44- Para después de la pandemia ¿qué será del ciudadano-consumidor? II

Ricardo Vicente López

La idea central de estas notas es con-vocar a una reflexión, que se detenga y demore en un proceso de rumia de las ideas que vayan apareciendo, con la intención de pro-vocar la necesidad de pensar y re-pensar el tiempo en que nos toca vivir. Este tiempo de hoy se nos presenta bajo una condición paradójica que podemos vivir, percibir, padecer, disfrutar, como actores o espectadores directos. Sin embargo, por una extraña condición del hombre moderno, pasamos rápidamente lo que está ante nuestra mirada, pero no siempre vemos todo. Digo mejor, casi nunca vemos todo, lo que vemos es apreciado por nuestra mirada con bastante dificultad, sólo parcialmente, superficialmente.

Intentamos convencernos, las raras veces en que nos demoramos en una reflexión profunda y severa, de haber captado la verdad de lo acontecido sin zarandear esa mirada de la carga de pre-juicios (en su acepción etimológica: ‘juicio previo’, que en tanto tal ignora, por no haber revisado críticamente) y, por ello mismo, es ingenuo, porque sólo ha captado una versión aparente, sesgada y fragmentaria. Entonces, la invitación es a re-flexionar sobre lo que acontece y sobre lo que de ello hemos podido recoger en la conciencia. Nada sencillo, pero sí imprescindible, para una comprensión más profunda de la realidad social. Ésta no debe ignorar sus contenidos políticos.

Todo ello se hace mucho más complejo si se incorpora a esa reflexión la excepcionalidad de un tiempo pandémico, cuya condición está atravesada por la novedad que depara vivirlo sin conocimientos de antecedentes. Es una especie de camino cuya continuidad está sumergida en densas nieblas que impiden la vista de la distancia. La modernidad, con su tiempo acelerado que rompió la quietud de la vida tradicional, se ve ahora perturbada porque su Razón ignora casi todo sobre este nuevo tiempo. La vida moderna, en su cotidianidad, fue descrita por el filósofo argentino Enrique Dussel, con mucha sabiduría:

Es siempre así, y ha sido siempre así, lo más habitual, lo que “llevamos puesto”, por ser cotidiano y vulgar, no llega nunca a ser objeto de nuestra preocupación, de nuestra ocupación. Es todo aquello que por ser aceptado todos pareciera no existir; a tal grado es evidente que por ello mismo se oculta.

La lectura de este párrafo nos está mostrando con claridad qué es lo que quedó atrás: la  displicencia de una vida que discurría acompañada por las seguridades de un saber que le esperaba a la vuelta de cada esquina. Hasta se podría calificar como sumida en el aburrimiento burgués que le aseguraba una vida consolidada en sus certezas. Creo que esta es la condición del espíritu del ciudadano-consumidor: observar el acontecer como si se mirara desde la ventanilla de un tren en marcha. Esto impregna los males de época. Es que se fue adentrando, en ese modelo de ciudadano, la actitud de un modo de ser del espectador-consumidor, un modo cotidiano condicionado por los contenidos de la información televisiva. Esta experiencia, ha sido la consecuencia de una traslación de modelos manipuladores del mundo noratlántico. Para ello, la sociedad del Norte, tiene métodos y técnicas largamente elaboradas y puestas en práctica por los laboratorios del poder concentrado estadounidense.

Ese modelo cultural fue acompañado por una nueva experiencia que introdujo la técnica del videoclip: someter al ciudadano de fines del siglo pasado a la percepción del ritmo que le imprime la velocidad de las imágenes: «una pieza muy corta filmada con un ritmo vertiginoso, más parecido al de la publicidad que al del cine». Tal vez sea una experiencia tardía de la cultura de los noventa que propone un placebo para no dejarnos caer en la somnolencia de la vida repetida. Una especie de shock para reactivar las neuronas adormiladas. Tal vez, y al mismo tiempo, el propósito haya sido lograr un modo de percibir que obstaculiza la posibilidad del ejercicio de una mirada reflexiva y crítica sobre el acontecer diario.

Acompañando esas prácticas de la percepción amañada, ofrece lo que podría definirse como lo peor de la cultura periodística que exporta la prensa estadounidense: el valor de la noticia [[1]], la realidad sometida a la vertiginosidad de lo evanescente. Un relato cuyo valor, si lo tiene, dura muy poco. Desaparece para dejar lugar a lo que sigue, en una vida de catarata. Su sustancia es efímera porque, como la llama del fósforo, su misión termina de inmediato. Es una de las expresiones más fieles del vivir sin futuro. Somos, en nuestra inconsciencia, parias del tiempo, perdidos en una multiplicidad de encrucijadas, sin tener criterios claros para elegir. La elección aparece travestida en opciones ya precocidas, predigeridas, expuestas en alternativas binarias. Se nos impone, sin tiempo para percibirlo, como decisiones de otros, de otro lugar: pasamos de elector a ser elegido por quien ofrece. Entonces, la vida “nos pasa”, el tiempo nos es extraño.

