El mito del mercado libre IX

Voy a redefinir los dos campos caracterizados antes para una mejor comprensión, al menos así lo espero: al ateísmo científico-militante lo denominaré sólo científico – tal vez mejor: cientificista, a pesar de las dificultades que presenta para que la ciencia económica sea parte de él−, a pesar de ello esta ciencia se ha ido deslizando hacia lo modélico, lo matematizante, lo cibernético –en tanto pretende definir el mercado como una estructura auto-reguladora de sistemas−. Los defensores de la iglesia no han sabido presentar a figuras conocidas –aunque las hay− capaces de confrontar ideológicamente con el primero por lo cual la batalla ideológica ha sido sencillamente ganada por los primeros por abandonos del campo.
Entonces, nos encontramos con que el campo político-ideológico no ha mostrado a un polemista de calidad en condiciones de confrontar ideas. También sostengo que no es que no los haya sino que no tienen la necesaria publicidad y, para mal de males, las universidades católicas defienden el liberalismo económico en sus cátedras –salvedad hecha de algunas pocas excepciones−.
Ahora bien, la matriz judeocristiana de larga tradición humanista, siendo un componente importante de la conformación de la modernidad occidental, como lo demuestran los siglos XV y XVI, no ha logrado hacerse presente en el espacio público con una defensa de lo humano, sostenida por esa muy vieja y fértil tradición intelectual. Algunos intentos no han superado el lenguaje medieval escolástico y ello ha desmerecido sus aportes. Los ataques de Roma a dos líneas de pensamiento latinoamericano –la filosofía y la teología de la liberación− sepultaron por un tiempo, en estas últimas décadas, una fuente importante doctrinaria.
Hagamos un poco más de historia para analizar lo que he presentado como una contradicción: el aporte judeocristiano de la modernidad y el proceso del siglo XVIII con la aparición de la Ilustración.
El anticlericalismo, asumido por diversas vertientes del pensamiento político, fue una doctrina dominante que cometió el mismo error de los pensadores ilustrados: confundir – o no saber diferenciar− la institución eclesial –de las varias religiones, tanto católicas como protestantes− de la herencia humanista judeocristiana que estaba en la base de la cultura moderna europea. El movimiento denominado Renacimiento fue una revisión de las tradiciones grecolatinas a la luz del cristianismo. Dice Wikipedia:

Renacimiento es el nombre dado a un amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental durante los siglos XV y XVI. Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también se produjo una renovación en las ciencias, tanto naturales como humanas. Fue fruto de la recuperación de las ideas del humanismo judeocristiano, que definió una nueva concepción del hombre y del mundo sintetizando las vertientes que confluyeron en los primeros siglos, del I al IV. El nombre «renacimiento» se utilizó porque este movimiento retomaba ciertos elementos de las tradiciones que fueron estructurando lo que llegó a ser, siglos después, Europa. La sustitución del teocentrismo medieval por un tipo de antropocentrismo colocó al hombre –persona− en el centro de las preocupaciones. Los Grandes del Renacimiento fueron todos cristianos, aunque no disimularan sus diferencias con Roma.

El Profesor Ángel Santos Ruiz, Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, fue preguntado: ¿Qué es Europa? Respondió con sólo tres palabras: Atenas, Roma, Jerusalén. Una magnífica síntesis. Europa es hija de las culturas que tuvieron su centro creador en esas tres ciudades. La cultura griega revisó desde la Razón los mitos religiosos, creando la Filosofía. Concibió el concepto de ciudadano libre, aunque éste tuviera las restricciones de una sociedad esclavista. Impuso a la Bellas Artes una perfección en cierto modo inextinguible. Su vigencia vuelve a aparecer, a renacer de algún modo, en el Renacimiento de los siglos XV y XVI, y siguió siendo inspiración para reflexionar sobre los derechos sociales, la dignidad de la persona y el respeto a las libertades individuales.
Planteado de otro modo: el pensamiento humanista moderno es un gran deudor de esas tradiciones, que reelaboró aportando su cuño occidental. Éste le otorgó una síntesis muy rica que, en gran parte, la diferenció de los aportes recibidos durante la Edad Media de las tradiciones orientales. Nada de ello hubiera sido posible sin la recuperación de la tradición judeocristiana, ya mencionada. La Modernidad, entonces, en su desarrollo filosófico, es hija del cristianismo, sin el cual no hubiera llegado a ser lo que hemos heredado.
Ya quedó anotado el problema de la encrucijada que las luchas de clases, entre las burguesías en ascenso y la nobleza, atada a las formas monárquicas, lo cual no dejó espacio para matizar las diferencias de las confrontaciones. Ese campo de ideas se pintó de blanco y negro y así parece haber sobrevivido hasta hoy.

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