Me parece necesario sumarme a los ya muchos que han vertido opiniones sobre esta ley que se viene preparando. Y esa necesidad nace de salirle al paso a todos los manejos que se vienen urdiendo para poner la mayor cantidad de trabas posibles a su sanción. Se la comenzó denominando la “Ley de Cristina”. La decisión de ponerla a debate en foros en toda la extensión de nuestro territorio, de invitar a ese debate a todos los que tengan algo que aportar, disolvió la intención de convertir la Ley en un capricho de la presidenta al ser su propuesta el resultado de un gran debate nacional. Los medios masivos que sienten que va a afectar sus intereses han optado por el mutismo. “De eso no se habla”. En los grandes medios concentrados el tema no existe y ello pretende cubrir, con un manto de silencio, la ocasión de darle a nuestro país una ley que garantice la circulación de la información: plural, fidedigna, representativa de los intereses de todos los sectores sociales, culturales, políticos, económicos, etc.
Comenzar a superar la chatura de esos medios que convierten en información los datos más bastardos, distorsionados, sesgados, espurios, que logran la operación alquímica de trasmutar en verdad cuanta basura periodística aparece. La cuestión que hoy se nos plantea consiste en que definamos como comunidad nacional cómo se puede transformar todo ello en una “comunicación libre y sin distorsiones”. Sin olvidar en las decisiones que se tomen institucionalmente que enfrentamos una etapa del mundo cada vez más globalizada en la que el dominio de las grandes corporaciones internacionales fabrica opinión y consenso y lo venden como verdades incontrovertibles.
Ello nos impone la obligación de que nuestras reflexiones tomen distancia de los acontecimientos cotidianos, de esa actualidad que los medios han convertido en un valor en si misma y que no permite una mirada abarcadora de los grandes procesos, dentro de los cuales se inscriben la sucesión de hechos diarios. Salir de esa perspectiva de inmediatez es una condición imprescindible para el logro de una comprensión acabada de un fenómeno altamente complejo como es la comunicación moderna.
El profesor Fidel Munnigh, doctor en filosofía por la Universidad Carolina de Praga, puede convertirse en un dialogante privilegiado, a través de sus opiniones, para avanzar en el tema propuesto. Dice: «Quisiera detenerme en esta idea central que cuestiona nuestras aparentes certezas: que lo verdadero y lo falso en los medios de comunicación se vuelve hoy imposible de decidir. Se borran las viejas fronteras de verdad y error (o engaño). El “anything goes” (todo vale) posmoderno penetra todo el ámbito de la actividad humana toda por la vía de la comunicación. Vivimos en la era del simulacro y la hiperrealidad». Sobre ello debo agregar que se deberían distinguir dos aspectos o dimensiones del problema: a.- las consecuencias de una comunicación altamente tecnologizada y b.- la concentración de la propiedad de esos medios en pocas manos internacionalizadas.
Sobre el primer tema dice: «Instalados en la llamada era global, vivimos en un mundo de información sobreabundante. La cultura está superpoblada de noticias, de reportajes, de imágenes. La sociedad digital o sociedad del conocimiento es también la sociedad de la información. Las noticias van y vienen, invaden nuestra vida cotidiana a tal punto que llegamos a confundir la realidad misma con su representación mental o visual. Solemos reaccionar a ellas con una actitud casi religiosa, de aceptación pura y simple. Pero la información requiere de una lectura crítica. Demanda ser leída, descifrada, descodificada».