Ricardo Vicente López
Número II.- Conceptos, definiciones y sus usos
Las palabras que nos acompañan, y con las cuales nos comunicamos a lo largo de nuestras vidas, son tan íntimas, tan cotidianas, tan sumisas, que pasan inadvertidas y no las consideramos como temas para investigar; nos parecería una tontería estar dudando de nosotros mismos, en nuestro fuero más íntimo. Nuestro idioma, el conjunto de palabras y expresiones coloquiales, con las cuales nos comunicamos, son las mensajeras de lo mejor y de lo peor de lo que somos. Les otorgamos toda nuestra confianza, por tal razón les exigimos ser más fieles a nuestros pensamientos en nuestras expresiones. Esta reflexión puede parecer muy tonta o muy rebuscada. Fue planteada por uno de los más importantes filósofos argentinos, el Doctor Enrique Dussel (1934-2023) con estas palabras, que ruego sean leídas con mucha atención:
«Es siempre así, y ha sido siempre así, lo más habitual, lo que “llevamos puesto”, por ser cotidiano y vulgar, no llega nunca a ser objeto de nuestra preocupación…, es todo aquello que por ser aceptado por todos pareciera no existir, no las vemos; a tal grado es evidente que, por ello, por tan sabidas… no las sabe nadie. En un cierto modo, descubrir los últimos constitutivos del mundo que nos rodea, es ir al encuentro de un número limitado de “perogrulladas”, que significan, sin embargo, los últimos soportes de nuestras existencias».
Aparece aquí a la necesidad de analizar el uso coloquial las palabras, por ejemplo, de dos verbos: Ver y Mirar, su uso cotidiano ha deformado el significado de cada uno de ellos de este modo: del primero: ver, dice la Academia de la lengua: percibir algo por medio de la vista; del segundo: Mirar, dirigir la mirada atenta en una dirección determinada en la búsqueda de algo. Esto ha llevado a decir, erróneamente: “encendé la luz que no miro bien”; lo que va acompañado por: “voy al oculista porque no miro bien”… lo correcto es “no veo bien, aunque intento mirar bien”.
Otros dos verbos que caen en el mismo error son Oír y Escuchar. Volvamos a la Academia: «Oír es la acción de percibir los sonidos, o lo que alguien dice, con el oído; Oír consiste en la capacidad sensorial que tenemos para captar sonidos. Escuchar es prestar atención a lo que se oye. Un error habitual es decir “hablá más fuerte que no te escucho”, si no te escucho es que no estoy prestando atención, por lo tanto, por más que grites, no me enteraré de lo que se dice.
Las palabras son incorporadas a la descripción que hace Dussel. La utilización de vocablos que arrastran significaciones varias, debido a los usos, los tiempos y las culturas que las utilizan. Debemos empezar por el título del curso para que, quienes lo han elegido, puedan tener claro qué es lo que encontrarán. No es un curso académico de unos señores que hablan en difícil, para ello hay que dirigirse a las universidades. La propuesta no es ser filósofo sino aprender a filosofar, esto está al alcance de cualquier ciudadano de a pie que se lo proponga. No olvidar la afirmación de Gramsci, ese gran filósofo italiano, que vimos en el primer encuentro: filósofos somos todos… Para ello, una exigencia mínima, es utilizar correctamente cada palabra: equivale a valorarla en su justa medida. Lograremos comunicarnos mejor para una mejor relación con esos otros.
Una información curiosa:
¿Cuántas palabras cree, Ud. amigo lector, usamos los parlantes de la lengua castellana?
«De entre todas las palabras que posee el Diccionario de la Academia Española, así como todas aquellas que son utilizadas, pero no están recogidas, son una 93.000, nosotros usamos diariamente unas 300 palabras para las situaciones cotidianas. Cuando se dice esto la referencia son aquellas personas que poseen un nivel educativo básico. Sin embargo, una persona culta e informada usa sólo unas 500 palabras. En el caso de un escritor o periodista puede usar unas 3.000».
Detengámonos en esta palabra que nos convoca: filosofía, la Academia Española la define de este modo:
«La filosofía propiamente nace con los primeros pensadores griegos; según su etimología [[1]], significa el amor a la sabiduría (viene del griego filos: amor y sophia: sabiduría); se trata de la capacidad de definirlo todo, sin supuestos; conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano; reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo. Es, un modo del saber que pregunta por todo e intenta aproximarse a respuestas aceptables».
