Como seguí leyendo a Smith, pero con las dudas de haber comprendido mal, recurrí a mi viejo profesor para preguntarle sobre el famoso egoísmo que asegura el buen funcionamiento del mercado. Puesto que yo había entendido que el autor, como moralista cristiano, había postulado la simpatía entre los hombres, lo cual los llevaba al cumplimiento del deber de producir lo mejor que pudieran para satisfacer las necesidades de los demás. El profesor me aclaró: “Él no sostiene que el origen del intercambio sea el egoísmo, ni rechaza la benevolencia como sentimiento moral como motivo del intercambio. Indica que las relaciones de mercado, además de esos sentimientos de benevolencia, debe saber manejarse el amor a sí, el interés de la «conservación de sí mismo», que se entendió como egoísmo, porque este interés mueve con mayor fuerza el mercado”.
Y me leyó una cita de Smith: «Como cualquier individuo pone todo su empeño en emplear su capital en sostener la industria doméstica y dirigirla a la consecución del producto que rinde más valor, resulta que cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone, consciente o explícitamente, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta que punto lo promueve. Pero… es conducido por la mano invisible a promover un fin que no estaba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al seguir su propio interés promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios».
Y agregó el profesor: “Para Smith el conocimiento de cómo funciona la totalidad del mercado es imposible, no está al alcance humano. Escuche lo que dice: «El propietario del capital industrial no debe angustiarse de no conocer el funcionamiento total del mercado. Ese conocimiento es imposible y además innecesario. El mercado funciona con «armonía» llevado por la providencia como si compusiera un reloj la mano experta de un relojero. Hay que hacer con conciencia moral responsable lo que toca obrar como deber, en la especialidad de la que pueda tener conocimiento, respetando el derecho a la propiedad del capitalista y el contrato de trabajo, lo demás funciona automáticamente. Este automatismo produce un resultado armónico: el bien para todos». Por ello, para Smith: «El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse a una sola persona, ni a un senado o consejo».
Comprendí que Smith transmitía, como buen cristiano puritano, una fe inconmovible en el cumplimiento de las leyes del mercado, la famosa ley de la oferta y la demanda, puesto que estaban gobernadas por la mano de la Providencia. Esta «mano invisible» garantizaba la «armonía del mercado» cuyo resultado aportaba a la felicidad de todos los ciudadanos. Me quedé pensando en los resultados de ese mercado libre en nuestros días y una duda me recorrió desde los pies a la cabeza: ¿qué había pasado con la «armonía» para que hoy haya tantos pobres. Pero comprendí la fatiga de mi viejo profesor y decidí volver otro día.