores pensaron un ordenamiento institucional para los Estados Unidos, recientemente independizado de Gran Bretaña en 1783. La Constitución de los Estados Unidos fue aprobada en 1787. El territorio que les pertenecía entonces era de alrededor de un millón de kilómetros cuadrados, poco más del que tenían las Trece Colonias originarias, y su población llegaba a los 2,6 millones de habitantes. El pensamiento de aquellos hombres políticos estaba centrado en el problema de darles un orden institucional a ese territorio y a esa dimensión poblacional. Si nos trasladamos a fines del siglo XIX, período que estamos analizando, la población estadounidense ya alcanzaba los 75 millones, de los cuales casi un 40% eran inmigrantes. El territorio que poseían era de 9,5 millones de kilómetros cuadrados. Estas cifras nos permiten tomar conciencia de la dimensión del tema que enfrentamos.
Para establecer un paralelo con la Argentina de esa época, que enfrentaba problemas similares aunque de una dimensión muy inferior, revisemos las cifras argentinas de ese tiempo. La población de Argentina llegaba a 4,1 millones en un territorio de 2,8 millones de kilómetros cuadrados. Una rápida comparación nos habla de una relación con el país del Norte de uno a veinte, es decir EEU tenía casi veinte veces nuestra población y de una relación de uno a tres respecto del territorio ocupado. La densidad de la población de los EEUU era de 75 habitantes por kilómetro cuadrado y la de la Argentina de 13.
Estas comparaciones vienen a cuento dado que sobre fines del siglo XIX Domingo F. Sarmiento (1811-1888) viajó a los EEUU: «En mayo de 1865 Sarmiento llegó a los Estados Unidos como ministro plenipotenciario y enviado extraordinario de la Argentina. Le da a su misión características personales previsibles: ir a las fuentes para recoger cuanto pueda ser aprovechable en el proceso civilizador de la Argentina. Recorrió el país y se interesó por toda la organización, conoció a científicos y filósofos y escribió Las escuelas: base de la prosperidad y de la república en los Estados Unidos»
Por lo tanto, el paralelo que estoy estableciendo me permitirá comparar las diferencias de diagnóstico de dos importantes intelectuales, el mencionado argentino y un estadounidense Walter Lippmann (1889-1974). Ambos se plantearon el problema de la educación de sus respectivos pueblos, pero ellos enfrentaban situaciones sociales, políticas y económicas diferentes. Ello condicionaría sus respectivos diagnósticos y las propuestas que elaboraron para sus respectivos países.
Los Estados Unidos habían terminado recientemente la Guerra Civil estadounidense (1861-1865) y estaban atravesando un difícil proceso de pacificación, dejando un sur con heridas profundas por la derrota y un norte triunfador que tenía que avanzar en la difícil unificación de un inmenso territorio.
Argentina atravesó un período conflictivo similar que se cerró en 1852 con la Batalla de Caseros y que se consolidó en la década del ’80, con la llegada al poder de la denominada Generación del 80 como se conoce a la élite gobernante de la República Argentina durante el crucial período de la República Conservadora (1880–1916) que dividió más el país entre pocos ricos y muchos pobres.