Parte I
Comenzaremos por preguntarnos qué cosa es reflexionar – según RAE: «considerar nuevamente algo, pensar con cuidado, atenta y detenidamente sobre algo» ─ nos enfrenta, de inmediato, ante una pregunta nada sencilla de responder. Puesto que para responderla, dicen los que saben, es necesario partir de alguna base que es necesariamente filosófica. Pareciera, entonces, que para reflexionar se debe preguntar y el preguntar es una actividad filosófica. ¿Es necesario entonces ser filósofo? Efectivamente se debe ser filósofo. Pero no debemos desesperar: filósofo somos todos cuando nos detenemos a pensar sobre algo.
Recuerden a Discepolín que decía del Cafetín: «En tu mezcla milagrosa de sabiondos y suicidas yo aprendí filosofía…» esa es una filosofía de la vida, de nuestras vida cotidianas. Todas las preguntas que a diario formulamos, y nos formulamos, en alguna medida, pertenecen al reino de la filosofía. No la que ciertos señores serios con gruesos anteojos cultivan, sino la que circula por las calles del barrio.
Entonces acerquémonos, nosotros los ignorantes – según dice el diccionario: personas que no saben− y en eso de ignorar todos tenemos mucho ignorado. Bien, asumiendo esa condición, deberemos aclarar que no somos ignorantes absolutos, sino en algunos temas, en este caso ¿sabemos, qué es reflexionar, aunque utilicemos esa palabra muchas veces?. Partiendo de aceptar que reflexionar y filosofar son primos muy cercanos. Dirijámonos a esos que dicen que saben y veamos qué son capaces de ofrecernos.
Por ejemplo podemos leer que «La filosofía es un conocimiento, un saber, de los tantos que posee el hombre, que resulta de una actividad que se llama filosofar». Equivale a decir: «hablar es lo que hacen aquellos que hablan», pero esto no nos permite avanzar ni un milímetro.
Veamos a “otro de los que saben” que nos dice: «Hay algunos que sostienen que no se puede enseñar filosofía, pero sí a filosofar». ¡Interesante! Podríamos entenderlo comparando el filosofar con el aprender a andar en bicicleta: se aprende intentado subirse a la bicicleta y pedalear. Pero ¿eso nos pone en el riesgo de darnos un golpe? Y “otro de los que saben” nos responde:
«El hombre comienza a filosofar cuando pierde todas las certezas que tenía, cuando todo a su alrededor se tambalea y no tiene de dónde agarrarse para no caer. Esto es así porque la filosofía pretende ser un saber sin supuestos; es decir, que no parte de nada anterior a sí mismo».
De esta afirmación se desprende, entonces, que los que están seguros de saber todo lo necesario no están en condiciones de filosofar, por lo tanto de poder saber qué es la filosofía. La humildad es, entonces, una condición del filósofo. Cuenta la tradición que uno de los mejores amigos de Sócrates (470-399 a. C.), le preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates, y la Pitonisa (adivina o hechicera) le contestó que no había ningún griego más sabio que él:
«Al escuchar lo sucedido, Sócrates dudó del oráculo, y comenzó a buscar alguien más sabio que él entre los personajes más renombrados de su época, pero se dio cuenta de que creían saber más de lo que realmente sabían, en cambio él era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia. De allí sale su afirmación: “Solo sé que no sé nada”».
Ahora, creo, que hemos descubierto algo: si preguntamos ¿Qué es eso que se llama filosofía? es porque no lo sabemos y, además, hemos descubierto que no lo sabemos. Entonces también tomamos conciencia de que estamos ignorando, que no tenemos certezas o que las hemos perdido. De cualquier modo entramos en un estado de necesidad de saber, que nos aguijonea y nos remite, por lo tanto, a comenzar a preguntar.
Y el tema sobre el nos vamos a preguntar en estas reflexiones es ¿Qué es la política? Deberemos diferenciar esta palabra de algunas que dan vueltas alrededor de ella.
