Leer lo que dicen analistas de primera línea (nota anterior) me parece importante dado que enfrentamos cotidianamente una versión, la que circula por los medios concentrados, que sostiene que ya pasó lo peor y que el sistema esta retomando su senda de crecimiento. Debemos comprender que detrás de esas manifestaciones optimistas asoma la intención de alentar la actividad económica: que los productores inviertan y produzcan y que los consumidores compren, de modo de colocar nuevamente sobre sus vías a la economía real, sacudida por la experiencia extraviada de los financistas especuladores. Veamos, un poco, como operaron estos personajes, convertidos hoy en los “chicos malos”. No es que no lo hayan sido, es que no reside allí la totalidad de las causas de las crisis, como algo ya vimos. Avancemos con la lectura del Dr. Harman:
«Para ver el comienzo de este proceso es necesario mirar de dónde ha venido la crisis. Todo el mundo está de acuerdo en que las causas inmediatas deben ubicarse en las hipotecas de alto riesgo de EEUU. Ávidos de hacer ganancias fáciles, los financieros empezaron a prestar dinero a quienes antes eran vistos como altamente peligrosos porque eran pobres, no tenían empleo seguro o no habían sido capaces de pagar deudas previas. Los precios de las casas estaban subiendo y se asumió que si no podían mantener los pagos de sus hipotecas podrían expropiarlas y venderlas con una ganancia muy apetecible. Los financieros que prestaron dinero en mucho de los casos no lo hicieron de sus propios bolsillos. Éstos, a su vez, fueron a pedir dinero a otros, y ésos, en consecuencia, pidieron en otro lado. En cada fase, pequeñas diferencias en tasas de interés para números muy grandes de transacciones implicaban sumas enormes de dinero, que aparentaban beneficios sin esfuerzo. Virtualmente todos los grandes bancos en ambos lados del Atlántico se unieron, constituyendo entidades especiales para poder pedir prestado y dar crédito, empaquetando toda clase de tipos de préstamos juntos, que se llamaron «instrumentos financieros». Durante un tiempo todo parecía ir bien y los que estaban involucrados se felicitaban unos a otros por su brillante actuación emprendedora. Poco tiempo antes de la crisis, en el Northern Rock tuvo lugar «el brindis de una glamorosa cena en el sistema financiero donde fue alabado por sus habilidades en innovación financiera»».
Los primeros signos de que no todo iba tan bien, como se oía decir a las voces más aplaudidas por el gran éxito hasta entonces, se mostraron alrededor de comienzos del 2007. El crecimiento económico de EEUU empezó a mostrar dificultades. El incremento brusco en el número de hipotecados que no podían pagar las tasas de interés y de quienes dependía todo el negocio se tornó delicado. Crecía el número de expropiaciones. Pero: «los implicados en el negocio de los «instrumentos financieros» estaban más interesados en continuar con la cosecha de beneficios que en los problemas de los estadounidenses pobres». Entonces, algo comenzó a mostrarse como una disfunción del negocio. Los precios inmobiliarios comenzaban a caer ante la sobreoferta de bienes, los prestamistas descubrieron que el negocio ya no era lo que se suponía, la puesta en venta del millón de casas expropiadas, para conseguir el dinero para pagar lo que ellos mismos habían pedido prestado no alcanzaba para saldar sus pasivos. Los bancos de pronto se enfrentaron a pérdidas de decenas de billones de dólares. Lo que empeoraba más la situación era que nadie sabía con exactitud dónde se detenía la caída, lo que comprometía la situación de cada banco en particular. El problema real radicaba en la complejidad de los «instrumentos financieros», es decir el intrincado sistema de préstamos sobre préstamos sobre otros préstamos, una verdadera locura que era indescifrable. Las instituciones financieras de todo el sistema sintieron miedo para prestarse dinero entre ellas, ya que no sabían si lo recuperarían. Esto provocó lo que se llamó la «crisis crediticia».