El conflicto entre el humanismo cristiano y la razón moderna

Ricardo Vicente López

El ataque a la fe, iniciado por los hombres de la Ilustración, ha sido de una gran utilidad para el fortalecimiento de la tradición cristiana en sus fundamentos filosóficos. Ha permitido ver con más claridad cuanto de lo que pasaba por ser fe no era más que adecuación histórico-política a valores temporales, sobre todo de la burguesía dominante. Ha permitido, a partir de los Concilios: Vaticano II (octubre de 1962), y en América Medellín (septiembre de 1968) y Puebla (Marzo de 1979), defender un saber sobre la persona humana, que no es neutro ni descomprometido, que se fundamenta en su opción preferencial por el pobre y desde allí, desde esa fe, puede pensar y asumir los aportes de las Ciencias Sociales.

No exhiben razones valederas esas ciencias para contraponerse a la fe, la deben servir, alimentar, dialogar críticamente con ella, para confirmar la esperanza inclaudicable en un mañana mejor para “promover a todos los hombres y a todo el hombre”, según el decir de Pablo VI, en Populorum Progressio (marzo de 1967). Esto permitirá, entonces, enfrentar a todo aquello que se presenta como un saber científico pretendidamente neutro sobre el hombre, pero que, en realidad, no es más que la justificación del orden burgués imperante, aportando un conocimiento empobrecido. La tradición judeocristiana  aporta la firmeza de estar apoyada en las certezas de la sabiduría milenaria judeocristiana que, para nosotros, los hombres de América, ha rebrotado con la fuerza que le ha dado una tierra fortalecida y abonada por la esperanza.

«América es el continente de la esperanza» dijo Pablo VI, muy poco antes de Puebla, y en esta afirmación debemos encontrar un sólido cimiento sobre el cual construir nuestra verdad sobre el hombre. Porque en este abanico de verdades que abre la posmodernidad, al quedar cuestionada la verdad de la ciencia moderna, hija de la Razón eurocéntrica, como única, aparece con más claridad que la verdad sobre el hombre es para nosotros “un camino” que ya transitara:  Aquel que era además la Verdad y la Vida.

La ciencia moderna es producto de una epistemología, que se fue construyendo lentamente sobre los éxitos de la ciencia físico-matemática; que encontró en Immanuel Kant [[1]] (1724-1804), filósofo prusiano de la Ilustración, su justificación metafísica a partir de su Crítica de la Razón Pura (1781). Desde entonces se postuló como el paradigma de todo saber científico. A partir de allí hubo una sola manera de ser ciencia aceptada por las academias, todo intento de avanzar sobre este terreno debió someterse, de buen grado o no, a ese paradigma. Las ciencias del hombre padecieron esta imposición y, aún los mejores intentos de romper esa camisa de fuerza, pagaron con un duro complejo de inferioridad en los proyectos que intentaban.

Creo que ya llegó la hora de declarar la Independencia del Conocimiento sobre lo humano, con mucha mayor razón ahora, en momentos en que la ciencia física está en una terrible crisis epistemológica, por el cuestionamiento que la cuántica le formula. Están dadas las condiciones para avanzar sobre este tembladeral epistemológico, aunque no totalmente asumido, al que se aferra el formalismo lógico para sobrevivir. Desde suelo americano, enraizado en una cultura que va mostrando una sólida madurez, producto de la asimilación de la milenaria vertiente judeo-cristiana y la antigua historia de las culturas originarias, podemos mostrar una síntesis que dio lugar a una nueva estirpe:

«América Latina forjó, en la confluencia a veces dolorosa, de las más diversas culturas y manera de ser humano, un nuevo mestizaje de etnias y formas de existencia, más el pensamiento sobre la gestación de esta nueva estirpe, superadas las duras separaciones anteriores».[[2]]

Puebla nos está señalando y recordando un hecho que ha pasado generalmente desapercibido, para nuestra intelectualidad y, con menores disculpas para los cristianos. Si el proyecto cultural de la Europa Moderna dio lugar a un pensamiento determinado, propio de su proyecto político, que engendró las bases de toda la ciencia moderna ¿por qué América no tiene derecho a hacer lo mismo? ¿Acaso no es imprescindible, para que un pueblo sea lo que está destinado a ser, que forje las propias categorías de pensamiento desde las cuales poder pensar su relación con los hombres, con la naturaleza y con la meta-física (el más allá)? Mientras pensemos como europeos seremos incapaces de asumir las peculiaridades históricas de nuestro modo de ser. Mientras no estructuremos nuestro intelecto en la matriz de un pensamiento liberador (la filosofía de la liberación) sólo podremos vernos desde “los otros”.

