Si bien es cierto que es un fenómeno conocido, no por ello ha entrado en el dominio público por la falta de tratamiento que hacen de él las agencia internacionales. Me refiero a la ingenuidad e inocencia de la conciencia popular estadounidense. Algunos emergentes permiten medir el grado de esas particularidades: a) el peso que el fundamentalismo evangélico tiene en la cultura, cuya dimensión puede ser percibida por el hecho que en más de la mitad de los Estados interiores tienen prohibido hablar en las instituciones educativas del la ley biológica de la evolución de las especies (pleno siglo XXI); b) se informan por medios locales de lo que acontece en su derredor ignorando en una medida sorprendente el mundo nacional e internacional; c) una encuesta realizada en el nivel medio educativo comprobó que más del 60% de los estudiantes tenían dificultad para ubicar Nueva York en el mapa. La figura de Homero Simpson habla a las claras del ciudadano medio.
Lo preocupante de esta información es que hace un tiempo parte de este fenómeno comienza a detectarse en nuestro país. La respuesta inmediata y fácil se encuentra en las condiciones en que se encuentra la educación en la Argentina, como si fuera un fenómeno circunscrito a un país y no un proceso mundial. Parte de lo que debemos a la globalización. Algunos investigadores han hablado de la macdonalización de la cultura mundial. Y el neologismo es muy expresivo del proceso que está avanzando. Aunque a nivel nacional podríamos traducirlo por la tinelización de la cultura, reflejada en los resultados que se pueden medir en los rating televisivos, la masividad de ciertos espectáculos, en el tipo de gustos de un público masificado, etc.
Los medios de información nacionales aprovechan esta característica, propia de estos tiempos, para hacer uso de una impudicia que va en crecimiento. Como si estuvieran sometidos a una competencia por demostrar cual es peor, unos y otros se mantienen en una paridad deplorable.
Así podemos comprobar cómo lo que se dice en cualquiera de ellos es tomado por el gran público como verdad revelada, aunque, para alentar alguna esperanza, parece que parte de ese público está comenzando a desconfiar de esos medios. Es que el abuso en la utilización de una información distorsionada ha comenzado a despertar sospechas. Desde la burda utilización de títulos que son desmentidos en el desarrollo de la misma noticia hasta la falsificación lisa y llana de la verdad. En un nivel un poco más sutil se da por verdad lo que todavía no ha sido corroborado, pero la carrera por la primicia no permite verificar las fuentes de esa información. Decirlo antes que los demás tiene más valor que la verdad misma. Lo que se afirma hoy puede ser desmentido mañana en el supuesto que el público ya ha olvidado lo anterior.
Noticias que golpean la indignación de ese público, que juegan con el sentimentalismo colectivo, mostrando hasta el detalle más siniestro los vericuetos del alma humana, caen poco tiempo después en el olvido suplantadas por un nuevo caso que recibirá el mismo tratamiento. Ninguna noticia termina su historia, es más importante agotar los pormenores de un hecho que llegar a la verdad de lo ocurrido. Qué paso con la infortunada García Belsunce, quién mató a la señora Dalmazo, etc
Digo todo esto, que no es sino una parte de la superficie del fenómeno, porque muchas de las informaciones que sacuden la conciencia colectiva es utilizada como una mercancía rentable en la medida de su espectacularidad, casi siempre muy lejana a la importancia real de lo que debe informarse. La víctima pasiva es gran parte de nuestra ciudadanía. Quién paga los platos rotos es la tan vapuleada democracia.