Por Ricardo Vicente López
No es lo que no sabes lo que te mete en problemas, sino
aquello que tú sabes con certeza, pero que no es verdadero.
Mark Twain – escritor y humorista estadounidense.
En una nota próxima, en la cual analizaré detenidamente, nuestros orígenes, deberemos tener en cuenta todo lo dicho aquí, como una primera aproximación. La maraña de informaciones que hemos acumulado en el transcurso de nuestra formación personal funciona como un cerco. Esta formación se consolida en el nivel universitario. Funciona como una especie de muralla ideológica que se va solidificando. Todo ello, sin que seamos conscientes de ese proceso, impide agregar lo que las ciencias sociales, en especial la antropología y la paleontología han descubierto y que, en gran parte, las Academias ignoran. Es que el mismo sistema educativo se cierra a ciertas novedades que ponen en tela de juicio lo ya sabido.
Estas son las razones por las que insisto, en esta serie de notas, en una revisión crítica que abra ciertas ventanas del saber para oxigenarlas con lo que hoy estamos en condiciones de saber. Sobre todo el papel represor del poder del orden establecido impide ese tipo de consideraciones que pueden hacer tambalear la ideología encubridora. Iniciar estas tareas nos impone, amigo lector, emprender una deconstrucción de nuestra mente, intoxicada con todos los prejuicios que nuestra educación liberal nos ha inculcado (digo esto por el peso de la mentalidad eurocéntrica liberal que le ha impuesto una mirada del mundo: la de los hombres blancos). Deconstrucción debe entenderse como una revisión crítica de lo ya sabido por la cual se debe poner en duda lo ya aprendido.
Le aseguro, amigo lector, que lanzarnos a esta aventura del pensamiento va a ser una excursión liberadora, que nos permitirá encontrarnos con un pasado ocultado, que ha intentado, con verdadero éxito, justificar las bondades del mundo capitalista globalizador.
En la nota Reflexiones sobre lo humano propuse una cita, para guiar el avance sobre un tema que presenta aristas un tanto dificultosas. Ya Platón, analizando las formas que adquiere el conocimiento, y ante la necesidad de depurar racionalmente sus resultados, proponía una diferenciación entre lo que denominó la doxa y la episteme. Antes de introducirnos en los complejos laberintos del conocimiento académico, le ruego a Ud., un poco de piedad y paciencia. Si lo coloco ante esta exigencia es porque estoy convencido de que, los que escribimos para ese público que ya he mencionado como el ciudadano de a pie, debemos abandonar el menosprecio imperante en los medios, que ocultan o esquivan el hacer referencia a los temas que estamos tratando. Yo me impongo respetarlo más, tratarlo como un adulto inteligente que está en condiciones de entender, si se hace el esfuerzo de escribir claro, para no infantilizarlo con razonamientos superficiales. Avancemos, entonces:
En Grecia, el tipo de conocimiento llamado episteme se oponía al conocimiento denominado doxa. Llamaban doxa al conocimiento vulgar y habitual del ser humano, no sometido a una rigurosa reflexión crítica [hoy lo denominamos “opinión” que es el modo predominante del saber coloquial]. La episteme era el conocimiento reflexivo, elaborado con rigor [hoy lo denominamos “ciencia”].
Debo agregar que para los griegos clásicos la ciencia por excelencia, la episteme, era la filosofía, un pensar totalizador (holístico) que partía del asombro, como fundamentó Aristóteles. Él postulaba la utilización del instrumento más penetrante que tiene la mente humana ante las dificultades que presenta siempre pensar con profundidad: hacer uso de la pregunta, pero de aquella que no se satisface con respuestas a medias. Esa ciencia, la filosofía, se mantuvo en su trono durante siglos, hasta la aparición de la Modernidad [[1]]. La cultura moderna revolucionó el modo de abordar el conocimiento al incorporar la matemática como condición de un saber fundado, que daba certeza de verdad. Esto produjo una división entre lo que hoy conocemos como “ciencias duras y ciencias blandas”. Según wikipedia:
Ciencia dura y Ciencia blanda son términos del lenguaje coloquial, pero de uso muy extendido para comparar campos de investigación científica o académica. Designando como duros los que se quieren marcar como más científicos en el sentido de rigurosos y exactos, más capaces de producir predicciones y caracterizados como experimentales, empíricos, cuantificables, basados en datos y en un método científico enfocado a la objetividad; mientras que los designados como blandos, las ciencias sociales o las humanidades, quedan marcados con los rasgos opuestos.
Con el devenir de los avances de la ciencia, fueron adquiriendo un estatus superior las ciencias duras o ciencias naturales. En cambio las humanidades están hoy, en parte, archivadas en algún desván de las viejas facultades. En la segunda mitad del siglo XX las ciencias sociales fueron adquiriendo cierto prestigio (aunque lejos de las “verdaderas ciencias”, las duras). Se fue conformando así un abanico de disciplinas que fragmentan el objeto de este modo del saber: el conocimiento sobre lo humano. Quiero detenerme en una historia que no ha obtenido la debida divulgación (entendido esto como ponerla a disposición de todo público), puesto que habla de las relaciones ocultas entre el saber y el poder.
