Si tomamos la función del periodismo como tema de reflexión, tomando como base lo dicho en la columna anterior, debemos ahora agregar algunas otras consideraciones para avanzar sobre el tema que anuncia el título de esta columna. El mirar el mundo, que aparece como una tarea sencilla, tiene múltiples complejidades que no aparecen ante una primera mirada. Lo primero que debemos tener en cuenta es que el mundo no está ante nuestra mirada como un objeto simple que queda espontáneamente definido ante nuestros ojos. Mirar supone una actividad que exige ciertas destrezas, el ocultamiento de estas dificultades tiene como objeto hacer creer que lo que nos muestran los medios de comunicación es todo, o al menos lo más importante, de lo que sucede.
Debemos detenernos ante una cuestión que puede pasar por obvia pero que tiene sus vericuetos. La Academia de la Lengua nos dice: «Obvio: que se encuentra o pone delante de los ojos; muy claro o que no tiene dificultad». Vamos a ver que el tema tiene sus claroscuros.
Comencemos por cómo define la Academia, el ver: «Percibir con los ojos algo mediante la acción de la luz», dice que es una actitud sencilla e ingenua; en cambio mirar: «Dirigir la vista a un objeto; observar; revisar, registrar; tener en cuenta, atender», el simple ver ahora se transforma ahora, con el mirar, en una actitud interrogativa que debe responder a la diversidad de posibles preguntas implícitas respecto de lo que se está mirando. En el primer caso, el ver, pareciera ser una actitud pasiva, contemplativa, que acepta lo existente como tal; en el segundo, el mirar, contiene la exigencia de querer saber más. Ver pueden hacerlo muchas formas de vida animal, en cambio mirar, en el sentido aquí definido, es una capacidad específicamente humana.
Cuanto mejor miramos más humano somos. Además el mirar exige una educación especializada de acuerdo a las diversas ocupaciones del hombre. Ante el mismo bosque, el pintor mira la enorme variabilidad de los colores, los reflejos de la luz, los claros y los oscuros, los matices según la hora del día; el ingeniero agrónomo mira la diversidad de especies, el estado de ellas, su nivel de crecimiento; el poeta convertirá en palabras y metáforas las sensaciones que percibe; el músico detectará las melodías que los sonidos naturales le trasmiten. Ramón de Campoamor (1817-1901) confirma esta variedad de modalidades del mirar: «todo es según el color / del cristal con que se mira». La mirada está siempre condicionada por ese cristal, metáfora de nuestros diversos modos de ser y pensar.
Se sigue de esto que de nuestra forma de mirar depende los conocimientos que encontremos. Pero ¿qué es conocer? Escuchemos qué nos dice la Academia: «Conocer es percibir el objeto como distinto de todo lo que no es él». Expresa la posibilidad de diferenciarlo dentro de un mundo lleno de objetos (materiales o vivos). Habiendo conocido el objeto estudiado el paso posterior es explicar las relaciones posibles con su entorno, es una interpretación: «Interpretar es explicar o declarar el sentido de algo, concebir, ordenar, expresar de un modo personal la realidad». En cada uno de los matices que enuncian estas palabras debemos rescatar diferencias muy importantes que debemos guardar para el tema propuesto: pensar el mundo. Entonces: mirar el mundo no es ver el mundo.
No podemos olvidar que el mundo que miramos está en perpetuo cambio. El viejo sabio griego Heráclito (535-484 a. C.) decía que el tiempo es como un río, fluye constantemente, por tal razón podía afirmar que «Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río», puesto que el fluir del tiempo se hace sentir en el cambio del mundo: «cambia, todo cambia» cantaba Mercedes Sosa, y cambia sin cesar. Esto nos incluye a todos nosotros, somos constantemente cambio, aunque nos pueda angustiar la vejez. Sin embargo, el cambio puede significar también aportar mejoras y madurez.