Les había contado que al pobre héroe porteño lo perseguían los malos. Y como ocurre en toda historieta, se decían de él todas cosas malas, inventadas, con el solo propósito, como es ya clásico, de desacreditarlo. Pero, como también es ya clásico, al final ganan los buenos. ¿O no? Sería un verdadero fracaso como héroe que perdiera. ¿Tanta mala suerte tendremos los argentinos? Ya sabíamos que el gaucho Martín Fierro no había terminado bien, pero era un gaucho y cómo va a ser un héroe triunfador en plena globalización, si no sabía meterse en Internet. De nuestro Capitán Marvel no se supo más nada, por lo tanto muy bien no le puede haber ido, porque si no la tele se hubiera ocupado de él como de un triunfador. Como se sabe en la tele están todos los triunfadores: Mirta, Susana,… en fin, no quiero resultar cargoso, todos los premiados por APTRA.
Volvamos a nuestro héroe. Resulta que todo comenzó como un juego, él repetía bromeando el consabido “Dígame Licenciado” y los que lo rodeaban le decían Licenciado siguiendo la broma, sin ninguna mala intención. Así fue pasando el tiempo y se acostumbró a que le digan Licenciado, sonaba bien y como todo era broma no se preocupó por aclararlo. Ya siendo mayorcito, por esas vueltas que tiene la política, fue a parar a un puesto de gobierno donde la broma siguió. Se convirtió en una costumbre tan cotidiana que él se confundió y comenzó a usarlo como parte de su nombre, pasó a llamarse el Licenciado Telerman sin más. Pero la gente, que sabe poco de estas cuestiones académicas, no se dio cuenta de que era una broma y se lo tomó en serio. Así fueron pasando los años y otra vuelta de la política lo lleva a posiciones más encumbradas… Y participó en programas de televisión, en actos públicos, firmó documentos oficiales como Licenciado, claro que siempre como broma. Muchas de esas veces, firmaba antes de que le colocaran el sello, y su secretaria poco avispada le ponía después ese sello debajo de su firma, pero él no se daba cuenta.
Pero nunca falta un buey corneta que percibe la falta y, tal vez, comprendiendo mal la prédica de la enviada del Señor, lo denunció. Tras eso se agregó una diputada que envidiaba la fama y lo atractivo de la personalidad del héroe. No hay héroe que no sea envidiado, porque ¿quién no quisiera ser un héroe, y sobre todo uno que fuera señalado desde el cielo como el vicario en la tierra rioplatense? Se siguió, entonces, investigando y se agregó a lo ya dicho que algún tonto empleado, de esos que abundan en la burocracia municipal, le liquidó sus haberes con el agregado de lo que corresponde por título universitario. Pero la maldad de los hombres de Buenos Aires les impide comprender que un héroe no se detiene a revisar su recibo de sueldo, porque ellos no están acostumbrados a cobrar por lo que hacen, ellos llevan la justicia a donde haga falta, sin mirar a quien.
Ahora podrán ustedes comprender por qué la enviada se puso de parte del héroe y salió a defenderlo. ¿Será una historia parecida a la del “Hijo pródigo”? Nuestra pequeñez y mezquindad nos impide comprender la transparencia con que actúan aquellos elegidos que, medidos por el parámetro de nosotros los humanos, parecen ante nuestros ojos como corruptos. Ellos se rigen por una justicia superior que está fuera del alcance de nuestra estrechez mental, es una “justicia del amor”. Por eso no comprendemos lo que ha hecho el héroe y lo que hace su defensora. (¿Terminará ahora?)