Un profundo pensador del alma humana, el sabio español, Olegario González de Cardedal  (1934), nos invita a pensar junto a él estas palabras que contienen otra verdad:

El hombre es memoria de lo vivido y anticipación de lo porvenir. Con su forma de vivir puede obturar o abrir las fuentes de la esperanza. En libertad puede encarar el futuro, preparándose a él o aturdirse a sí mismo reprimiéndolo. ¿Qué olvidos, rechazos y represiones nos ciegan el futuro?… Un saber de futuro le riega las entrañas como agua mansa, calando sus terrenos interiores, mientras le lleva a recordar aquella patria de la que viene y hacia la que  marcha.

El escritor Octavio Paz  (1914-1998) agrega otra faceta para pensar el tiempo:

La historia no es un absoluto que se realiza, sino un proceso que sin cesar se afirma y se niega. La historia es tiempo; nada en ella es durable y permanente. Aceptarlo es el comienzo de la sabiduría.

Estas citas nos ponen en la pista de un extrañamiento del hombre moderno, nosotros, con respecto a una dimensión esencial de la vida humana, el tiempo, con el que nos relacionamos muy mal o nos divorciamos inconscientemente. Volvamos a González de Cardedal:

Cada generación vive la esperanza de una forma, aferrándose tensa a este mundo como única realidad (desesperación) o contando serena con un futuro en el que el presente logra su sanación en un sentido y su plenitud en otro (esperanza). La historia de los últimos siglos ha sido una larga marcha hacia la conquista de la libertad en todos los órdenes. Cuando ésta es pensada o vivida como dominación del prójimo o insolidaridad con el prójimo, surge la soledad profunda. Y al quedar remitido a sus solas fuerzas y confianzas le asalta al hombre la desesperanza. Éste, consciente de su finitud, sabe que no puede fundar por sí mismo un futuro en amor y felicidad. Una y otro son don de los otros y del Otro.

¡Qué difícil es para nosotros, hombres y mujeres de esta época, poder asumir que el tiempo no es sólo ese presente evanescente, que se muestra y se va en una sucesión vertiginosa de imágenes, o el que llega hasta a mostrarse como una repetición perpetua que nos hunde en el tedio de vivir, ¡un presente sin sentido, sin razón! Sin embargo, si nos impusiéramos la pausa necesaria para no dejarnos arrastrar por el ímpetu impuesto, nuestra vida podría detenerse reflexivamente ante todo lo pasado que está allí, ante nosotros. La sabiduría del tiempo ya vivido, con una extraña magia, nos remitiría hacia la construcción de futuros posibles.

Poder desprendernos de la condición que nos somete a esta forma de servidumbre, la del tiempo instantáneo, repetitivo, como una forma del presente perpetuo. Es un paso importante, liberador, en el camino de recuperación de un nosotros “más humano”. Siempre disponible para quienes se aventuren por esos nuevos senderos. De este modo, podríamos permitirnos saber lo que la vieja sabiduría judeo-cristiana nos recuerda: «Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol», dice el Eclesiastés.

El extrañamiento del tiempo, siendo una dimensión esencial de nosotros mismos, ya que somos tiempo vivido, creo que se impone hoy como una alternativa de reconstrucción de lo humano. Este tiempo pandémico, de desestructuración de la mayor parte de todo lo conocido, abre una muy buena posibilidad de atrevernos a otra cosa. Esto puede ser una amenaza que nos somete a la desesperanza. Pero, también contiene la posibilidad de transformarlo en una aventura que nos abra las puertas de un mundo mejor. Tal vez el mayor esfuerzo radique en la necesidad de hacernos cargo de nosotros mismos para poder pensar nuestro futuro: un tiempo para construir con las manos fraternas, los deseos de todos de una vida más equitativa.

Hay, en esta tarea, una idea implícita que nos llevará a desbrozar una antropología latente en el hombre moderno: el ejercicio de nuestra libertad. Se trata de reconstruir este hombre que se ha ido des-humanizando, recuperando los mejores intentos de ser más humano. Recurramos otra vez al maestro González de Cardedal:

El hombre sólo se realiza humanamente si ejercita cuatro miradas: hacia afuera (mundo) y hacia arriba (trascendencia), hacia adentro (interioridad) y hacia adelante (futuro absoluto). El movimiento hacia arriba abre, el misterio de Dios; el movimiento hacia adentro abre a la íntima realidad humana; el movimiento hacia afuera abre al mundo: la naturaleza y los otros hombres, en sí mismos y en sus obras; el movimiento hacia adelante abre hacia el futuro como consumación de las propias posibilidades y del sentido de la historia total… La verdad del hombre habita en estos cuatro ámbitos: en lo interior y en lo exterior, en lo superior y en lo por delante. Cada una de estas miradas tiene que ser trascendida e integrada en una acción que no rompa la circularidad.

El lenguaje que utiliza, de cuño judeo-cristiano, debe ser tomado como un modo de pensar lo humano del hombre actual con mayor profundidad. No debe ser entendido como una religiosidad que impone una fe. Propone una filosofía de lo humano que da un paso más allá de lo que nos ofrece una cotidianidad ramplona. Es un intento serio de pensar y de pensarnos, en este tiempo que se abre a diversos futuros posibles.


[1] Comunicación o informe que se da acerca de un hecho o un suceso reciente, en especial si se divulga en un medio de comunicación. ¿Quién define que es noticia y que no?