Desde los tiempos de la Ilustración, siglo XVIII, hubo en la escena política voces que se sintieron convocadas a dar su punto de vista respecto de los acontecimientos de la historia de la que eran parte inescindible. Esta pertenencia que impone responsabilidades, si bien involucra a todos, tiene un peso mayor en aquellos que tienen el don y la posibilidad de expresarse con la palabra meditada. Los siglos siguientes vieron personas provenientes de diversos estratos sociales, con ideologías que se enfrentaban en el campo de las ideas, con convicciones dispares, pero a todos ellos los llamaba el clarín del compromiso social. Si bien representaban los intereses en pugna, y por ello había claramente detrás de ellos sectores sociales que estaban corriendo suertes divergentes, la palabra enarbolada portaba razones en defensa de los bandos a los que pertenecían cada uno. Es decir, eran protagonistas del debate político y defendía sus intereses expresados en sus posiciones políticas.
Hoy podemos observar en nuestro tiempo argentino que impera una chatura y una ramplonería que asusta. Es cierto que todavía quedan algunas voces intentando que se las escuche, argumentando con mayor seriedad, pero un tsunami mediático las envuelve y las arrastra dentro de ese vendaval. La fuerza con que arrastra todo arrasa con un sonido monocorde que impide advertir las diferencias para oídos educados por los grandes medios. Si agregamos a ello la impudicia en el uso de la mentira, exhibida en una gama que va desde lo más burdo hasta algunas sutilezas dignas de mejor causa. Es que el “poderoso caballero, Don Dinero”, del que nos hablaba el poeta encuentra hoy, tras la promocionada caída de los grandes ideales, plumas dispuestas a servir con mucho menos pudor que en otros tiempos.
Quiero decir, con esta introducción, que me siento en la obligación de poner en esta página mi opinión sobre temas más cotidianos. Me mueve la intención de acercar al lector alguna claridad, según yo la entienda, dentro del fárrago de datos que se convierten en noticia impulsada por los intereses más mezquinos. Y en este tiempo de clima pre-electoral pareciera que todo es válido tras el intento de captar un voto más para su bando. Como tengo la convicción profunda de no haber hecho demasiado mérito para que mi palabra adquiriera valor por sí misma, recurriré más de una vez a la cita de aquellos que sí han merecido ese reconocimiento.
La serie de notas que iré subiendo a este blog, con el mismo título, intentarán pintar blanco sobre negro, tomando posición en la batalla en la que se dirime mucho más que algunos cargos legislativos: lo que está en juego es el destino futuro inmediato de gran parte de todos nosotros. Sumarme a la línea de fuego me coloca ante la posibilidad de las malas interpretaciones, no siempre honestas, pero es un riesgo que se debe asumir cuando lo que está en juego es algo superior al interés individual o sectorial. Y uno de los riesgos es el de pecar de solemnidad como puede ir apareciendo en estas líneas. Pero creo necesario poner claramente, ante quien me lee, qué es lo que me lleva a pisar la arena política con el propósito de aportar ideas de esclarecimiento, con compromiso con los que menos tienen, pretendiendo diferenciarme de aquellos muchos que se irán parando a mi lado, vestido con ropas parecidas pero con el único fin de obtener alguna recompensa.
El título que encabezará estas notas quiere trasmitir la idea de lo que yo creo se pone en juego: el llamado “modelo” de país que no siempre queda expresado con claridad en los que hacen uso del espacio público. Pareciera que es más importante el filo de la chicana que se lanza, la velocidad e ingenio con que se la responde, que mostrar claramente dónde se está, con quienes se está, y contra quienes se está. Prueba de ello, como dije en otra oportunidad, es que en el amplio espectro de las ideas políticas hay dos grandes espacios vacíos: la derecha y la izquierda, no importa como se autodenominen. Tenemos en el escenario gente mesurada (salvo algunas tristes excepciones), portadora de una ideología liberal, en el sentido originario del concepto, pintada con diversos matices del gris.