Si la serie anterior de notas las publiqué bajo el título La inmoralidad del capitalismo ahora estamos corroborando que los valores morales no tienen cabida en el mundo de los negocios. Ni siquiera la producción de alimentos encuentra frenos en la tan ansiada persecución del sagrado lucro del capital. Esto, como ya quedó dicho en otras muchas notas anteriores de este blog. Pero, como plantear en estos términos las características del capitalismo actual no es de uso en las fuentes habituales a las que acude la “opinión pública” para informarse, creo necesario seguir insistiendo con todo ello. Estábamos hablando de las consecuencias de este tipo de producción de alimentos. Veamos:
«De acuerdo con los investigadores, los orígenes de la parición de bacterias nuevas, mutantes de cepas anteriores, se ubican a mediados de los años cincuenta, cuando veterinarios detectaron un rebaño de borregos que tenía un mal cerebral degenerativo llamado scrapie. Este mal es inofensivo a los humanos y, generalmente, inofensivo también para el ganado. Pero las complicaciones comenzaron cuando a borregos sanos se les indujo al canibalismo, comenzándolos a alimentar con restos procesados de los borregos muertos por dicha enfermedad, aplicando la máxima de los negocios de aprovechar hasta la basura. Pero no paró ahí la cosa, sino que también se les dio de comer a las vacas dicho “alimento”, lo cual provocó una mutación en las proteínas formadoras de sus cerebros, especialmente en las reses más susceptibles. Claro, alguna reacción natural debió generarse al obligar a herbívoros a convertirse en carnívoros. La cadena siguió porque los estúpidos granjeros ingleses continuaron alimentando a las vacas sanas con los restos de las que comenzaron a morir, con tal de aprovecharlas. Las consecuencias de esa mezquindad las vemos en la actualidad, al enfrentarnos con un mal que probablemente se siga reproduciendo en el ganado bovino, pues tras varias generaciones de animales nacidos desde entonces, seguramente ya se habrá convertido en varios de ellos en una condición genética, transmitida por herencia».
Y por absurdo que parezca, y aunque cueste creerlo, los ahorros que se van logrando en la “fabricación de animales” no reparan en las consecuencias que ello puede traer, y se extienden hasta las medidas preventivas. «Es el caso de la fiebre aftosa, enfermedad también del ganado bovino, que provoca una severa pérdida de peso en las reses afectadas y una extrema debilidad, que aunque no las mata las deja, según sus criadores, inservibles y no se pueden vender. El más reciente brote, el del año 2001, se debió a la irresponsable actitud de los “fabricantes de animales” de negarse a vacunarlos contra esa enfermedad a partir de 1990, ya que, alegaban, “la vacuna tarda hasta seis meses en hacer efecto y eso retrasa la venta, la cual debe hacerse lo más pronto posible”, además de que, según ellos, la inoculación debilita y adelgaza al ganado. Pero esa retrógrada actitud les salió cara: en ese brote, en los peores días, los granjeros ingleses perdieron nada menos que hasta $30 millones de dólares por semana. De haber inoculado a sus animales, a razón de dos dólares por cabeza, les hubiera salido mucho más barato, no más de dos millones de dólares anuales. Sólo faltaría que, siguiendo el mismo ejemplo, nuestros gobiernos dejaran de vacunar a nuestros niños».
Como señala el doctor Paul Epstein, epidemiólogo estadounidense de la Universidad de Harvard, «Una vez que los microbios que ordinariamente son benignos bajo condiciones ecológicas normales, invaden a los animales debilitados, se pueden volver suficientemente mortales como para enfermar también a poblaciones sanas». Y agrega que «el mayor peligro es que se estén generando otro tipo de enfermedades que antes no se conocían. De hecho, desde 1973 han surgido 30 males infecciosos, incluyendo el SIDA, que en esos años ni siquiera se hubiera sospechado de su existencia. O sea, los cambios y trastornos ecológicos que estamos ocasionando, están creando una respuesta natural ante un depredador como el hombre. La madre naturaleza, en su intento por defenderse de este su desaprensivo hijo, está creando nuevos males contra los que, pronto, no habrá cura alguna».
Los grandes países productores, de lo que se ha dado en llamar “comida chatarra”, deben enfrentar las consecuencias de ser los mayores exportadores de alimentos del mundo, sobre todo, carne y sus derivados. Es el caso de Estados Unidos, especialmente el estado de Texas «en el cual existen tantas granjas productoras de leche de vaca, que representan cada vez más un serio problema ambiental y de salud. Los cientos de miles de animales que son confinados en los llamados CAFOS (por sus siglas en inglés, confined animal feeding operations) generan nada menos que ¡127 millones de toneladas de estiércol anualmente!, dos veces más que la producción de California, convirtiéndose ese lugar, por tanto, en la cloaca más grande del mundo».