La crisis, como se ha dicho muchas veces, ofrece también un momento que contiene una oportunidad. Pero, un viejo refrán dice: «A la ocasión la pintan calva», lo que significa que son escasas las veces en que se presenta. Por ello, debemos pertrecharnos con la mejor artillería intelectual para no dejar pasar de largo un escenario como éste. Hay que hacer un duro esfuerzo de memoria para recordar si hemos vivido una situación semejante en la que estuvieran en debate las “razones fundantes” del sistema capitalista en su etapa de dominación financiera. Por lo tanto debemos, en primer lugar, valorar lo positivo de este momento; en segundo lugar, prepararnos para la revisión de esos fundamentos; y en tercer lugar, no permitir que este debate se circunscriba a los especialistas, puesto que, como ya quedó dicho, su mirada sesgada no garantiza ni honestidad ni independencia de criterios.
Me parece muy oportuna la cita del tercer presidente de los EEUU Thomas Jefferson (1743-1826), que Alfredo Zaiat trae a nuestra memoria: «Yo creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos en pie. Si el pueblo estadounidense permite alguna vez que los bancos privados controlen el tema de su moneda, primero por inflación, luego por deflación, los bancos y las corporaciones que crecerán alrededor de los bancos privarán al pueblo de toda propiedad hasta que sus hijos se despierten sin hogar en el continente que sus padres conquistaron». Este advertencia de 1802 no parece haber sido escuchada por los dirigentes políticos posteriores. Se la puede colocar al lado de la afirmación de Bertold Brech (1898-1956): «Peor que asaltar un banco es fundar un banco». Nos enfrenta a una verdad milenaria que puede encontrar uno de sus orígenes en el Antiguo Testamento, respecto de los riesgos de prestar dinero, no para el que lo hace sino para el que lo recibe, especular y lucrar con la necesidad del otro.
Ante todo esto podríamos preguntarnos, con mucha prudencia, si esto alanza para pensar que se puede derrumbar el fundamentalismo del mercado libre. Y digo prudencia porque los facilismos optimistas pueden hacernos caer en la trampa de no medir que lo que nos espera es un largo y duro sufrimiento antes de que esos deseos se vean realizados. Dice Zaiat: «El caos global generado por el modelo de la autorregulación del riesgo en el sistema bancario, concepción a la que adhirieron casi todas las bancas centrales del mundo bajo el dominio del Comité de Basilea, se reveló como un arma de destrucción masiva. La quiebra de las entidades financieras de las potencias económicas hace suponer que una nueva época comenzará con otras reglas de funcionamiento». Sin embargo, es necesario no olvidar que los intereses financieros y el poder de la banca concentrada no desaparecerán con tanta facilidad.
Lo que estamos observando es que los fondos públicos han salido a socorrer a esos bancos tras la explicación de que era imprescindible para evitar lo peor. Debo decir que no tengo en claro eso peor a quiénes hace referencia: ¿lo peor para los pobres y deudores? o ¿lo peor para algunos banqueros? También podemos ver que quienes están a cargo de la operación (Paulson y Bernanke), como ya vimos, son parte del proceso que nos colocó al borde del abismo. Si son ellos los que deciden quien se salva y quien desaparece el resultado que se intenta es una reacomodación de los dineros que quedarán en manos de unos pocos. Todos de la misma banda. Y no es de esperar que sean ellos los que salgan a combatir la codicia, los fraudes financieros, la especulación alocada y temeraria. Por ello, repito una vez más que la participación lo más amplia posible de todos debe ser la valla que impida que sigan avanzando por el mismo camino. No es necesario saber mucho de esta materia, alcanza con mirar todo desde una ética que defienda el bien común.