El economista de la Universidad de Málaga, Alberto Garzón Espinosa sostenía en Marzo de 2009: «La crisis económica por la que atraviesa el mundo desarrollado no tiene en modo alguno una naturaleza azarosa. No ha sido un suceso impredecible y tampoco ha sorprendido a todos los economistas. La actual crisis es, de hecho, producto de decisiones económicas concretas que son fácilmente identificables y que responden a ideologías muy bien definidas. Sin embargo, pocos economistas han sido capaces de alertar acerca de los peligros que se gestaban en las economías desarrolladas, mientras que sí han sido muchos los que se han pasado años repitiendo que en realidad todo iba viento en popa. No obstante, si atendemos a los desiguales efectos que en las distintas capas sociales han provocado las políticas de los últimos años, comenzamos a comprender por qué algunos prefirieron mirar hacia otro lado a sabiendas de lo que podía ocurrir. Más aún, si analizamos la composición de los planes de estudio que se siguen en las facultades de economía encontramos la razón que explica el resto, es decir, la absoluta incapacidad de la mayoría de los economistas a la hora de analizar la realidad económica y de prever que una crisis de la magnitud de la que estamos empezando a sufrir pueda tener lugar».
Para consultar a alguien cuya trayectoria y prestigio no dé lugar a la menor duda, nada mejor que el premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, quien escribió en setiembre de 2009 un artículo que le publicó el New York Times que llevaba por título “¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?” teniendo como referencia la crisis financiera de 2007-08 que no tuvo las voces de alarma que hubieran sido necesarias para evitar los males producidos. En él decía: «Es difícil creerlo ahora, pero no hace tanto tiempo los economistas se felicitaban mutuamente por el éxito de su especialidad. Estos éxitos -o al menos así lo creían ellos- eran tanto teóricos como prácticos y conducían a la profesión a su edad dorada. Olivier Blanchard, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), actualmente economista jefe del Fondo Monetario Internacional, declaraba que había habido «una amplia convergencia de puntos de vista». Y en el mundo real, los economistas creían que tenían las cosas bajo control: «El problema central de la prevención de la depresión está resuelto», declaraba Robert Lucas, de la Universidad de Chicago, en su discurso inaugural como presidente de la American Economic Association en 2003. En 2004, Ben Bernanke, un antiguo profesor en Princeton que ahora preside la Reserva Federal, celebraba la Gran Moderación del comportamiento económico comparado con las dos décadas precedentes, y que atribuía en parte al mejorado desempeño de la política económica».
Sostuvo que la economía, nacida 160 años atrás, se sostenía sobre la fe: «¡Confía en el mercado!». Y sus certezas lo corroboraron hasta el fatídico 1929 y sus consecuencias inmediatas, ya vistas. A partir de allí comenzaron a imponerse las ideas de Keynes quien «Quería organizar el capitalismo, no reemplazarlo. Pero cuestionó la noción de que las economías de libre mercado puedan funcionar sin un vigilante. Y apeló a la activa intervención del gobierno -imprimiendo más moneda y, si fuera necesario, con un fuerte gasto en obras públicas- para combatir el desempleo durante las depresiones». Estas ideas encontraron detractores que se volcaban hacia las viejas ideas. Algunos pocos economistas no las aceptaban y cuestionaban la creencia de que los mercados financieros merecieran confianza y mostraban la larga historia de crisis financieras que tuvieron devastadoras consecuencias económicas. Pero fueron incapaces de hacer muchos progresos frente a una complacencia que, vista retrospectivamente, era tan omnipresente como insensata. «La aparente utilidad de la nueva teoría produjo una sucesión de premios Nobel para sus creadores, y muchos profesores de escuelas de negocios se convirtieron en ingenieros espaciales de Wall Street, ganando salarios de Wall Street».
Bien, ahora nos acercamos a lo increíble e inaceptable. Dice Kugman: «¿Cómo no se dieron cuenta de la burbuja? Puede ser que Greenspan y Bernanke también quisieran celebrar el éxito de la Reserva Federal en sacar a la economía de la recesión de 2001; conceder que buena parte de tal éxito se basara en la creación de una monstruosa burbuja debiera haber puesto algo de sordina a esos festejos. Pero había algo que estaba sucediendo: una creencia general de que las burbujas sencillamente no tienen lugar. Lo que llama la atención, cuando uno vuelve a leer las garantías de Greenspan, es que no estaban basadas en la evidencia, sino que estaban basadas en el aserto apriorístico de que simplemente no puede haber una burbuja en el sector inmobiliario». Creo que se puede comprender una parte de las razones de la miopía.