Terminé la columna anterior afirmando la necesidad de impedir que se imponga como una regla del sentido común que un candidato político sea alguien manufacturable. Para enfrentar esta moda, terriblemente perniciosa, debemos conocer como ha empezado todo esto. Nos va a ayudar continuar con una lectura crítica de la nota publicada en www.cronista.com (18-2-2011). En el diálogo que entablemos con la nota, espero que comiencen a aparecer algunas falacias o verdades aceptadas que sólo son verdades a medias. Veamos:
Desde mediados del siglo XX, cuando se creó la noción de marketing político, los tiempos cambiaron. Con ello las estrategias. Cada día prima más la imagen sobre el discurso, la mediatización en la política.
Unas cuantas columnas atrás (26-4-17) publiqué una referencia a la cuasi trasmutación del obrero militante y combativo en un ciudadano pasivo. Allí comenté los estudios de Wright Mills publicó con el título Los Nuevos Hombres de Poder, Líderes del Trabajo americano (1948) en el cual denuncia esta trasmutación. Describe la dinámica de los líderes entrelazados en una red de negocios con importantes funcionarios. El señalamiento más trascendental que permite entender el nuevo juego del poder es la conclusión de su investigación:
El obrero ha renunciado de forma efectiva a su rol tradicionalmente opositor y se ha reconciliado con el sistema capitalista. Aplacado por políticas económicas los sindicatos han adoptado un flexible rol subordinado a la nueva estructura de poder estadounidense.
Podemos entender mejor, adaptando en tiempo y espacio a los comienzos de la recuperación democrática (1983), podemos decir con mayor propiedad que la transformación cultural que se fue dando, sin prisa y sin pausa, en la sociedad occidental, y que con cierto retraso ingresó en América Latina, fue una cultura del “sálvese quien pueda” con la degradación del ciudadano en consumidor.
Todo ello agravado a partir de los noventa, con el imperio del Consenso de Washington (1989) acompañado por la globalización y el fundamentalismo de mercado o neoliberalismo A pesar de estas áreas controvertidas, un gran número de publicistas y miembros de los Think Tanks (también llamados laboratorio de ideas, son instituciones, cuya función es la reflexión intelectual sobre asuntos de política social, estrategia política, economía, militar, tecnología o cultura). Dicho en otras palabras, la publicidad del modelo imperial del capitalismo.
Con esto, quiero dar a entender que la afirmación del Cronista: «cuando se creó la noción de marketing político, los tiempos cambiaron» si se acepta como verdad debe, de inmediato, agregarse que para que ello fuera posible no se puede olvidar lo que quedó dicho en los párrafos anteriores.
Una larga y profunda trasformación del ciudadano de a pie, para ir convirtiéndolo en un consumidor, figura aparentemente más ingenua que aprovecha la necesidad de todo ser viviente de alimentarse, de consumir. Esta necesidad, mucho más compleja en el ser humano con la posibilidad de elegir entre varios modos posibles, puso en evidencia cómo funciona el deseo, de lo cual había hablado Sigmund Freud a fines del siglo XIX.
La publicidad moderna incentivó ese deseo con instrumentos que, muchas veces, violaron el límite de lo aceptable, para manipular a ese consumidor, conduciéndolo hacia los productos publicitados: apareció la sociedad del consumo. La figura del consumidor, una vez impuesta como sinónimo de sujeto moderno para una sociedad de mercado, facilitó el paso siguiente: el consumidor también comenzó a consumir candidatos políticos. Si esta frase suena muy fuerte comparemos la presentación de un producto cualquiera, la publicidad que lo acompaña, con la presentación de ese candidato fabricado, que veremos más adelante, y encontraremos las similitudes.
Entonces, como dicen en el campo: «no se debe atar el caballo detrás del carro», es decir no alterar el proceso causal. Fue necesario haber transitado ese proceso de décadas, padecer las modificaciones a las que fue sometido el ciudadano de a pie, para que se pudiera aceptar tan pasivamente esa aberración política: fabricar candidatos como productos de consumo.