Vamos a pasar ahora de la magia al misterio. Si lo que hemos venido leyendo y pensando en las últimas notas tiene algún asidero a la posible “verdad” de allí se desprende que quedan todavía muchos cabos sueltos (sargentos y capitanes también). Digo esto porque debemos hacernos cargo que en este juego del “como si” participan los peces más gordos del océano de las finanzas, además de los tesoros de países como China, Japón, Alemania, India, etc. Todos ellos exportan a los EEUU mercancías de su producción y reciben “papel pintado”, algo se nos está escapando. Nos afirma Dellatorre: «Por ahora, los bonos de la deuda de Estados Unidos, a mediano o largo plazo (a diez o a treinta años) siguen circulando, se siguen comprando. Los bancos se han ido desprendiendo de sus tenencias de bonos del Tesoro, no tanto por desconfianza sino más por necesidad de liquidez. Los particulares, en gran parte inversores en el mercado accionario que han huido de la plaza bursátil o inmobiliaria después de haber sufrido grandes pérdidas, prefieren los bonos porque no quieren correr riesgos. Piensan que los bonos son un buen refugio, aunque paguen una tasa bajísima del 2 por ciento, una de las menores de la historia por política impuesta por la Reserva Federal».
Los mayores tenedores del stock de títulos de la deuda de Estados Unidos son los bancos centrales de los países mencionados. Más de la mitad de la deuda, 5,8 billones (millones de millones) de dólares, está en poder de dichas instituciones y de particulares fuera de Estados Unidos. China acumula más de 650 mil millones y Japón casi 600 millones. ¿Qué sucedería si algunos de estos países amaga con lanzar al mercado sólo una pequeña parte de esa cifra brutal? Pues sencillamente el valor de los bonos estadounidenses se derrumbaría, pero ello arrastraría a toda la economía del mundo, dado que los tenedores verían devaluado en gran parte sus reservas. ¿Esto precipitaría una crisis estructural de todo el sistema capitalista? Yo creo que es muy probable, pero ¿quiénes serían los ganadores y los perdedores de semejante catástrofe?
Dellatorre aventura una respuesta: «Pero, por ahora, nadie lo hace. Están asociados a la suerte del valor de esos bonos: una caída en su precio también significaría un fuerte quebranto en los mismos bancos centrales que lo poseen. Esa dependencia mutua sólo indica que, muy probablemente, no serán los bancos centrales asiáticos los que iniciarían una corrida o despegue. Pero nadie podría asegurar que guardarán igual conducta si la corrida la inicia otro. Puede que no quieran ser los primeros en salir, pero tampoco querrían ser los últimos». Entonces podemos quedarnos tranquilos. Pero no falta el “descosido” que arriesgue otra interpretación: ¿Y si la corrida la inicia un “loquito suelto”? No es descabellada, alguna de las grandes guerras comenzó de este modo. Todo depende de hasta cuando consideren que los bonos, a pesar de su bajo rendimiento, el 2 % anual, son la inversión más segura.
«Pero bastaría que los inversores individuales recuperen su propensión al riesgo para que busquen rendimientos más atractivos en papeles privados. Esto sucedería, por ejemplo, si se observa una recuperación sostenida de la actividad económica y las acciones de empresas vuelven a ser tentadoras. Si ocurriera que la actitud de los inversores individuales arrastrase a los inversores institucionales, resultaría que el mejor escenario para la economía podría ser el peor para los bonos estadounidenses».
Sigue nuestro economista: «Los bonos se han convertido en otra burbuja, pero no otra cualquiera más, es la Gran Burbuja. La que abarca a todas las demás. El drama es que, esta vez, tendría un alcance desmesurado, por el grado de exposición de las principales economías del mundo y por lo que representan éstas en la economía global. Todo el modelo de acumulación estaría en juego». Basta Sr. Dellatorre, ¡déjenos seguir durmiendo tranquilos!