El siglo XX mostró una novedad respecto de presentarse como un mundo dividido en dos campos. A partir de la finalización de la Primera Guerra Mundial (1914-18), la Rusia zarista comenzaba un proceso de transformación que la colocaba frente a una experiencia desconocida hasta entonces, como era la construcción de una sociedad socialista. Los avatares del resultado del Tratado de Versalles, con el cual se cerró la contienda, presagiaban que los problemas no resueltos volverían a encender la chispa guerrera, como efectivamente sucedió. El período de pre-guerra y el posterior, de conflicto armado, (1939-45) enturbiaron esta problemática. Desde los años treinta, la aparición del nazismo, que se había agregado a la existencia de la Unión Soviética en el escenario internacional, se presentaban como modelos que cuestionaban, con su sola presencia, el modelo político de la democracia liberal.
La posguerra mostró vencedores a los aliados (los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética); sin embargo, estos aliados circunstanciales durarían poco. Las diferencias irreconciliables de las democracias occidentales con el socialismo soviético dividieron el escenario al configurar dos bandos antagónicos, hasta la implosión y caída de la Unión Soviética, a fines de los ochenta. Estas más de cuatro décadas fueron de tal tensión política, aunque no llegó a un nuevo enfrentamiento por la posesión de armas nucleares en los dos bandos y cuya utilización hubiera sido catastrófica. Pero ello no impidió que esas tensiones fueran de tal magnitud que se hablara de “Guerra Fría”.
Estos dos modelos enfrentados parecían poner en juego el concepto de libertad, alrededor del cual se fue desarrollando una larga controversia ideológica. Digo “parecía”, porque el problema giraba en torno a qué se entendía como tal. No voy a entrar en el análisis de ese debate, sino a tratar de describir y analizar las transformaciones que se fueron produciendo con respecto a la libertad y a un concepto correlativo: la “libertad de prensa”.
El período que se abre a partir del final de la Segunda Guerra fue presentado como el “triunfo de la libertad y de la democracia” en el área del “mundo libre”, es decir, la que no pertenecía al campo socialista. Esto se reflejó en algunos cambios en los medios de comunicación masiva, prensa escrita fundamentalmente, dado que todavía la televisión no se había desarrollado como lo hizo a partir de los sesenta. Allí se puede observar una diferencia entre lo que se publica entre los Estados Unidos y Europa. En ésta, se mantienen con mucho énfasis los medios como voceros de las distintas corrientes políticas que son fácilmente identificables. En cambio, en el Gran País del Norte comienza a imponerse el concepto de “información objetiva”, al diferenciar, de este modo, la “información” como dato objetivo de la “opinión editorial”, en la que se expresa la posición de la dirección del medio. El predomino de los Estados Unidos en el mundo occidental convierte este modo del periodismo en el dominante, el que se fue adoptando en nuestro país.
Esto generó la convicción de que la lectura de los periódicos informaba con “objetividad”, por lo que se impuso como “verdad” todo lo que se publicara, lo cual hizo que el “ciudadano de a pie” no dudara de lo que se publicara. De allí fue que este convencimiento caló tan hondo en la “opinión pública”, que la información publicada funcionó como “criterio de verdad” para el saber del ciudadano. El periodismo resultó entonces el centro generador de noticias que pasaban a conformar la verdad que el público consumía y de las cuales no se dudaba. Esta información pasó a estructurar la “realidad” como dos bandos (al estilo hollywoodense): los “buenos” y los “malos”. Tal vez, cueste trabajo comprender y aceptar que se haya logrado esto con tanta facilidad, al mirar desde este hoy cómo ha ido cayendo la credibilidad de los medios en amplios sectores de la opinión informada.