Ricardo Vicente López – 25-11-15
En una columna anterior (11-11-15) dejé planteado el concepto fenómeno como problema, es decir algo sobre lo cual merece detenerse a pensar, porque desnuda la intención –consciente o no− de su utilización. Según la Academia es:
Manifestación de una actividad que se produce en la naturaleza y se percibe a través de los sentidos. Toda manifestación que se hace presente a la consciencia de un sujeto y aparece como objeto de su percepción. Cosa extraordinaria y sorprendente: un fenómeno físico; fenómenos eléctricos; las borrascas, anticiclones, lluvias, etc., son fenómenos meteorológicos.
No deja de sorprender que la etimología de la palabra fenómeno esté relacionada con la palabra fantasma del mismo origen. Sobre ésta agrega la Academia:
Imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía. Visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación.
De lo que se desprende que ambas palabras se refieren a un suceso que excluye la participación voluntaria de la persona, con excepción de su posible carácter de espectador u observador, y que por sus propias características escapa a la posibilidad de tener de ello una explicación racional. En el caso de fenómeno la definición habla de «cosa extraordinaria y sorprendente… y aparece como objeto de su percepción». El sujeto dice que “ha visto” «algo que aparece como objeto de su percepción; en el segundo caso se dice de una «visión quimérica como la que se da en los sueños». Lo importante para nuestra reflexión es que esas definiciones no son ni casuales ni neutras.
Las definiciones leídas encajan a la perfección dentro del cuadro de la economía neoclásica, aquella que se refiere al mercado como un mecanismo autónomo y autosuficiente, en el que opera “una mano invisible”. Equivale a decir que las voluntades y deseos de las personas que concurren al mercado y se enfrentan en ese juego, aparentemente extraño, con reminiscencias metafísicas o teológicas– la mano invisible que opera sobre la oferta y la demanda− deben aceptar que sus propósitos quedan anulados y superados por una resolución ajena y mágica. Las presentaciones bibliográficas, utilizadas en el ámbito educativo, respecto de la globalización como fenómeno, están dentro de lo que acabamos de leer.
Paralelamente al tratamiento que los economistas y financistas han dado al tema de la globalización, las diversas investigaciones entre los historiadores permiten poder pensar todo ello desde una mirada diferente. Un muy respetado profesor estadounidense, el Doctor Immanuel Wallerstein (1930), sociólogo y científico social histórico, licenciado y doctorado por la en la Universidad de Columbia y Director del centro Fernand Braudel de Nueva York, presentó un monumental trabajo que tituló El moderno sistema mundial (1975), con ello incorporó a la investigación histórica una nueva categoría de análisis que revolucionó el modo de pensar la historia del mundo occidental.
En una entrevista que le realizara el Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires, periodista económico, Néstor Restivo, cuyo título adelanta el pensamiento de ese notable investigador: Este sistema no sobrevivirá cincuenta años (17-3-2002), van apareciendo definiciones que salen al cruce del monótono discurso que aparecen en los medios de comunicación y en las aulas universitarias. Vamos a ir leyéndolas:
Esta globalización es pura retórica, nada agrega a un desarrollo sistémico iniciado en el siglo XVII. Se usa para hacer creer que no hay alternativa al neoliberalismo y para barrer cualquier traba al gran capital. Este sistema ya lleva 400 años, pero no es previsible que sobreviva en los próximos 50 años. Caerá como todo sistema histórico y ya asistimos a una transición que se hará cada vez más caótica.
Se puede percibir la diferencia que existe entre el modo en que hablan los economistas y como habla un investigador de la historia. Lo propone este investigador es dejar de lado el estrecho campo de las investigaciones económicas, la cortedad de los tiempos que abarcan, de allí la limitación de sus pronósticos que son corregidos la semana siguiente, frente a un planteo que está abarcando más de cinco siglos. Desde esta otra óptica la pantalla se agranda, se proyecta hacia el pasado y hacia el futuro lo cual posibilita una comprensión más clara y profunda de la historia mundial:
Como demostré en mi trabajo de 1975, el capitalismo, el sistema mundial moderno, se desplegó desde el siglo XVII. No acepto la idea imperante de globalización -que intentó cooptar nuestros debates sobre lo que llamamos globality- pues implicaría algo nuevo y diferente. No es verdad. Las redes mundiales más desarrolladas ya eran normales en la forma que asumió la producción global en 1600. Igual pasa con la concurrencia de capitales, propia del capitalismo desde siempre: la exigencia de fronteras más permeables se presentó desde el comienzo. Hay todavía muchos obstáculos a la libre circulación de capitales, bienes y, sobre todo, gente. Mi país [los Estados Unidos] primer portavoz de esta globalización, hace proteccionismo todos los días. Los aperturistas son más fuertes que hace 30 años, pero no que hace un siglo, antes de la Primera Guerra Mundial. Lo que hay son ciclos de apertura y clausura relativas.
Afirma, con argumentos sólidos que la globalización –también llamada por otros autores la mundialización− tiene su origen en el llamado Descubrimiento de América, que hemos analizado en columnas anteriores, a partir del cual la economía mundial se alteró de modo significativo. El Doctor Aldo Ferrer (1927) economista y político argentino, recibido y Profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) coincide con Wallerstein cuando señala que el actual proceso de globalización es parte de un proceso mayor iniciado en 1492 con la conquista y colonización de gran parte del mundo por parte de Europa:
La globalización no es un fenómeno reciente: tiene, exactamente, una antigüedad de cinco siglos. En la última década del siglo XV, el desembarco de Cristóbal Colón en Guanahaní y el de Vasco da Gama en Calicut culminaron la expansión de ultramar de los pueblos cristianos de Europa, promovida, desde comienzos de la misma centuria, por el Infante portugués Enrique el Navegante. Bajo el liderazgo de las potencias atlánticas, España y Portugal, primero y, poco después, Gran Bretaña, Francia y Holanda, se formó entonces el primer sistema internacional de alcance planetario.