La crisis del capitalismo II
Entonces en las últimas décadas se fue produciendo una desocupación que arrojó al mercado una gran cantidad de oferta de trabajo que no encontraba respuesta. La falta de una competencia ideológica y política (URSS) más la debilidad de las organizaciones obreras que veían a sus afiliados aceptar peores remuneraciones y condiciones de trabajo con tal de conseguir algún ingreso, posibilitó el avance del capital desalojando gran parte de las conquistas laborales del siglo XX. Apeló al proceso de terciarización del trabajo, que pasa a pequeñas empresas lo que antes era personal de planta para bajar costos, sobre todo aquellas tareas que implican mayor riesgo laboral. Se agrega a ello la flexibilización laboral que elimina las condiciones y salarios logrados en las convenciones colectivas sometiendo al trabajador a modos que recuerdan las condiciones del siglo XIX.
El escenario que planteó la globalización, avalada por el Consenso de Washington, acarreó para los trabajadores de todos los niveles pérdidas importantes en sus ingresos. Debían enfrentarse al avance impiadoso el capital que ya no reconocía límites para sus ansias de ganancias. La referencia a una vuelta a fines del siglo XIX se puede encontrar en las palabras del sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917), quien advertía sobre las consecuencias de no respetar las normas, esta situación vuelve a adquirir la misma vigencia:
«La totalidad de las reglas morales forma verdaderamente sobre cada persona un muro imaginario al pie del cual la marea de las pasiones humanas muere, simplemente incapaz de avanzar más allá. Por la misma razón –que se encuentran contenidas- es posible satisfacerlas. Pero si en algún punto se rompe esta barrera, estas fuerzas humanas previamente restringidas fluyen tumultuosamente a través de la abertura y no encuentran límites donde detenerse. Sólo pueden dedicarse, sin esperar satisfacción, a la persecución de un fin que permanentemente elude… Impotentes para satisfacerse a sí mismas porque se han liberado de todas las limitaciones, estas emociones producirán una desilusión».
Un siglo después estas palabras cobran nuevo vigor. La pasión del lucro sin límites avanzan arrolladoramente sobre el escenario económico sin reparar en las consecuencias sociales que produce: una cantidad cada vez mayor de marginados sin posibilidades de resolver sus necesidades básicas. Jeremy Rifkin afirma en el libro ya citado:
«Justo a las puertas de la nueva aldea global de base tecnológica encontraremos un creciente número de seres desesperados y sin futuro, muchos de los cuales se ven abocados a entrar en una vida de crimen, colaborando de esta forma a la creación de una vasta subcultura criminal. La nueva cultura “fuera de la ley” está empezando a plantear una seria e importante amenaza para la capacidad de los gobiernos a la hora de mantener el orden y de garantizar la necesaria seguridad a sus ciudadanos».
Es interesante ver como este economista relaciona desocupación con la posibilidad de aumento del delito, tema que se desvaloriza, o se oculta, en algunos de los debates actuales, puesto que reconocer la correlación obliga a hacerse cargo de las consecuencias de un sistema sin normas ni límites que premia a los depredadores. Por ello nos recuerda el autor:
«Recientes estudios han mostrado una clara correlación entre el crecimiento del desempleo y de los crímenes violentos. En el estudio de Merva y Fowles… los investigadores encontraron que, en los Estados Unidos, un crecimiento de un 1% en el desempleo se traduce en un crecimiento del 6,7% en los homicidios, de un 3,4% en los crímenes violentos y de un 2,4% en los crímenes contra la propiedad».
Reconocer esas consecuencias remite a una reflexión profunda y abarcadora acerca de cómo funciona el capitalismo, cuáles son los valores que lo sostienen, qué consecuencias culturales, económicas y políticas produce. Además permite detectar cómo empezaba ya, un siglo atrás, el avance sobre la distribución de las riquezas producidas, violando las normas de convivencia. Leamos una vez más a Durkheim:
«Por otra parte, es porque la moralidad tiene la función de limitar y contener porque demasiada riqueza llega fácilmente a ser una fuente de inmoralidad. A través del poder que confiere a las cosas realmente disminuye el poder de nosotros de oponerse a ellas. Consecuentemente fortalece nuestros deseos y hace más difícil mantenerlas a raya. En tales condiciones, el equilibrio moral es inestable; hace falta apenas un soplido para derribarlo. Así podemos entender la naturaleza y la fuente de esta enfermedad de infinitud que atormenta nuestra época… Ya no se sienten esas fuerzas morales que lo restringen y que limitan su horizonte; pero si no se las siente es porque ellas ya no tienen su grado moral de autoridad, porque se han debilitado y ya no son lo que deberían ser».
Es decir, el problema del capitalismo como sistema social no radica sólo, como se pretende, en una libertad (aparente) del juego económico (desmentido por la concentración de la propiedad en las manos de pocas empresas) y del poder que de allí surge para imponer sus políticas. El problema más profundo se manifiesta en un nivel superior, el de la cultura, por el deterioro de las normas de convivencia y de respeto por la persona. Sólo un desprecio por todo ello permite comprender el estado de cosas que muestra el mundo actual. Poder delinear un diagnóstico correcto nos permitirá abrirnos hacia la posibilidad de pensar en un modelo alternativo, más equitativo y humano.