La resistencia de la que hablo puede asumir una vasta gama de respuestas: desde dejar de comprar aquellos periódicos o revistas que hemos descubierto en mentiras o distorsiones de la verdad, u ocultamientos, o las afirmaciones a medias que encubren la mentira, etc. Creo que hoy esa manera de enfrentar y responder al poder mediático es una exigencia ética en la era global. Continúa nuestro pensador: «Esta resistencia no significa rechazo a los medios masivos de comunicación. No sugiero que se deba evitarlos o haya que negarse a aparecer en ellos. Por el contrario, hay que procurar estar de algún modo presente en los medios; es incluso recomendable crear y mantener cierto “espacio mediático”. Hablo con el ejemplo. Tengo este espacio y me valgo de él para llegar a otros. Pero también creo necesario dosificar esa presencia. El intelectual no es un monje o puritano, pero tampoco una “vedette” pública. Ni exhibicionismo mediático ni puritanismo anti-mediático». Es claro que esta invitación no apunta al gran público masivo, pero sí involucra a todos aquellos que tenemos la posibilidad, que se convierte hoy en obligación, de hacer llegar nuestras opiniones y entrar en el debate.
Por ello sigue diciendo: «Es erróneo negarse a intervenir en los debates de la contemporaneidad. Lo esencial es desarrollar los medios, ampliarlos, diversificarlos, democratizarlos. Más aún: retarles a asumir una “comunicación libre y sin distorsiones”. La tarea pendiente consiste en exigir que los medios asuman su responsabilidad ineludible en una sociedad llamada a ser cada vez más transparente, más democrática y participativa, más justa y libertaria. Comprender la realidad de nuestra época significa comprender también la naturaleza de los poderes mediáticos. Tal comprensión conduce forzosamente a la crítica de esos poderes. Tal vez haga falta una semiótica de la comunicación que ponga énfasis tanto en el plano del significante como en el plano del significado. En un entorno sociocultural cada vez más mutante, más interrelacionado, más interdependiente e intercultural, no basta con tener mayor acceso a una información libre y no distorsionada; es preciso también asimilarla y enjuiciarla críticamente reconociendo sus usos, sus contextos, sus intenciones, sus posibles implicaciones ideológicas y políticas».
Debo decir, como confesión personal, que me he resistido varios años a asumir la tarea que hace un tiempo realizo para mantener un blog. Tenía un prejuicio respecto de ellos considerándolos un juego de adolescentes, que en parte lo son, que me dificultó la comprensión del papel que hoy juegan en el debate ciudadano frente a la información que se trasmite por las vías concentradas. También me costó comprender que la utilización de la tecnología que se utiliza desde el poder podía convertirse en un arma con la cual contra-atacar el fuego informático que recibimos indefensos. La decisión de hacerlo me costó mucho menos de lo que pensaba. Por tal razón insto a todos aquellos que tengan algo para aportar a este debate de ideas intenten aparecer en los medios con sus opiniones, siguiendo los consejos de nuestro profesor: estar sin exagerar, dosificar las presencias pero no evitarlas en los espacios que se nos ofrecen.
Debemos sumarnos a la tarea pedagógica de aprender y enseñar a leer con auténtico sentido crítico el torrente casi infinito de la información masiva, esa que prolifera en nuestro mundo. Aprender y enseñar a interpretarla, a descifrarla, a descodificarla. Agregarle lo que se le amputa, corregir lo que se distorsiona, denunciar a quienes lo hacen. Es una parte de los aportes posibles en este tiempo que se está abriendo en el que el debate de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual nos invita a la participación. Debemos convertirnos en los cuidadores de ella en tanto se puede convertir en un camino para democratizar la información pública. Debemos estar atentos a los debates en el Congreso para denunciar e impedir el manejo politiquero de aquellos personeros de los grandes medios que se sientan en sus bancas.