«Frente a otros tantos humanismos, frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica y/o psíquica, la tradición cristiana tiene el derecho y el deber de proclamar su verdad sobre el hombre… [[3]]

Estamos ante el desafío de construir una ciencia sobre la base del humanismo cristiano. Esto puede generar, en mi opinión, prejuicios sólo en aquellos que no hayan meditado suficientemente sobre los temas planteados. Esta actitud no contiene imposiciones, sólo reclama el derecho de ser escuchada. Es una obligación intelectual entrar en este debate lo antes posible; es un deber ético avanzar sobre los postulados de una ciencia que coloque en el centro al hombre y es un compromiso ineludible, como cristianos, colocar esa ciencia al servicio de la liberación integral. Porque sólo “La Verdad os hará libres”.

El conflicto epistemológico de los discursos científicos

                                                   Nos equivocaríamos si redujéramos el significado del mercado

  a su dimensión económica; en él solo se reconoce el emblema

                                                             de la libertad individual y de las instituciones de libre adhesión; no es el símbolo de las virtualidades democráticas.

                                                                                      Frente Zapatista de Liberación Nacional

I.- Planteo del problema

El alumno que ingresa en alguna de nuestras facultades de ciencias económicas debe enfrentarse a una serie de discursos cruzados en los que radica el intento de hacerle comprender la dimensión económica de la vida social. Estos discursos lo aproximan a un tipo de pensamiento que contrasta con las intuiciones que trae de su visión cotidiana del funcionamiento de la economía y de los conflictos sociales que la acompañan. Queda así planteada la dificultad que este alumno debe afrontar, que se irá resolviendo, a lo largo de su carrera, con un paulatino alejamiento de su comprensión inicial, ingenua y acientífica.

Este alejamiento le permitirá analizar, con categorías intelectuales, problemas económicos desde la óptica de los economistas, pero no podrá avanzar en el conocimiento de la realidad económica histórica en la que está inserto. Por tal razón, su discurso adquirirá el grado de abstracción necesario para el ejercicio de su profesión, pero inútil para comprender o explicar la realidad que lo rodea, ni para aventurar hipótesis sobre la marcha futura de los sucesos económicos. Debemos agregar a ello que el estudio de la realidad social, en los casos en que éste se realice, lo coloca frente a las consecuencias que ha evidenciado el correr del siglo XX y del actual, sobre todo a partir de la década del setenta, con el avance de la pobreza y la exclusión social, que sólo encuentra como respuesta la reiterada aplicación de recetas que podría él intuir como la causa de lo mismo que intenta solucionar.

Las ciencias sociales, a partir de sus estudios de campo, arrojan la descripción de un panorama en el que abundan las diferentes facetas en que se expresa el conflicto social: las ya mencionadas de la pobreza y la exclusión, más el avance de la delincuencia y su correlato la inseguridad social, la anomia social y la incertidumbre respecto del futuro; además la expresión en la apatía juvenil, el desprestigio de la política por el debilitamiento de su capacidad de operar sobre la realidad, la pérdida creciente de puestos de trabajo y su repercusión en el seno familiar, etc.

Esta problemática pareciera totalmente ajena a los procesos económicos, según el modo de su tratamiento en el ámbito del pensamiento económico ortodoxo. Pero la sociología, la antropología social, la psicología, la misma medicina, cada vez remiten más a causas económicas el origen de esos fenómenos, y el estudiante no encuentra en su especificidad respuestas satisfactorias de su ciencia. Esto lo lleva hacia dos actitudes: a) se encierra en el discurso de su ciencia y protegido por la ortodoxia declara que no son temas de la economía o, b) comienza a dudar de lo que recibe como enseñanza y entra en crisis con su carrera (habría que estudiar cuánto de ello influye en la deserción universitaria). Enfrentar el conflicto entre lógicas discursivas es una tarea que deberían asumir todos los estudiantes, cuya negación se refleja en el grado de perplejidad con el cual reciben los razonamientos de las otras ciencias sociales.

La historia del alejamiento de lo social

El sometimiento que ha padecido la economía por el rigor matemático que ha adquirido, por el  abandono de su estructura clásica (Smith, Ricardo, Marx), se  presenta contradictorio con su ubicación dentro del campo de las ciencias sociales por la perseverancia con que intenta reivindicar su condición de tal. La contradicción que de allí emerge es la consecuencia de un largo proceso de des-historización al que se vio sometido el pensamiento económico. Las raíces de todo ello deberán buscarse en la distancia que ha tomado respecto de las condiciones históricas y de su desprendimiento de su condición de ciencia política en sus inicios.

Parapetados tras la complejidad hermética de las leyes económicas, que “los profanos” no alcanzaremos a entender ni a aceptar jamás, los economistas hacen oídos sordos a quienes desde su misma comunidad científica les descubren las falacias de las ciencias económicas, e ignoran a quienes desde otras disciplinas denuncian sus límites epistemológicos. Ellos proponen una nueva y más equilibrada visión de la economía o simple y llanamente hablan de alternativas al capitalismo,único modelo socioeconómico que se presenta, en los hechos, como digno de ser estudiado.

