La desidia de una parte importante de los hombres y mujeres de nuestro país respecto de temas que deberían ser importantes para todos (pero que hoy parecen no convocar) dejan un ancho espacio vacío que tiende a ser ocupado por actores que en otros tiempos se mantenían dentro de sus esferas específicas. La ausencia de una clase dirigente con vocación de trabajo al servicio de la Nación es parte de los huecos que se perciben en la escena pública. Tampoco aparecen aquellos intelectuales que alzaban su voz señalando caminos y que confrontaban en un diálogo respetuoso respecto de los grandes temas. Los dirigentes sociales, empresarios, deportivos (como ya dije antes), están tan sumidos en la búsqueda del éxito inmediato que quedan ciegos para levantar la vista hacia un horizonte del mediano y largo plazo que posibilite trazar algunas líneas directrices hacia un futuro colectivo más promisorio.
Lo que resulta mucho más extraño es que no pocos de esos dirigentes presionan tras objetivos que de lograrse pueden ser negativos para sus empresas. Las huellas del neoliberalismo, convertido en ideología imperante en sectores de la economía concentrada, los ciega para ver y comprender hasta dónde se llegaría de poner en práctica las medidas que ellos mismos proponen. La queja continua acerca de lo mal que van las cosas no se compadece con los balances de sus empresas. Esto es comentado por un economista como Javier González Fraga, que no puede ser sospechado de oficialista, cuando señala la disparidad de los resultados de los negocios de sectores de la economía y lo que dicen acerca de cómo está la economía del país.
Dentro de este panorama me quedé realmente sorprendido por las palabras que le escuché decir a un directivo de la Unión Industrial Argentina, José Ignacio de Mendiguren. Más allá de quien es o quien ha sido, y dejando de lado la convicción que pueda tener en sus declaraciones debo rescatar una especie de parábola que contó en una entrevista radial. «Estaba yo reunido con un señor industrial de primera línea que me estaba planteando la necesidad de tomar algunas medidas imprescindibles para poder seguir invirtiendo en la Argentina. Era tal el despropósito de lo que solicitaba, que atentaba contra sus propios intereses, que en un momento le dije: “Mire es paloma que está parada en la ventana del despacho. Si se le parara un gorrión al lado se quedaría muy tranquila, pero si se le acercara un gato saldría volando de inmediato. ¿Sabe por qué? Porque en su organismo tiene inscripto un código que le advierte cuando su vida está en peligro, es parte de su genoma. Uds., como muchos otros empresarios, no tienen ni el instinto ni el olfato para detectar quiénes son sus depredadores y quiénes son sus posibles aliados”. Así los intereses de ellos corren un grave peligro por falta de la reacción necesaria, ponen la cabeza y se arriesgan a que se las corten».
Insisto, no puedo decir que quien era entrevistado hablara con honestidad, pero lo que intento rescatar es la ceguera, la mediocridad, las limitaciones de esos empresarios que producen y venden dentro del mercado interno, razón por la cual sus intereses corren paralelos a los de muchos habitantes de este país. Si le va bien a la Argentina ellos se benefician, si le va mal también ellos pierden, sin embargo no están en condiciones de distinguir una cosa de la otra. La posibilidad de una ganancia inmediata es más importante que el crecimiento de la empresa.
El economista Guillermo Wierzba, profesor de la UBA, analizando el documento que ha presentado hace poco la Asociación de Empresarios Argentinos (AEA), sostiene que es tal el peso de la ideología neoliberal que parecen hablar desde el fondo del siglo XIX: «El documento se inspira en un concepto de la propiedad privada de tipo decimonónico, recuperado por la oleada intelectual neoliberal de fines del siglo pasado, que excluye las limitaciones impuestas a la misma a partir del desarrollo del pensamiento democrático. El orden jurídico internacional ha incorporado, por ejemplo, a los derechos humanos como parte inalienable del orden democrático moderno, integrando a ellos a los derechos económicos y sociales. A su vez, el derecho de propiedad empresaria resulta de una sustancia diferente a la de la propiedad personal y su extensión no puede ser ilimitada, ni precede a la organización institucional, sino que debe encuadrarse en la misma».
Para traducirlo a un lenguaje más llano: si la libertad con que se utiliza la propiedad de las empresas no admite ningún tipo de limitación, ¿qué hacemos, por ejemplo, con la contaminación ambiental? ¿qué hacemos con el uso abusivo de los suelos que pueden desertificar las mejores tierras nuestras? Éste es el problema y es difícil entender su necedad.