Por Ricardo Vicente López
Voy a cumplir en esta nota la promesa que he ofrecido en mi nota anterior: “Evolución histórica y distintas miradas sobre el Capitalismo”. En ella, y continúo en esta, he tomado como disparador la investigación realizada por Michel Albert (1947) un economista, intelectual y activista radical estadounidense, que desarrolló la propuesta de economía participativa como un aporte a la crítica de un capitalismo. Éste se presenta como opción única, superadora de todas las existentes. Como ya quedó dicho en la nota anterior, la publicación del libro, de Francis Fukuyama, “El fin de la Historia y el último hombre” (1992), fue presentado como un manifiesto triunfal, sosteniendo con una sentencia impactante: habíamos llegado al fin de la historia que decretaba el fin de las ideologías.
Estos postulados, que también son ideológicos, tienen como base una afirmación falaz: hay un solo capitalismo. Esta línea política fue defendida y aplicada por Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido (1979-1990), cuyo contenido se expresaba en una frase tajante: “There is no alternative” [No hay alternativa] [[1]]. Su fundamento definía el modo de pensar que daba lugar a esa afirmación: “Hay un solo tipo de problemas y un solo modo de resolverlos”. Veamos que dice wikipedia:
El pensamiento único fue descrito por primera vez por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1819) como el pensamiento que se sostiene a sí mismo, constituyendo una unidad lógica independiente y cerrada. El filósofo Herbert Marcuse describió un concepto similar que él denominó pensamiento unidimensional (1964) en el contexto de esa época, como crítica de la sociedad tecnológica avanzada. Para Marcuse este tipo de pensamiento está impuesto por la clase política dominante y los medios suministradores de información de masas.
Lo que le estoy proponiendo, amigo lector, es desanudar un argumento que sólo puede imponerse si no le oponemos una crítica con cierta rigurosidad. Cuando una falsedad es el sostén de otra, y esta, a su vez, de otra, la que queda oculta, debajo de esa acumulación, se convierte en un dogma categórico. Si bien, desde comienzo de los ochenta este es el programa que se ffue implementando a través del puente ideológico transatlántico M. Thatcher – R. Reagan. En los noventa se despejó el panorama político, para este proyecto, con la caída de la URSS, cuyo fracaso fue convertido en prueba irrefutable. Esto fue exhibido como una verdad científica. Además, eso le permitió colocar al modelo anglo-sajón estadounidense como la única forma o modelo de capitalismo. Es a esto a lo que responde Albert en su libro Capitalismo contra capitalismo (1993).
Si retomo este tema es por la siguiente razón: el período que se extendió entre el fin de la II Guerra mundial (1945) y la implosión de la Unión soviética (1991), conocido como la Guerra fría, dado que seguía el clima bélico, pero ahora sin armas letales. Este concepto se sostenía en que la derrota del nazismo había sido nada más que una primera etapa del enfrentamiento de dos modelos: la democracia y el autoritarismo. Entonces: la guerra contra el nazismo fue la primera etapa de un proyecto superior que proponía la democratización del mundo(entiéndase esto como la total yanquización). Derrotada la terrible experiencia nazi, comenzaba una segunda etapa que se proponía derrotar al comunismo. La aparición de las bombas nucleares imposibilitaba un camino bélico que no tendría ganadores.
El agotamiento de lo que fue conocido como la experiencia del socialismo real, es decir la aplicación de lo que se definía como el marxismo- leninismo a un proyecto político concreto, la Rusia zarista, no dejaba otra posibilidad que el capitalismo estadounidense, entendido éste como la esencia excluyente de ese modelo. Se negaba entonces las variadas experiencias políticas europeas y, sobre todo las nórdicas.
¿Por qué es necesario que pongamos nuevamente en debate este tema, que parece ya obsoleto? ¿Qué nuevos aportes pueden surgir de una nueva revisión? Una primera respuesta surge de la necesidad de salir de este desierto de ideas que impone el neoliberalismo. No perdamos de vista que la utilización del prefijo “neo” le permite presentarse con ropajes novedosos. Además, cae una y otra vez, en el vicio de reducir el ámbito de las experiencias políticas a las que se han dado en el mundo noratlántico. Esto empobrece el pensamiento político al desconocer la creatividad de múltiples casos de la periferia. Para nosotros, en especial, la riqueza del pensamiento hispano-latino-americano, que desde mediados del siglo pasado ha realizado aportes muy importantes desde la línea de lo que se conoció como la Tercera Posición, el Tercer Mundo y la Filosofía de la Liberación.
Ricardo Aronskind, Licenciado en Economía (UBA), Magíster en Relaciones Internacionales por FLACSO e Investigador-docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento, Instituto del Desarrollo Humano IDH, Área de Política, ha publicado un artículo retomando la lectura del libro de Albert que estoy comentando. Con un subtítulo que interesa por lo que anuncia: Del menemismo anglo-sajón al kirchnerismo renano, recupera las categorías de análisis político de Albert y propone una mirada sobre nuestro país. Dice, entonces:
El libro [de Albert] dio lugar a interesantísimas y extensas polémicas, ya que los norteamericanos, que se sentían ampliamente representados en el primer modelo, se burlaban del bajo crecimiento económico de los europeos del otro modelo, de los índices más altos de desempleo que se registraban del otro lado del Atlántico y de la escasa innovación empresarial en relación a los cambios que ocurrían en territorio norteamericano. Los europeos del modelo renano, a su vez, no dejaban de escandalizarse por las disparidades distributivas de los anglosajones, de los peligrosos desequilibrios que se generaban en los mercados debido a la falta de regulación, y de algunos estándares tercermundistas que aparecían en materia social.
