Nos queda un aspecto más que forma parte también de la crisis de este modo de producción, de este sistema económico-social, de este modelo civilizatorio, cualquiera de estas denominaciones hace referencia a una manera de pensar y nombrar esta etapa del desarrollo de la cultura occidental. El Dr. Alberto Anaya Gutiérrez, profesor de economía de la UNAM, dice: «La etapa actual se caracteriza por la combinación de una crisis sistémica con una crisis cíclica del capitalismo, y por el fracaso del modelo neoliberal y la globalización como estrategias para superarlas. En lugar de ello, han recrudecido estas crisis y sus efectos económicos, sociales, políticos y culturales en la mayor parte del mundo». Es decir, ante un modelo que viene mostrando, desde hace décadas, problemas estructurales se ha recurrido a la implementación de una concepción económico-política que ha acelerado las dificultades anteriores, pero que asegura la distribución de la riqueza de modo tan desigual. Esto llevó a decir a la ONU en sus informes anuales del programa de Naciones unidas para el desarrollo (PNUD) que: «Cada ves los pobres son más pobres y los ricos son más ricos». Éric Toussaint, lo plantea de este otro modo:
«Las crisis financiera, económica, alimentaria y climática tomaron un carácter dramático a escala mundial en 2008. Los efectos serán de largo plazo. Las respuestas dadas a las crisis en curso por las organizaciones internacionales y la mayoría de los Gobiernos hicieron crecer sus propias crisis de legitimidad. En efecto una gran parte de la opinión pública se da perfectamente cuenta de que se procede al salvataje de los banqueros sin ninguna consideración por el pueblo inocente. La conjunción de estas crisis muestra al pueblo la necesidad de liberarse de la sociedad capitalista y su modelo productivista ya que constituyen la raíz del problema. El pensamiento neoliberal desarrolla el concepto de ineluctabilidad : el sistema que es, debe ser porque es; la mundialización/globalización tal como se desarrolla es inevitable, todos y todas deben someterse».
Lo que emerge de estas palabras es una ceguera sistemática de parte de las clases dirigentes. No sólo se muestran incapaces de proponer modificaciones que tuerzan el rumbo de esta globalización sino que, con sus insistencias en la defensa de los privilegios conseguidos profundizan los problemas. El pretendido carácter de ineluctable del devenir histórico es un modo ideológico de impedirnos pensar en otros caminos alternativos. Esta ideología fue presentada en aquella tesis de Francis Fukuyama, quien publicó en 1992 un libro en el que fundamentaba la siguiente afirmación: desaparecida la Unión Soviética queda un solo modelo que ha demostrado estar en condiciones de resolver todos los conflictos humanos, el capitalismo de mercado y la democracia liberal. Por lo tanto ya nada nuevo encontraremos en la historia, sólo una cantidad de pequeños ajustes para ir perfeccionando el sistema. A esta tesis la llamó el fin de la historia. Era un momento de exaltación del neoliberalismo, de triunfalismo, de certeza del comienzo de un camino siempre igual y sin fin. Por eso señala Toussaint que el 2008 fue el estallido de ese modelo y la prueba de sus limitaciones, de sus profundos descalabros, que pusieron en evidencia la polarización creciente entre una riqueza ostentosa y despilfarradora y una pobreza extrema en la mayoría de la población mundial.
¿Qué se propone como salida? La respuesta que se oye en los organismos internacionales es el aumento de la producción, sin mencionar que el verdadero tema es la distribución. Es que ambos temas son problemas de muy difícil solución dentro del esquema internacional actual. Michael R. Krätke, profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, sale al cruce de estos modos de plantear los problemas y sus soluciones:
«Todos juran por el crecimiento, todo se fía al crecimiento. Cualquier incrementillo estadístico del crecimiento –0,3%, o más, o menos— se celebra como un gran triunfo. China, India, los EEUU vuelven por ahora a mostrar tasas de crecimiento, las bolsas suben; sólo Europa anda a la zaga. No hay gobierno que pueda permitirse renunciar a la promoción del crecimiento. En tales circunstancias, y como era de esperar en medio de una crisis económica mundial, la cumbre climática de Copenhague de finales de 2009 constituyó un fracaso estrepitoso. Pues la única recta consecuencia que podía sacarse de ese encuentro era patente: tomar en serio los costes, inmensos y rápidamente crecientes, del cambio climático y plantearse sin mayores dilaciones el desafío abrigado por esta sencilla pregunta: ¿quién debe cargar a escala planetaria con los costes de una transición hacia otro tipo de crecimiento y de desarrollo? Los países subdesarrollados o en vías de desarrollo presentaron en Copenhague su factura al Norte rico. Y éste se negó a pagarla».