Volvamos sobre el tema alrededor del cual estamos tratando de pensar el sistema capitalista. Una cita de Carlos Marx nos puede poner en tema para evitar las explicaciones simplistas: «Ser capitalista significa ocupar una posición en la producción que no es meramente personal sino social. El capital es un producto social, y únicamente puede ponerse en movimiento mediante la actividad común de muchos o, en última instancia, de todos los miembros de una sociedad. El capital no es, pues, un poder personal sino social». Esto no exculpa a aquellos que transgreden todas las normas posibles tras su codicia ilimitada, pero posibilita ubicarlos como actores de un escenario que tiene sus propias reglas cuya violación se paga con un “fuera de juego”. La competencia es intrínseca al sistema y ella impone normas, métodos, sistemas, que si bien son flexibles sus límites se imponen como la pérdida del capital invertido. Entonces la codicia apela a la astucia sin la cual no logrará ser un ganador. Este ganador comienza a fijar sus propias reglas desconociendo las existentes, porque sin reglas también él podría perder.
Hace un tiempo un viejo profesor me contó esta especie de parábola hablando sobre los agentes del mercado muy osados: «supongamos una mesa de póker cuyas apuestas llegan a mil pesos. Uno de los cuatro jugadores se siente teniendo cien pesos en el bolsillo. Como es muy hábil y confía en ello arriesga y gana. Al terminar el juego se lleva los tres mil pesos de la mesa. Entonces se sienta a jugar en una mesa cuyas apuestas suben a diez mil pesos, arriesga nuevamente y se lleva los treinta mil pesos de los otros. Con ese dinero repite la operación en una mesa de cien mil pesos de apuestas y se lleva los trescientos mil de los otros. En todos esos casos si perdía no tenía con que responder. Por último se sienta en mesas de apuestas de cien mil pesos, pero antes de jugar pide que le muestren los cien mil de cada uno de los otros y lo mismo hace él. Moraleja: trampea hasta que se tornan poderosos y no permiten el riesgo de que alguno de los otros le haga la trampa a él. Aparecieron las reglas, porque lo que pone en juego es mucho». Me dijo entonces, esto es lo que algunos especuladores hacen hasta que se hacen poderosos, entonces no permiten las trampas.
Cuando todo ello se convierte en sistema, en cultura, en prácticas individuales y colectivas, se van naturalizando las conductas de los concurrentes al juego del capital, juego que según la doctrina no debe tener arbitraje alguno, porque así lo impone la libertad del mercado, y que sólo la derrota es el castigo del que jugó mal sus piezas. Al atribuirle al mercado un mecanismo técnico y unas leyes que se presentan como un producto de la naturaleza que opera más allá de la voluntad de los agentes que intervienen, de allí la libertad del mercado: es libre porque permite la concurrencia de todos (todos los que tengan dinero para operar en él), libre porque en él la oferta y la demanda se enfrentan en un juego de uno contra uno que termina satisfaciendo a todos (según reza el dogma). Si bien esto es lo que observó Adam Smith en el siglo XVIII en Londres, donde muchos oferentes y muchos demandantes .
En el Manifiesto Comunista de 1848 Marx advertía: «La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado». No es que Smith fuera ingenuo, el contaba con el riesgo de la codicia del empresario, pero creía que el mercado lograría equiparar fuerzas y ser más distributivo, había escrito setenta y cinco años antes que Marx, todavía algunas de las prácticas del sistema no estaban tan claras. Marx señalaba prácticas que ya estaban en boga en su época. Por lo tanto, pretender encontrar juego limpio hoy es de una ingenuidad supina, o una hipocresía militante que trabaja para ocultar lo que en realidad pasa.
Veremos ahora, en las notas siguientes, la capacidad de ocultamiento ideológico que la ciencia económica practica en las instituciones académicas, donde abrevan los medios de comunicación.