Desde fines del siglo XIX y principios del XX –Marshall y Pareto– pretenden construir una ciencia semejante en rigor y matematización como la Física: suprimen las personas, las instituciones y lo que queda es las relaciones entre variables matemáticas, en abstracto. Introducen el cálculo infinitesimal, que exige que todos los procesos sean continuos. Esta modelización matemática obliga a eliminar la flexibilidad e imprevisibilidad del comportamiento humano, por lo que se impondrán ideas que son cimientos de la teoría económica tal como ha sido entendida hasta no hace tanto tiempo: la idea del comportamiento racional de los consumidores, las preferencias transitivas, la racionalidad en el análisis de la información (que se supone de libre acceso) en la búsqueda del beneficio, etc. Se postula la ley de los rendimientos decrecientes, que ignora las economías de escala. Hoy, en la era de las multinacionales.

El economista coreano Jung‑Mo‑Sung (1957) [[4]] realiza una crítica de los presupuestos metafísicos de la ciencia económica vigente. Sostiene este pensador, con fina agudeza:

«La mayor dificultad que envuelve el pensamiento económico actual es el escamoteo del carácter íntimamente humano de lo que podríamos llamar la dimensión económica de la vida. Reduce esta ciencia a un presunto cálculo neutral del uso de recursos escasos en abstracto, que en realidad, oculta un poderoso mensaje ideológico de justificación de una determinada estructura social injusta e inequitativa: la capitalista».

El maridaje que se ha entrelazado entre ciencia económica y sistema capitalista hace imposible superar los límites ideológicos que traban el desenvolvimiento libre de esta ciencia. La necesidad de arrojar al trasto los supuestos de la economía, aquellos supuestos que “son irrelevantes” según Milton Friedman [[5]] (1912-2006), permite no hablar del de supuesto del sistema capitalista que queda oculto en su carácter de tal.

La fragmentación de lo social, que no es obra exclusiva de la economía sino una  dificultad que comparte con las demás ciencias sociales, es el telón de fondo de esta problemática. Ignacio Ellacuría [[6]] (1930-1989) en su libro Filosofía de la Realidad Histórica, avanza en consideraciones sobre “la unidad real del todo”. Sostiene la necesidad de abordar el estudio de la realidad como una unidad epistemológica, tarea asignada a la filosofía, pero que no debe ser ignorada por ninguna de las ciencias sociales.

Esta apoyatura en una filosofía que propone abiertamente el reconocimiento de dicha unidad permitiría a todas las ciencias sociales avanzar en sus fragmentos, ahora reconocidos como partes de un todo mayor. Este reconocimiento permitiría a cada una de las ciencias no tener que soslayar la mención de los supuestos en los que se apoya. Pero, al mismo tiempo obligaría, en el caso de la economía, a no desestimar la incidencia y las consecuencias sociales de los modos de abordar los estrictamente económicos. Por ello afirma:

«Para ser más estrictos y rigurosos, no puede tratarse a la naturaleza sin referirse a la historia, ni al hombre sin referirse a la sociedad, y recíprocamente no puede hablarse de la historia sin referirse a la naturaleza, de la sociedad sin referirse al hombre… La filosofía debe tratar de todas las cosas sólo en tanto y en cuanto todas ellas forman un todo. Este sería su primer y radical objeto formal. La unidad de este saber estaría en la búsqueda del todo de todas las cosas [[7]].

Amigo lector, este texto ha adquirido un sesgo demasiado académico, le pido perdón por ello; debo decirle que el problema es de una importancia tal que es imprescindible sacarlo del círculo cerrado de los especialistas, cuya actitud de soberbia científica impide la divulgación necesaria para que todo ciudadano se vaya acercando a este tipo de temas que desnudan lo que, con conciencia o sin ella del problema, posibilitan la permanencia de un áurea resplandeciente que oculta las verdades fundamentales.


[1] Fue el primero y más importante representante del criticismo y precursor del idealismo alemán. Es considerado como uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal.

[2] Documento de Puebla. Oficina del Libro. Conf. Episcopal Argentina. 1993. pág. 57.

[3] Documento de Puebla,  op. cit. Discurso inaugural de Juan Pablo II. pág. 9.

[4] Teólogo, escritor y conferencista laico católico romano capacitado en teología, ética y educación. Nació en Corea del Sur y se crió en Brasil, donde vive hoy.

[5] Economista, estadístico y académico estadounidense, ganador del Premio Nobel de Economía de 1976 y una de las principales figuras y referentes del liberalismo.

[6][6] Fue un filósofo, escritor y teólogo jesuita español, naturalizado salvadoreño, asesinado por militares salvadoreños durante la guerra civil.​​

[7] Ellacuría, Ignacio, Filosofía de la realidad histórica, Editorial Trotta, 1991, pág. 18.

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