La salida de la época negra termina con las elecciones, aparece la posibilidad de volver a vivir en democracia, lo cual abre un tiempo de esperanzas y de posibilidad de realización de los sueños postergados. Con la democracia se prometía que se podía hacer todo. Se hablaba de un proceso de recuperación de las instituciones de la República, sublimes palabras para jóvenes que escuchan pero no comprenden bien de qué se habla. El comienzo de las actitudes heroicas de juzgar todo delito cometido y encarcelar a todos los culpables, siempre con los instrumentos sagrados de la justicia, se fueron diluyendo amparados en un supuesto realismo político que sobreponía lo posible a lo deseable. Era la actitud de la madurez política que debía dejar atrás todo aquello que “ahora no era posible”.
Esta repentina “necesariedad” que aparecía como la imposición de “leyes sociales” de los procesos políticos y que, por lo tanto, no era posible desconocer, hicieron sospechar incumplimientos de las promesas, defecciones de los ideales y abandono del camino que comenzaba a insinuarse. Allí, en ese recodo de la historia, quedaron olvidados, desechados, valores permanentes y sueños cuyo rechazo comprometió el tiempo posterior. La alegría del comienzo fue convirtiéndose en una amarga mueca, se aceptó con desagrado, pero sin grandes muestras de disconformidad, el nuevo rumbo que se tomaba, el llamado a una supuesta realidad debía ser el resultado de la madurez política y del pragmatismo realista. La palabra consenso adquiere un uso irrestricto: todo debe ser consensuado. Pero este uso oculta lo que en realidad sucedía: el consenso se imponía por la incapacidad, el temor, la debilidad, de enfrentar a aquellos que no se resignaban a ser desplazados del centro de la escena del poder.
Y así, sin que se tomara plena conciencia de los pasos que se daban fuimos aceptando que este consenso se cobrara el precio de la muerte temporal de las utopías. El pragmatismo era la doctrina de la época, la negociación su método, los acuerdos ocultos con los que habían sido señalados como los enemigos de la nueva etapa eran parte de la política. Todo ello se hace en nombre del consenso, pero en contra de la utopía. En ese momento una parte de los jóvenes, que ya no lo eran tanto, en nombre de ese pragmatismo y en uso de los consensos comenzó a ocupar cargos electivos y de los otros. Y como esos consensos acordados por los pragmatismos imperantes fueron obligando, se negoció tanto que se perdió la brújula que señalaba qué se quería y en nombre de qué se hacía lo que se hacía.
Refiriéndose al proceso político de España dice el profesor Joseph M. Lozano: “Una generación relativamente joven ocupa el poder y es ocupada por él, quizás sin haber tenido mucho tiempo para pensar qué haría con el poder. En cualquier caso, este simple hecho biográfico hace ineludible creer que esta ocupación durará bastante, y pone en cuarentena la creencia en un próximo relevo generacional”. Y agrega: “Vale la pena observar, de paso, que ocupa el poder político y el cultural. Quizás esto explica que ahora, suavizada la crisis económica, los nuevos jóvenes-modelo se muestren como luchadores por una parcela de poder que los anteriores olvidaron: el económico”. Es sorprendente la semejanza, deben ser los efectos de la globalización.