Después de varias notas en las que hemos podido hacernos cargo de cómo está esta globalización, en manos de quienes están las decisiones que nos involucran a una gran mayoría del planeta, cuáles son los pocos (o casi nulos) límites que se ponen ante la sagrada tarea de ganar dinero de cualquier modo, volvamos la vista a nuestra sociedad y veamos en qué estado nos encontramos. Ya, en alguna nota anterior, me he referido al nivel deplorable de las dirigencias (políticas, deportivas, periodísticas, sociales, educacionales, económicas, empresariales, institucionales de todo tipo) que tienen en sus manos los destinos de todos nosotros como comunidad política (antes se decía la Nación, pero por alguna razón las palabras desaparecen).
Sin embargo, esta descripción peca de una característica muy común a nuestros modos actuales de vivir y pensar: «el problema es de los otros». Los medios se detienen largamente en las “dificultades” dentro de las cuales estamos sumergidos, pero nunca hacen referencia a nuestra conducta ciudadana, la de todos nosotros, incluidos ellos, que hace alarde de una despreocupación infinita por lo que podríamos denominar (con viejas palabras) “el bien común”, es decir la salud socio-política de la comunidad por encima de los intereses particulares. Estas conductas pueden observarse desde cómo se maneja en el tránsito hasta en cómo se vota. Se me podrá decir que mezclo peras con tornillos, déjenme explicar.
Un respetable periodista, como lo es Washington Uranga, se ha detenido a pensar a partir de un informe del Observatorio Político y Electoral integrado por investigadores y docentes de la UBA: «se pone en evidencia, una vez más, que las decisiones electorales no están vinculadas mayormente con convicciones profundas y con el análisis de trayectorias, sino más bien con una serie de circunstancias, muchas de ellas coyunturales y, en buena parte de los casos, no directamente ligadas a lo que se pone en juego. En este caso: la reciente elección de legisladores. Un dato no menor, también resultado del estudio, es que el 15 por ciento de los encuestados dice haber inclinado su voto por alguno de los candidatos el mismo día del acto electoral. Y en ese sentido no hay mayor contraste entre los diferentes candidatos (15 por ciento de los que votaron por Michetti, 15,4 de los que lo hicieron a favor de Heller, el 15,7 de los que se inclinaron por Prat Gay y 15,2 de los que se decidieron por Pino Solanas)». La importancia de una votación parece haber sido decidida en “cara o cruz” circunstancial.
Se desprende del trabajo de este equipo que «en la mayoría de los casos el voto es un bien volátil, sobre todo en el electorado de clase media. Pero podría decirse lo mismo de los resultados de zonas del conurbano que otrora se consideraban “cautivas” del voto justicialista y que ahora emigraron hacia otros horizontes». Esta falta de lo que hubiéramos llamado en otras épocas “falta de coherencia” hoy se la califica de libertad de los votantes. La muy proclamada “libertad” permite esta variancia tan amplia que se corre de un extremo a otro del arco político-ideológico. ¿Esto es un avance o un retroceso? La incorporación de metodologías del marketing a las campañas electorales ¿tiene alguna responsabilidad en estos virajes eleccionarios? En última instancia ¿qué pasó para que la conciencia política se haya vuelto tan volátil, tan inconsistente, tan voluble?
El Sr. Uranga nos acompaña en estas reflexiones: «La política contemporánea tiene razones que la razón política no puede explicar. Las preferencias electorales están marcadas más que por las convicciones profundas (esas que podríamos llamar ideológicas) por los intereses personales (aquello que favorece a mi bolsillo, por ejemplo), las circunstancias recientes o, tan sólo, por los humores pasajeros, tal como lo podría revelar el hecho de la cantidad de personas que decidieron el sentido de su sufragio el mismo día de la elección. Vale la pena preguntarse cuál es el sentido de la política hoy. O cómo consolidar propuestas políticas que se apoyen en convicciones fuertes y alimenten procesos de mediano y largo plazo. Esta debería ser la respuesta a buscar, si es que no queremos quedar sometidos simplemente al manejo de los creativos y estrategas del marketing siempre contratados por los que más dinero y poder tienen. Sin perder de vista, claro está, que el voto es apenas una expresión de la política y que la democracia se construye todos los días a través de múltiples herramientas. Pero, para bien o para mal, en el sistema democrático el voto determina los gobernantes y con ellos la orientación que se le quiere dar a la sociedad».
Ahora se puede entender por qué invité a mirar para adentro, para hacernos cargo de la parte de culpa que tenemos en el estado actual de cosas que padecemos.