Las promesas de ingresar al primer mundo suponen que allá se está muy cerca del paraíso, o que ése es el paraíso terrenal. Pero ¿de qué paraíso hablamos? El del Occidente primer mundista sólo existe en la afiebrada imaginación de los publicistas, nada ingenua por cierto y muy mercenaria esa imaginación. Es cierto, en alguna medida, que en la opulencia del Norte la mayoría no muere de desnutrición, pero lo hace de exceso de colesterol; no tienen sed, pero el exceso de alcohol sigue aumentando los accidentes automovilísticos mortales; como ha aumentado el cáncer de pulmón. No todos los habitantes de las naciones ricas pueden «disfrutar del placer de sentirse ricos», ya que la lista de excluidos del banquete va creciendo, a esto se lo ha denominado el «cuarto mundo». Se aplican, cada vez más los ajustes empresariales para mejorar los balances aumentando así la renta de los accionistas. Veamos estadísticas:
«En la mayor potencia industrial, Estados Unidos, se estimaba en 1999, que un 13% de la población no llegaría a los 80 años; que el 20,7% era funcionalmente analfabeta, y que el porcentaje de estadounidenses que se encontraban por debajo del nivel de la pobreza era del 19,1%». En la otra punta de la escala «los privilegiados ciudadanos que disfrutan de ingresos estables pueden estrellarse con sus automóviles, machacar su salud con dietas de plástico, y asfixiarse en nuestras ciudades gracias a la perfecta máquina consumista». Se trabaja para poder lucir una tarjeta de crédito que le abre las puertas de acceso al «gran consumo». Por supuesto, no importa que sus necesidades materiales básicas (alimentos, ropa, vivienda) se encuentren cubiertas, y que sus necesidades afectivas estén cada día más empobrecidas (respeto a la persona, amistad); lo verdaderamente importante es gastar, comprar, consumir sin descanso, como ya hemos visto. Como dice Eduardo Galeano, «las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos, los fines han secuestrado a los medios: las cosas te compran, el automóvil te maneja, la computadora te programa, la TV te ve».
Pero el consumo sin freno tiene sus costos, una gran parte de lo que se compra se paga con jirones de vida. La experiencia que comentan aquellos analistas de marketing nos muestra que esa pequeña porción de la humanidad, cuya vida gira alrededor del consumismo, se encuentra con una existencia vacía cuyo único sentido se alcanza consumiendo. Trabajar para consumir, consumir para trabajar. La presión psicológica que implica este tipo de vida supone una pérdida creciente de la salud mental de las personas, y así lo reflejan las estadísticas. «La nación del mundo donde el consumismo alcanza sus más sofisticados refinamientos, los EEUU., es también la que padece la mayor cantidad de depresiones y trastornos psíquicos. Ese país, que cuenta con sólo el 5% de la población mundial, consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas legales que se venden en el mundo».
Los norteamericanos hacen encuestas para todo. Un estudio sobre necesidades y deseos de consumo realizado sobre esa población resulta ilustrativo al respecto. El número de personas entrevistadas que consideraban que tener una buena vida era disponer de una casa de vacaciones se incrementó, entre 1975 y 1991, en un 84%; los que pensaban que tener una buena vida era poder poseer una piscina, aumentó en un 36%; mientras que aquellos que creían que una buena vida era trabajar en un oficio o profesión interesante no aumentó, sino disminuyó. Los que creían que un matrimonio feliz equivalía a una buena vida disminuyó en un 8%; la mayoría de la gente piensa y actúa cada vez más según los mandatos de la publicidad y del mercado, y muy lejos de los dictados de la razón y los sentimientos.
La Comisión de Consumo de Ecologistas en Acción sostiene: «El consumismo no afecta únicamente a la escala de valores o a la salud mental de la humanidad, también afecta, y con una intensidad creciente, a su salud física». Bonito paraíso el del primer mundo.
(Esta nota es parte de un trabajo que se publicará en Trabajos académicos de esta página titulado “La esperanza como problema)