Parte II
Por lo que hemos visto hasta ahora es que: sólo aquella persona que reconoce su ignorancia está abierta al conocimiento, en otras palabras de comenzar a filosofar. Podemos anotar, como un primer paso: el reconocimiento de que algo nos falta es la condición necesaria que nos lleva a la pregunta ¿qué nos falta? y ¿por qué nos falta? Creo que hay aquí algo que debemos guardar dentro de nosotros, como un primer aprendizaje: el humilde que pregunta está en el camino de aprender.
«El acto de preguntar, es único y específico del ser humano. Expresa la curiosidad por conocer, por trascender más allá de la experiencia inmediata de las cosas. La pregunta nace de la capacidad de descubrimiento, del asombro, y por ello la pregunta implica el reconocimiento de una carencia. El preguntar está íntimamente relacionado con la curiosidad».
La afirmación: «La filosofía comienza por el asombro» aparece al principio del libro de Aristóteles (384-322 a. C) Metafísica (del griego meta = lo que está más allá; phisika = el orden natural; “lo que está más allá de la naturaleza”). Esa frase ha logrado una aceptación universal. Asombrar significa, de acuerdo a su etimología, sacar a alguien de las sombras, alguien que está en la oscuridad, y se lo lleva hacia la claridad, hacia la luz que simboliza la verdad.
«El asombro es un estado o sentimiento que normalmente afecta a las personas cuando se descubre, se manifiesta algo totalmente fuera de lo habitual, algo inesperado que no encuentra una explicación inmediata».
Por ello sin asombro, sin aquello que nos sorprende, que nos inquieta, que nos deslumbra y hasta podríamos decir nos encandila −esta palabra nos habla de una cantidad muy intensa de luz por la cual nos impide ver bien−. El problema se presenta cuando no hay pregunta posible porque todo se nos presenta bajo una manto de lo ya conocido o sabido. Podría decir se vuelve de un color gris homogéneo. Cuando algo sobresale sobre lo cotidiano, lo habitual, algo que se destaca dentro de ese paisaje, algo que, aunque lo hayamos visto antes no habíamos reparado en ello, porque habíamos visto pero no mirado con atención, especialmente, se nos impone preguntar: ¿qué es eso? En busca de una respuesta, una explicación por la necesidad humana de saber y comprender.
Sin asombro, entonces, pareciera que no se llegará a parte alguna en el camino de saber más, que parece ser otra forma del filosofar. Sin la pregunta que busca una respuesta que satisfaga a la mirada inquisitiva, se estará a expensas de lo que otros nos cuenten, de los asombros de aquellos que encontraron una respuesta para ellos, y por tal razón, por nuestra falta de curiosidad, nos quedaremos sin construir por nosotros mismos una verdad propia, nuestra perspectiva dentro del mundo compartido. Esta verdad la iremos corroborando en la medida en que la crucemos con otras verdades que la pongan a prueba. El filosofar obliga a confrontar nuestras verdades con las verdades de los demás.
Ser entonces pequeños filósofos de la vida, porque somos parte integrante del grupo de los asombrados, es lo que nos habilita a no eludir el ser protagonistas de nuestro mundo. De todo ello podemos concluir que el preguntar es el instrumento de la construcción de un conocimiento, tarea de la que hemos sido parte.
Hay una muy interesante anécdota que debemos incluir acá porque encierra una importante enseñanza: es la que cuenta el Doctor en Física, Arno Penzias, Premio Nobel de Física (1978):
«¿Cuál fue tu mejor pregunta hoy? Con este saludo recibía Jennie Teig Rabi a su hijo Isaac, cuando este regresaba de la escuela. El pequeño Isaac Isador Rabi creció y llegó a ser uno de los más distinguidos físicos del siglo veinte. Por ello recibió también el Premio Nobel en física (1944)».
Un ejemplo del asombro:
«Siempre vi que el sol salía por el este y se ponía por el oeste, pero hoy ese hecho me produce admiración y me pregunto: ¿por qué el sol sale por el este y se pone por el oeste? Como dice Aristóteles, éste es un saber sin utilidad, porque independientemente de lo que yo concluya, el sol seguirá haciendo lo que venía haciendo. Es un saber por el puro gusto de saber».
Estamos comenzando a filosofar.