No es inevitable pero no es sencillo II

Nuestra experiencia política, cultural, vivencial, nos ha enseñado lo que debemos hacer y lo que no queremos que vuelva a suceder. Hay una sabiduría de pueblo que alienta la esperanza de que hemos encontrado un camino, que no es el mejor, pero es uno de los posibles, que con sus más y sus menos nos ha colocado en una situación impensable a comienzos de este siglo. Esto es algo que nos debe quedar como aprendizaje: comparar el 2001 con el 2010 y hacer un balance que no niegue todo lo que falta pero que impida el repetir lo indeseable. Digo esto al ver lo que está pasando en la vieja Europa, lugar soñado por muchos no hace tanto tiempo atrás. Una Europa que se va deslizando por un tobogán hacia un futuro incierto (aunque los medios traten de ocultarlo). Para verlo mejor sigamos leyendo al profesor de la Universidad de Sevilla, Juan Torres López:
«Pero si todo ello es nefasto y está llevando a las economía a nuevas situaciones de peligro e inestabilidad, o a una larga depresión cuando imponen las políticas de austeridad actuales con la excusa de financiar la deuda que ellos han provocado, lo peor quizá sea que hayan logrado que la ciudadanía crea que todo esto es inevitable y que no se puede hacer nada para evitar la dictadura de los mercados, de modo que estamos llegando a la perfecta extorsión y a la completa rendición de los gobiernos ante los poderes financieros». Tal vez yo peque de iluso, pero me atrevería a decir que nuestra gente está mucho más avisada de la falsedad de esos argumentos que el profesor teme, y con razones, que los europeos acepten mansamente.
«¿Qué diríamos si los líderes del mundo permanecieran callados ante ataques terroristas? ¿Aceptaríamos sin más que Rodríguez Zapatero nos dijera que no se puede hacer nada ante el terrorismo de ETA? ¿Nos parecería normal que los presidentes de los gobiernos se sentaran con los terroristas para llevar a cabo las medidas políticas que éstos les propusieran? ¿Por qué entonces se reconoce que hay terrorismo financiero o dictadura de los mercados y, sin embargo, se permanece en silencio y no se apela a la fuerza de la democracia, al poder de la ciudadanía para hacerle frente? ¿Por qué aceptan sin más las preferencias de los banqueros y no las de los ciudadanos? Se está llamando valientes a los gobiernos que están adoptando las medidas antisociales de los últimos tiempos, a los que callan ante la extorsión de los poderes financieros, a los que en lugar de pedir responsabilidades y colaboración a los bancos causantes de la crisis cargan sus costes sobre las espaldas de los trabajadores. Es el mundo al revés, porque no puede haber una expresión más clara de cobardía».
Cuando releo estas palabras me parece estar ante un juego de espejos, como si la Europa de hoy fuera una repetición de nuestra historia de los noventa. «¿Cómo pueden hacernos creer quienes han construido el Estado de Bienestar en España que ahora están de acuerdo con su desmantelamiento? ¿Cómo pueden convencernos los depositarios de esa herencia que de un día para otro y sin que haya de por medio debate alguno han pasado a convencerse de que lo mejor es convertir las cajas de ahorros en bancos o abrir la posibilidad de su progresiva privatización? La carencia de debate, la evidente imposición que acompaña a las medidas que se están tomando, la improvisación con que se cambia de discurso para justificar las estrategias que sabemos que los poderosos venían proponiendo desde hace tiempo… me llevan a pensar que detrás del asentimiento generalizado, al menos de los dirigentes y parlamentarios que siguen suscribiendo sinceramente el ideario socialista o socialdemócrata, no es el resultado del convencimiento sino simplemente de la sumisión». Me parece ver a Cavallo y a Martínez de Hoz sentados en la platea aplaudiendo a rabiar diciendo “yo les enseñé el camino”.
Pero nosotros podemos argumentar en nuestra defensa que no había entonces algunos economistas de prestigio que advirtieran lo que podía pasar si adoptábamos esas políticas. En cambio hoy: «Muchos economistas científicos de gran prestigio e incluso de diversa trayectoria y posición intelectual, como Stiglitz, Galbraith o Krugman vienen señalando que las políticas de austeridad que ahora se imponen son una simple concesión a los poderes financieros que nos llevan al desastre porque van a impedir la recuperación económica». No tuvimos la oportunidad de que dos premios Nobel de economía nos advirtieran lo que iba a pasar: «el incremento de la desigualdad que así se produce solo va a conseguir que se fomente la actividad especulativa al mismo tiempo que la escasez, el desempleo, la pobreza y la exclusión social». Eso fue lo que conseguimos, pero que ahora ya no queremos más.
Porque lo que propone el profesor es lo que ha estado haciendo una parte importante de América Latina: «Lo importante es saber que nada de esto es inevitable. Se puede hacer que la economía funcione mejor fortaleciendo la generación de rentas en lugar de frenándola, es decir, con políticas expansivas en lugar de las de austeridad salarial que se empeñan en imponer; disponiendo de Banca pública que garantice que las empresas y los consumidores dispongan de financiación; estableciendo normas, impuestos o tasas que desincentiven la ganancia financiera y frenen las transacciones especulativas; controlando los movimientos de capital que no estén ligados a operaciones productivas». Por eso creo que hemos aprendido, no todos, pero una parte importante de nosotros, y que no vamos a permitir que rifen todo lo que hemos conseguido.

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