Se trata de revisar la historia de la aparición de algunas de estas nuevas ciencias, respecto de cómo fueron surgiendo, al desprenderse de la sumisión a los saberes inclusivos anteriores. Su razón de ser fue la necesidad de recortar el objeto de estudio para una mejor y más detallada investigación. El primer paso, lo mostraron la física y la química cuando surgieron en la Revolución Científica del siglo XVII, para convertirse en ciencias modernas. Fueron seguidas por las que hoy se conoce como ciencias naturales. En el siglo siguiente se fue perfilando la economía, abriendo el camino de las ciencias sociales.
Una historia sorprendente caracteriza el nacimiento de la antropología: “Ciencia que estudia los aspectos físicos y las manifestaciones sociales y culturales de las comunidades humanas”. Surgió como campo diferenciado de estudio a mediados del siglo XIX. En Estados Unidos, el fundador de dicha disciplina fue el investigador estadounidense, Lewis Henry Morgan (1818-1881), quien estudió en profundidad la organización social de la confederación iroquesa, esta fue el resultado del reagrupamiento de cinco tribus indígenas.
¿Por qué digo “sorprendente”? El objeto de estudio parece ser similar al de la sociología: “La ciencia que tiene por objeto de estudio la estructura y la función de la sociedad” cuyo origen se le atribuye al francés Henri de Saint-Simon (1760-1825). La sutileza aparece en la diferencia de cómo se define el objeto social: la sociología dice que estudia la “estructura de la sociedad”; la antropología lo hace respecto de las “manifestaciones sociales y culturales de las comunidades humanas”. La divergencia radica en el modo de definir ese objeto: la sociología estudia sociedades; la antropología estudia comunidades. Veamos, entonces las definiciones que nos ofrece el diccionario de la Academia:
“Sociedad: conjunto de personas que se relacionan entre sí, de acuerdo a unas determinadas reglas de organización, y que comparten una misma cultura o civilización en un espacio o un tiempo determinados”.
“Comunidad: es un grupo de seres humanos que tienen ciertos elementos en común, tales como el idioma, costumbres, valores, tareas, visión del mundo, edad, ubicación geográfica (un barrio, por ejemplo), estatus social o roles”.
Creo que Ud., amigo lector, estará de acuerdo conmigo en que debemos hacer un gran esfuerzo para encontrar la especificidad que las diferencia. Se debe estar haciendo la misma pregunta que me hago yo: ¿Por qué y para qué tenemos dos ciencias que se ocupan de lo mismo? La respuesta nos remite a la historia en la que apareció la necesidad del estudio científico de la vida del hombre en sociedad. La sociología aparece a fines del siglo XVIII, principios del XIX, como la propuesta para encontrar explicaciones, métodos, investigaciones, respecto de la conflictividad social que se estaba preocupando a los poderosas de Europa.
La raíz de esa novedad, el enfrentamiento de trabajadores con patrones, por reclamos salariales y condiciones de trabajo, tenían su origen en dos antecedentes casi simultáneos: la Revolución industrial inglesa (1750-1800) y la Revolución francesa (1789). Estos antecedentes habían despertado la conciencia de las clases subalternas que estaban aprendiendo a reclamar al poder por sus derechos.
Paralelamente, tanto el Imperio británico como el Reino de Francia, se habían lanzado a la conquista colonial, depredadora de la periferia del mundo, para vender sus productos y comprar insumos para sus industrias. Para diseñar una mejor política de dominación se les imponía obtener la mayor y mejor información respecto de esos pueblos, que se mostraban muy diferentes a los del centro del mundo. Entonces fue imprescindible una ciencia que se ocupara de ellos. En pocas palabras: la sociología es la ciencia de las sociedades capitalistas; la antropología es la ciencia de los pueblos de la periferia. ¿Qué es lo que los diferencia, no son todos seres humanos? Pero ¿Qué estoy diciendo? ¿Los hombres blancos son iguales todos aquellos con colores variados de piel? ¿Se puede estudiar a todos los seres humanos dentro de una misma ciencia? La respuesta de la época, con toda claridad, fue ¡no!
Con esta nota he pretendido
dejar en claro cuáles son las dificultades para internarnos en los tiempos de
los hombres originarios. ¿Con qué conceptos y categorías de pensamiento vamos a
investigar a aquellos, cuyas culturas parecen, ante los ojos del hombre blanco,
a los que han sido colocados bajo la denominación general de bárbaros?[[2]]
Aparece ahora más claro, creo, la diferenciación de las dos ciencias: Tenemos
una ciencia para los “hombres blancos, altos de ojos azules” y otra ciencia
para “el resto de los hombres (¿hombres?)”.
[1] Para un tratamiento más detallado de este tema, con más información y análisis, sugiero la consulta de mi trabajo en la página: Para un tratamiento más detallado de este tema, con más información y análisis, sugiero la consulta de mi trabajo en la página: www.ricardovicentelopez.com.ar El-marco-cultural-del-pensamiento-político-moderno.pdf
[2] Sobre este tema sugiero la lectura de mi trabajo Civilizados y barbaros.pdf, publicado en la página: www.ricardovicentelopez.com.ar