El resultado de este debate político-económico posicionó al neoliberalismo como gran triunfador, el Estado de Bienestar fue el gran perdedor y junto con él grandes sectores de la población del mundo, como ya quedó dicho. Dice Rapoport respecto de lo que los norteamericanos denominaron “los treinta gloriosos, refiriéndose al período que se cerraba: «Esa situación llegó a su fin con el inicio de la crisis de los años setenta, aunque en el fondo ya acechaban, desde un tiempo antes, problemas tales como presiones inflacionarias y desinversión, acompañados por una creciente crítica a la intervención del Estado y a los sistemas de protección social implementados en la posguerra». Subrayo la idea de la “creciente crítica” porque ella se pudo observar en nuestro país durante los ochenta y los noventa en el machacón mensaje de los medios de comunicación como: «Hacer chico el Estado para agrandar la Nación». Toda la crítica a la inutilidad del Estado y a las grandes ventajas del sistema de “libre empresa” fue una prédica permanente que caló muy hondo en las ideas de gran cantidad de gente. Esto no significa que el Estado funcionara bien, pretende decir que el camino era modificar, perfeccionar, eficientizar el Estado, no eliminarlo. Hoy ya hemos hecho la dolorosa experiencia de las consecuencias de todo ello.
Volvamos a leer al profesor citado porque radica en este punto un nudo de lo que va a suceder después, de cuya comprensión dependerá como sigamos hacia el futuro: «Así como antes de 1929 se generaba un consenso de ideas heterodoxas, que tuvo la oportunidad de implementarse para combatir la depresión económica en el escenario de la administración Roosvelt, lo mismo ocurrió en un sentido inverso en las décadas de posguerra. El auge trajo consigo mayores demandas salariales, procesos inflacionarios y caídas de rentabilidad en las empresas. En universidades, entidades académicas y empresariales fue creciendo una fuerte corriente de economistas ortodoxos y de intelectuales de derecha, que aprovecharon la crisis de los años setenta para volver a influir decisivamente sobre el poder político dando fundamento a esa “revolución conservadora”, madre del neoliberalismo». Estas “nuevas-viejas” ideas se denominaron en los ochenta el “monetarismo”. Se puede definir esta corriente como una teoría macroeconómica que se ocupa de analizar la oferta monetaria. Se identifica con una determinada interpretación de la forma en que la oferta de dinero afecta a otras variables como los precios, la producción y el empleo. Es decir, parte de manejo de la oferta monetaria como centro del proceso productivo. Esta teoría fue formulada por Milton Friedman, premio Nobel de economía en 1976. Se basa en el más crudo liberalismo y fue una reacción al keynesianismo. Su preocupación máxima es la inflación la cual, dice Friedman, es un problema estrictamente monetario. Esta preocupación por la inflación muestra claramente la defensa del capital financiero, que es el mayor perjudicado en esos procesos.
Como un aporte a la aclaración del tema Rapoport cita a un alto funcionario del Tesoro británico que fundamentaba su política monetarista para salir de la crisis durante el gobierno de Margaret Tatcher, decía que ellos: «No creyeron en ningún momento que esta teoría era correcta para bajar la inflación. Pero veían que su aplicación era muy buena para incrementar el desempleo y una vía extremadamente deseable para reducir la fuerza de las clases trabajadoras. La consecuencia era la recreación de un ejército industrial de reserva que permitiría a los capitalistas tener más beneficios que los obtenidos hasta entonces». Los abogados dicen en estos casos «a confesión de parte relevo de pruebas», si la confesión es tan clara las pruebas son innecesarias.
Ante toda esta muestra de sinceridad el profesor dice: «Quizás sería razonable preguntarse si en este caso – a diferencia de 1929 – fue una crisis que necesitaba de una fuerza política y de una ideología para garantizar al poder económico dominante – puesto en cuestión – la perdurabilidad de los cambios efectuados. Iba a constituir así un punto de inflexión en las políticas económicas cuyos alcances llegan a la crisis desatada en 2007». Una revisión de los resultados posteriores nos muestra que se apreció un aumento notable del desempleo en la mayoría de los países, en contraposición a la situación de casi pleno empleo de las tres décadas anteriores a la crisis de los setenta.