El otro concepto que presenta el título Ciudadano de a pie: ciudadano tiene una explicación más sencilla:
«Hace referencia al hombre de ciudad, concepto heredado de la Revolución francesa, explica la transformación de un individuo común en un miembro pleno de una comunidad, el que tiene los mismos derechos que los demás y las mismas oportunidades de influir en el destino de esa comunidad y los defiende. También supone el cumplimiento de una serie de deberes y obligaciones vinculados a esos derechos; el calificativo de a pie, refiere a una persona, ‘normal, sencilla, corriente’ y ‘que no tiene vehículo (aunque esta expresión ha quedado un tanto envejecida)».
Definiciones: Una palabra un poco más compleja, pero de utilización corriente: subjetividad es aquello que se basa en sentimientos personales como la intuición; no en la observación o razonamiento, que puede ser influenciado por ideas previas. Se aloja en lo más profundo de la persona en contraposición con el universo externo; es lo individual, lo personal, lo intrínseco, lo peculiar, propio e interior. Su origen exige la presencia de un otro (la madre) y se desarrolla en la vida en sociedad: desde el nacimiento, se va construyendo y reconstruyendo permanentemente, moldea nuestros cuerpos, mentes y relaciones sociales. Allí radica la marca que hace de cada persona un ser único e irrepetible; por tanto, valiosos en su unicidad. Entonces:
«El modo en que se construya la subjetividad de cada individuo, su conversión en persona, así como el modo en que se transita ese tiempo es, necesariamente, resultado de un proceso de construcción social. La subjetividad es un concepto exclusivamente humano».
Sintetiza la idea de que la naturaleza o el mundo, y nuestra forma de sentirlo dentro del espacio social, están constituidos esencialmente por las opiniones, creencias y saberes de cada persona. Entonces: esta entidad subjetiva de conocimiento fundamenta los códigos y usos que dan sentido a nuestra existencia. Por el contrario, el concepto de objetividad presupone que el mundo tiene una constitución propia que mantiene un margen de sentido e independencia frente a las valoraciones subjetivas.
La Modernidad, cuyo comienzo se puede ubicar en el siglo XVI, fue llevada como valor por la Europa conquistadora, y tiene, todavía, un final difuso. De allí emerge un modelo de sociedad caracterizado por el reconocimiento del individuo-persona, considerado como factor protagónico en la construcción de la realidad social; pero no cualquier individuo, sino aquel que se perfila como un Ser-racional capaz de superar los diferentes obstáculos como: la tradición opresiva, los dogmas religiosos, la ignorancia y la pobreza, entre otros, que impiden la construcción de la sociedad nueva según el modelo que propone la ilustración [[2]].
Este proceso de cambios busca homogeneizar la sociedad poniendo como modelo al hombre europeo, de clase media-alta, que se convirtió en el modelo de persona a educar. Da paso a la creación de individualidades (individualismo) y propone-impone que los hechos y objetos sean de conocimiento y apropiación universal. Entendiendo ese universalismo restrictivo –los pueblos de la periferia no responden a ese modelo– el modelo clasista, burgués de ese tiempo. Se considera la Modernidad, entonces, como un proceso que necesita una actualización permanente; según la filosofía, puede entenderse como un período histórico y un movimiento intelectual, posterior al renacimiento, que se caracterizó por una serie de cambios profundos en la forma de pensar y concebir el mundo.
Es el nombre de un movimiento cuyos antecedentes se encuentran en el siglo XV durante el Renacimiento europeo y que se consolidó en el siglo XVIII durante la Ilustración. La Modernidad se ha caracterizado, esencialmente, por «proponer=imponer” el paso de la tradición al cambio, llamado progreso, a través de la lógica y la razón. Se origina en la Europa central, para posteriormente (siglo XX) incorporar a los Estados Unidos de América. Pretende ser portadora de la «civilización: en cuyo nombre sometió a gran parte del mundo de la periferia».
[1] “Es el estudio del origen de las palabras, razón de su existencia y de su significación”.
[2] La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual europeo que tuvo lugar desde mediados del siglo XVIII hasta principios del siglo XIX, especialmente en Inglaterra, Francia y Alemania-