La investigación y reflexión que propuse en la columna anterior tuvo la intención de avanzar hacia una mirada más profunda sobre el funcionamiento del sistema de medios. Poder desentrañar este complicado proceso nos permitirá tomar conciencia respecto de las dificultades que presenta su entramado. Si afirmo que es un complicado proceso, debo decir también que una de sus particularidades consiste en que todas sus partes están a la vista y fueron extraídas del lenguaje cotidiano del ciudadano de a pie. Es, precisamente, esta facilidad su mayor dificultad. Pido perdón por lo que aparece como un juego de palabras, pero no lo es.
Un ejemplo de lo que digo aparece en La Carta Robada, un cuento policial de Edgar Allan Poe (1809-1849). Su trama está basada en un simple hecho: se sabía quien la había robado y que la había escondido en su casa. La extraña actitud de esta persona consistió en esconderla en un lugar donde no sería buscada ni sospechada por la policía. Era el más simple y a la vista de todos: un tarjetero que estaba sobre el escritorio del estudio del ladrón.
Traslado este argumento al tema que investigamos ¿Por qué el funcionamiento del sistema de medios puede no ser entendido? Porque el proceso de la producción de la noticia se manifiesta en su superficie. No está escondido debajo de ella. Está disponible y a la vista, siempre y cuando seamos capaces de superar la mirada sencilla, ingenua, sin malicia, del habitual consumidor de información. Esto es lo que intenté poner en evidencia en la columna anterior, recurriendo al modo de pensar investigativo de la filosofía. Quiero llamar la atención del consumidor de noticias respecto de la singularidad sorprendente de lo analizado, del mismo modo que en el cuento.
Las palabras, conceptos o ideas, revisadas en el ejercicio anterior son parte del vocabulario coloquial, usadas cotidianamente por cualquier ciudadano de pie: recordémoslas: “fenómeno”, “manifestar”, “percepción”, “noticia”, “comunicación”, “información”. Muy pocas personas necesitarían ir al diccionario para saber sus significados. Lo que yo propuse fue, nada más que, recurrir precisamente al diccionario de la Academia y recuperar los significados establecidos. Ello nos permitió utilizar las mismas palabras pero deteniéndonos a reflexionar sobre esos significados; preguntándonos qué es lo que decimos cuando los utilizamos cotidianamente.
El problema radica en los modos de pensar habituales: no preguntarnos por qué dicen las palabras. ¡Qué es lo que nos propone la filosofía? La curiosidad que nos lleva a preguntar; para ello es imprescindible superar el autoengaño de que ya sabemos, por lo cual no necesitamos más. Esto significa aceptar que es mucho lo que no sabemos. Pero el juego de los medios, fundamentalmente la televisión, es que cualquiera puede hablar de lo que se presente porque tiene el derecho a opinar. Como este derecho es natural y se lo obtiene por el simple hecho de existir, es un derecho que se ejerce con toda impunidad –es decir, que no merece castigo–.
El simple ejercicio del parlotear, «hablar de cosas insustanciales o intrascendentes», para lo cual no se requiere ninguna formación previa, habilita a abordar cualquier tema y despacharse con un discurso. Al analizar lo que hicimos en la columna anterior hemos podido descubrir que la utilización impune del lenguaje habilita, y al mismo tiempo esconde, que las palabras simples tienen diversos significados que deben ser manejados con algún cuidado.
El ejercicio nos des-cubrió que se nos estaba diciendo muchas cosas, con palabras sencillas, respecto de las cuales no teníamos conocimiento de lo que querían decir: el ejemplo de las palabras in-formación y des-in-formación fueron un buen ejemplo. Su significado estaba a la vista de todos, — como en el cuento de Poe — en este caso el Diccionario de la Academia de la Lengua.
Creo que ahora puede aparecer el verdadero problema del sistema de información: la aceptación inocente, ingenua, cándida, crédula, con la cual el consumidor de la información acepta todo lo que recibe. Puede, en el mejor de los casos, adoptar una actitud de duda, pero no va más allá de ello. El paso siguiente que nos exige la duda es la posibilidad de preguntar. El público consumidor de noticias ha sido adiestrado en la convicción de que es una persona informada – Diccionario: «Que tiene amplios conocimientos sobre una materia». Sinónimos: «enterado, instruido, sabedor, anoticiado, impuesto». Por lo tanto si sabe no tiene necesidad de preguntar.
Aquí comienza el problema, que no está oculto, sin embargo debemos des-ocultarlo.