Hemos estado analizando el accionar de un «Estado Oculto» dentro del Estado visible que es, en este sentido, la máscara que el poder real se coloca para aparecer tomando decisiones institucionales. De todos modos este no es un mecanismo sencillo y lineal. En los intersticios de esa enorme red en la que están presentes los intereses contrapuestos de los factores de poder se libra una batalla sorda cuyos resultados, siempre transitorios, se manifiestan como leyes de los parlamentos, decisiones del por Ejecutivo o sentencias del Poder Judicial. El instrumento legal utilizado en los Estados Unidos, en la relación entre el «Estado oculto» y la dirigencia política, son los «lobbies».
Comencemos definiendo qué es un lobby, para una mejor comprensión de lo que estamos investigando: «Un lobby (del inglés «entrada», «salón de espera») es un grupo de personas que intentan influir en las decisiones del poder ejecutivo, legislativo o judicial, como así también en los funcionarios en general, para favorecer los intereses de sus contratantes. Es un grupo de presión formado por personas con gran influencia y poder, sobre todo político o económico. La actividad que realizan los lobbies se denomina lobbying, hacer lobby o cabildeo. Los lobbies no suelen participar directa y activamente en política (por lo que no suelen formar su propio partido, ni participar en ninguno), pero sí procuran ganarse la complicidad de algún grupo político que pueda terminar aceptando o defendiendo los objetivos del lobby».
El profesor Jordi Xifra , en su libro “Lobbyng: Cómo influir eficazmente en las decisiones de los Instituciones Públicas”, nos ofrece una definición más detallada, un tanto técnica y aséptica: «El lobby es un proceso de comunicación planificado, de contenido predominantemente informativo, en el marco de la política de relaciones públicas, de la empresa u organización con los poderes públicos, ejercido directamente por ésta, o a través de un tercero, que tiene como función intervenir sobre una decisión pública (norma o acto jurídico; en proyecto o en aplicación) o promover una nueva, transmitiendo una imagen positiva basada en la credibilidad de los argumentos defendidos que genere un entorno normativo y social favorable, y con la finalidad de orientarla en el sentido deseado y propicio para los intereses de los representados».
Se supone que el origen de esta modalidad de presión comienza con el nombre de «lobby» en Inglaterra, en el Siglo XIX, y en Estados Unidos a mediados del mismo siglo. Según algunos historiadores, Ulysses S. Grant (1822-1885), presidente de los Estados Unidos en el período 1869-1876, solía asistir al hotel Willar de Washington «para tomar una copa de brandy, fumar y charlar: “Vamos, para tener un ratito de ocio”», decía. Pero en el hall o lobby (dos palabras inglesas) del hotel se reunían algunas personas para conseguir favores y hacer peticiones al presidente.
Por lo que el poder presidencial en los Estados Unidos de hoy (como también en el resto de los países), no se puede entender ni analizar si no se examinan algunos de los enormes poderes fácticos que se manifiestan dentro de esta potencia imperial. Se trata de grandes redes corporativas de intereses, capitales y factores de influencia que operan transversalmente en los Estados Unidos, y en otras regiones del mundo en forma simultánea, defendiendo el interés de las multinacionales. Algunos de ellos son: el lobby judío-estadounidense; el lobby árabe-estadounidense; el lobby bancario-financiero; el lobby de la industria militar; el lobby petrolero; el lobby de los laboratorios. En términos generales, estos son los grandes poderes en forma de red, que operan sobre los tres poderes federales estadounidenses, y con sus variantes en el resto del mundo, cualquiera sea el partido que domine en el Congreso o en la Casa Blanca.
¿Dónde se forman o cómo se los recluta a los lobbistas? En todos los países se pueden encontrar una cantidad de ex-diputados, ex-senadores, ex-funcionarios, políticos sin posibilidades claras de llegar a ocupar algún puesto, que conservan una importante red de amigos y conocidos en diversas áreas de gobierno de todos los niveles, que utilizan esas relaciones para la obtención de privilegios que ofrecen a las empresas u organizaciones privadas. Ellos forman un “ejército” de influyentes, personales u organizados en empresas, que realizan esas tareas. En algunos países su actividad está regulada por leyes, como es el caso de los Estados Unidos, lo cual no asegura que se haya logrado un control eficaz sobre la actividad de estos profesionales. Desde 1950, hay una creciente legislación que regula el lobby, especialmente porque se hizo evidente que se pagaba a legisladores para que votaran diversas asignaciones de gastos, lo que estimuló la regulación mencionada. Los lobbystas han aumentado en ese país de cinco mil en 1955 a más de 23.000 a fines del siglo XX. Una tendencia actual es la de crear alianzas de grupos de interés para actuar coordinadamente antes de llegar a las autoridades.