Pensar el mundo es una tarea que presenta múltiples dificultades. Pero es, al mismo tiempo, una necesidad insoslayable para comprender lo que sucede alrededor nuestro − nuestro barrio, nuestra provincia, nuestro país, nuestro continente −. Un profundo escritor, como el ruso León Tolstoi (1828-1910) dijo, en una síntesis maravillosa: «Pinta tu aldea y pintarás el mundo». Creo que debe interpretarse como lo más inmediato y cotidiano en la vida humana, si sabemos mirarla, si miramos más allá de la superficie, nos encontraremos con lo fundamental de los valores humanos.
Dije si sabemos mirarla y la mirada se dirigía a la propia aldea. Esto nos enfrenta a un viejo tema de la filosofía que se ha preguntado por durante siglos: ¿qué es saber? ¿qué es conocer? Pero hoy, en tiempos de la globalización, las respuestas posibles deben incorporar al análisis las consecuencias de la mediatización –la presencia de los medios− a la que se ve sometida la palabra que circula por los medios masivos. Ha quedado en un pasado irrecuperable aquella vida de las pequeñas comunidades – la propia aldea−, en la que todos se conocían y lo que sucedía era comentado cara a cara. Los hechos y su comunicación no requerían de dispositivos comunicacionales. No debe ser entendido esto como la expresión de una melancolía por aquellos buenos tiempos. Es, simplemente una condición social moderna que no debemos soslayar.
La Revolución Industrial del siglo XVIII en Inglaterra dio comienzo a una nueva estructuración social: los grandes aglomerados poblacionales. La condición de vecino de pueblo se fue transformando en ciudadano cuasi anónimo de las grandes urbes. El conocimiento de los hechos cotidianos fue comunicado por el periódico, la radio y la televisión. Equivale a decir: entre el hecho nuevo y su conocimiento de parte del ciudadano se interpone una estructura dedicada a la información: a esto se lo denominó la mediatización, lo que se colocó en el medio.
Las viejas cuestiones mencionadas, ¿qué es saber? ¿qué es conocer? deben incorporar hoy la aparición de este nuevo instrumento técnico. Hoy se sabe y se conoce de acuerdo a lo que nos cuentan las personas que se encargan de esa tarea: los periodistas. Partamos de la mejor opinión posible que tengamos de ellos, no pueden evitar que lo que cuentan esté influido por su modo de pensar. Ellos seleccionarán de la cantidad casi infinitas de hechos diarios aquello que, su experiencia profesional, les indique que es noticia.
Nos enfrentamos a una nueva pregunta que no se hicieron los hombres de siglos atrás: ¿qué es noticia? Una respuesta clásica nos ofreció William M. Aitken (1879-1964): «Si un perro muerde a un hombre, no es noticia, si un hombre muerde a un perro, sí». Si bien esto está dicho con fino humor inglés, no por ello deja de revelar un criterio básico del periodismo.
La claridad de su enunciado nos permite comprender que quien está seleccionando, dentro de la acumulación de hechos cotidianos, dejará de lado muchas mordidas de perro – que nunca conoceremos− hasta encontrar la mordida de un hombre – que será noticia−. La esencia de la profesión de un buen periodista es saber detectar aquella mordida que publicará. La existencia necesaria de una selección nos está diciendo que se ponen en juego los criterios, valores, juicios, gustos, opiniones de quien selecciona. Con la mayor buena voluntad e intención no podrá evitar que lo que publica sea lo que él cree que se debe publicar. El periodista media entre los hechos y el público que se informa.
Entonces, debiéramos tomar en cuenta que nuestro conocimiento está condicionado por la agenda de los medios y por el modo y la calidad de lo que ellos hagan. En otras palabras ya no podemos pintar nuestra propia aldea hoy la pintan otros por nosotros.