Estamos ingresando en una zona de tormentas mediáticas. Durante más de un año los medios concentrados ningunearon toda información respecto del proyecto de Ley de Servicios audiovisuales. Ahora, dado el tratamiento que ha comenzado en el Congreso, debemos prepararnos a leer, oír y ver toda clase de argumentos en contra del proyecto. ¿Cómo se explica esto? Los medios concentrados tenían la esperanza de que no llegara al Congreso y silenciándolo se lo ocultaba a la opinión del público. Este proyecto, como no se había conocido hasta hoy, recorrió primero todo el país convocando a las organizaciones más variadas, representativas de instituciones interesadas en el tema, a encuentros amplios y libres para el análisis, críticas y correcciones a la futura ley. Todo ese proceso recogió muy importantes aportes que fueron incorporándose al texto original.
Como anoté hace dos meses atrás el Relator de las Naciones Unidas en materia de Promoción y Protección de la Libertad de Expresión, Frank La Rue, que visitó nuestro país para informarse sobre el proyecto de ley dijo de él: «Es lo más avanzado que he visto en el continente y en el mundo en cuanto a telecomunicaciones, que aquí le llaman difusión de servicios de comunicación audiovisual… Uno de los puntos centrales del proyecto que más me entusiasmó es dividir el espectro de medios audiovisuales en tres partes iguales, el 33 por ciento para los medios privados con fines de lucro, el 33 por ciento para el Estado en sus distintos estamentos y 33 por ciento para las organizaciones comunitarias… Yo mismo nunca me he atrevido a dar recomendaciones tan específicas porque eso lo debe ver cada país, esto es muy de avanzada». Nada de esto apareció en los medios concentrados. Por el contrario hoy desde la “oposición obsesiva” comienzan a aparecer argumentos vacíos de contenidos, pura palabrería, que pretenden ocultar que, en sus disposiciones básicas, este proyecto es idéntico a varios presentados por partidos hoy en la oposición que quieren desentenderse de lo que sostenían tiempo atrás.
Dijo el escritor británico Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) a comienzos del siglo XX: «No necesitamos una censura para la prensa. La prensa misma es la censura. Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad se diga». Hoy esta afirmación puede ser extendida a la totalidad de los medios de comunicación, por lo que debemos tomar conciencia del papel que han jugado siempre en la distorsión de la información al servicio del poder de turno. Por lo tanto, nada de esto es nuevo y hoy estamos ante una posibilidad histórica, esperada por más de treinta años, de poder contar con una legislación que contenga el avance de la monopolización en la propiedad de los medios, de abrir el espectro a la participación de una información más variada y plural.
El investigador Pascual Serrano cuenta en su libro «Desinformación – Cómo los medios ocultan el mundo», Como se difundió una noticia, entre tantas otras, que muestra la desaprensión en el manejo de la información: «La muerte de Walterio Carbonell». «En 2005 se publicó en el diario español El País y en el argentino Clarín un artículo escrito por Juan Goytisolo, en el que se informaba de la triste muerte del historiador cubano Walterio Carbonell, «condenado al ostracismo y el olvido», artículo del que en seguida se hizo eco toda la prensa anticastrista». El «pequeño problema», dice el autor, es que el muerto estaba vivo lo bastante como para responder, además, que no tiene motivos para sentirse olvidado ni mucho menos: «Me siento vivo intelectualmente en mi país. No tengo por qué sentirme olvidado. De hecho los jóvenes me consultan, me citan, me quieren. Y aquí en la Biblioteca he encontrado un respeto hacia mi talento y un enorme cariño hacia mi persona».
Es sólo uno de los tantos ejemplos que se puede mostrar del manejo de la información. Bien, estamos ante la posibilidad de cambiar la historia, es necesario no equivocarse tras los manejos turbios y no dejar pasar esta oportunidad.