La fuerte presión informativa de la propaganda estadounidense en nuestro continente opacó este debate que no llegó a ingresar en las aulas académicas. Éstas, desde fines de los setenta, estaban colonizadas por la corriente neoliberal de la Escuela de Chicago que no dejó espacio para un debate que hubiera sido enriquecedor. Sigue Aronskind:
Si bien todo el mundo se ha ido desplazando en las últimas décadas hacia el modelo anglosajón, debido a la persistente presión del capital sobre los logros sociales y las instituciones keynesianas de la posguerra, la grave crisis mundial de 2008 y las grietas del modelo basado en la libertad corporativa absoluta parece darle la razón a los partidarios del capitalismo renano en cuanto a la necesidad de mantener regulaciones que impidan que los mercados caigan en desequilibrios desmesurados.
En un segunda apartado que titula, con cierta ironía El modelo anglo-sajón-renano argentino, señala algunos rasgos de esta extraña mezcla de modelos:
En el caso argentino, en nombre del “dinámico modelo anglosajón”, en los ’90 se ensayó la transferencia de monopolios estatales al sector privado, una apertura financiera indiscriminada con reendeudamiento, una destrucción de capacidades productivas nacionales para facilitar negocios de importación y la concesión de actividades rentísticas hacia sectores privados privilegiados.
No se sorprenda, amigo lector, si estas palabras le resuenan como una música ya muy conocida, de triste memoria y de resultados catastróficos, que hoy volvemos a experimentar:
La extranjerización, que atravesó todas las transformaciones de esa década, cambió también la composición de la cúpula empresarial, incrementando fuertemente la presencia de las multinacionales, cuyas lógicas de inversión dependen de estrategias globales que se diseñan en las casas matrices. Se configuró así un capitalismo que coincide con el modelo anglosajón en materia de debilitamiento y precarización de los estándares de vida sociales, pero que rescata cierta capacidad regulatoria del capitalismo renano, no en función de resguardar la estabilidad y previsibilidad del sistema productivo, sino de reforzar desde el estado la rentabilidad de sectores empresariales privilegiados.
La dualidad de conceptos que propuso Michel Albert, hace más de 30 años, posibilita un análisis a partir de los dos modelos de análisis. El gobierno de Menem se entregó, sin dudas, al salvavidas que parecía ofrecerle el modelo del capitalismo anglosajón. Décadas después, la experiencia kirchnerista se ubicó en un modelo de capitalismo más regulado, y con una sensibilidad social que el otro rechaza:
El menemismo –versión local de un neoliberalismo agresivo y antisocial—, y el kirchnerismo, encarnaron dos formas de entender al capitalismo que ponen énfasis en distintos aspectos. El menemismo, en promover la rentabilidad empresarial –local o extranjera— sobre cualquier otro valor, y el kirchnerismo en intentar compatibilizar la rentabilidad empresarial con la viabilidad social del sistema. Mientras en el menemismo la gobernabilidad reposa en una sociedad debilitada y fragmentada, en el kirchnerismo en una sociedad integrada a la producción y el consumo masivo.
Si propongo esta línea de reflexiones es porque me parece que debemos salir de los esquemas binarios que contraponen capitalismo contra socialismo. Si bien, la utopía de un mundo fraterno no debe desecharse. El resultado de los debates ideológicos, controlados por los grandes medios de información, lo que se ha dado en llamar la batalla cultural, ha arrojado resultados que no pueden ignorarse. Las ideas del individualismo, del consumismo, del sálvese quien pueda, dicho en otras palabras, el famoso “American way of life” (la forma de vida de Estados Unidos, según la versión que Hollywood propagandizó por el mundo, que ocultaba el trasfondo de los excluidos por ese sistema) ha ganado una de esas batallas.
Esto no debe entenderse como un derrotismo que abandona la lucha. Por el contrario, según mi opinión, es necesario rever los sustentos ideológicos de los debates actuales, la disparidad de los valores humanos que no se expresan pero que existen, para reinstalar el debate en otros términos. Aceptar debatir en el terreno de nuestros opresores es compartir el sustento de sus ideas sin que tomemos conciencia de ello.
Entonces, aceptar que hay más de un modo de desarrollar un modelo socio-político que privilegie la salud integral de las grandes mayorías. Es necesario recuperar alguna forma de Estado de bienestar (se llama como se llame) que corrija las imperfecciones de los pasados, pero que no abandone a los necesitados por las exigencias de un capital financiero que impone sus privilegios. La capacidad productiva no puede subordinarse a las necesidades de la renta del capital. Allí, la presencia de un Estado regulador que intervenga en la distribución de esas riquezas con criterios equitativos.
¿Qué nombre se le puede
poner a ese modelo? Importa poco, con tal de que coloque en primer plano la grandeza de la Patria y la felicidad de su pueblo. En un camino que
en América Latina adquirió diversos nombres: justicialismo, socialismo
nacional, capitalismo nacional, tercermundismo. Yo me atrevo a proponer una
doctrina que coloque en el centro de su pensamiento el humanismo cristiano (sin
connotaciones eclesiales, sino como la herencia de la cultura judeo-cristiana).
Esa doctrina deberá atender el desarrollo
integral de todo el hombre y todos
los hombres. Sin exclusiones de ningún tipo.
[1] Amigo lector: no se deje llevar por comparaciones superficiales respecto de ciertos políticos que dicen hoy cosas parecidas.