En memoria de la obra del Doctor Alejandro Nadal
Ricardo Vicente López
Parte I
En tiempos de de tanto descreimiento: según la Academia de la Lengua española: se debe entender como: «No creer, o dejar de creer, en algo o en alguien y desconfiar de algo o de alguien». Esto no es nuevo, en los años treinta Enrique S. Discépolo escribía, sumergido en la desesperanza de los años treinta: «La gente me ha engañado desde el día en que nací… ¡aquí, ni Dios rescata lo perdido!… ¡Hoy ya murió el criterio! Vale Jesús lo mismo que el ladrón».
Entonces, hoy es necesario ser portador de una firme fe para creer, y dar batalla por ello, en defensa de esos valores. Tengo la sospecha de que la cita del poeta me va a traer muchas críticas. Pero, yo creo que para estos tiempos una filosofía práctica de vida saludable es necesaria, en estas épocas de capitalismo tardío y en decadencia; en plena descomposición de sus instituciones, debe ser acompañada por los valores de la tradición judeocristiana (no hablo de religión ni de iglesias). Debemos ser portadores de una cantidad, no muy grande, en un principio, de confianza, un simple sentido común, al menos en los primeros contactos con desconocidos, para no ser herido gratuitamente.
Todo esto viene a cuento por sentarme a pensar la experiencia mía como docente de una Filosofía Social, en el Departamento de Economía de la Universidad Nacional del Sur, saturado por un clima ingenua de adoración al dogma de la teoría económica. Pero, como una continuidad de esas reflexiones no puedo evitar por mi formación académica, y por mi convicción cristiana intentar seguir dando aquellas batallas ideológicas dentro del aula, no siempre victoriosas, pero ahora dirigidas a un público más amplio.
Como es evidente para cualquiera de nosotros, más o menos informado, sumidos en una atmósfera ideológica reaccionaria, teñida de economicismo, que ha copado la mayor parte del espacio público. Es una presencia permanente del tema económico, es omnipresente; con intensiones nada inocentes. El resultado de los debates, cuasi metafísicos, sobre la Economía se vienen repitiendo en vueltos en un ropaje informativo. Es un diálogo entre “los que saben”, casi desde los inicios del sistema capitalista, El final de la Segunda Guerra, tras el publicitado triunfo de los EEUU, espacio público convertido en campo de batallas por la conquista de las conciencias de los ciudadanos de a pie [[1]]
Para entrar en el ruedo, me voy a amparar en la tarea pedagógica desarrollada por un combatiente, casi solitario en esas batallas ideológicas: estoy convocando a un intelectual culto, que desarrolló una larga carrera docente, acompañada por una tarea periodística cargada de sabidurías: me estoy refiriendo a alguien que nos dejó hace poco: Alejandro Nadal (1945-2020) – importante economista mexicano, Doctor en Economía por la Universidad de París X, Profesor e Investigador de Economía en el Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México, especializado en las áreas de teoría económica comparada. Fue Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso y publicó semanalmente una columna en el periódico La Jornada de México, a pesar todos estos laureles su pensamiento ha estado ausente en las aulas académicas: paga el precio de los justos, de los que hablan por la verdad, sin tapujos.
Voy a introducir algunas definiciones de economía para tener más claro de qé trata el tema que propongo; en su primera etapa se definían sencillamente, como:
«La Ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas; sistema de producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios de una sociedad o de un país».
La Economía devino, en la etapa de expansión imperialista, en Teoría económica, por lo cual se fue complejizando en su definición; esto nos debe hacer sospechar respectos a esas intensiones. Nos está advirtiendo que se hacen esfuerzos para definir lo que se va convirtiendo en indefinible:
«Denominamos teoría económica al conjunto de hipótesis, de modelos, que tratan de aportar una explicación teórica a los sucesos que ocurren en la economía real. Estos sucesos pueden producirse en los dos principales campos en los que se divide la economía: la macroeconomía y la microeconomía. De esta forma, la teoría económica trata de aportar la explicación de por qué interaccionan las variables, dando una serie de resultados. Dependiendo del punto de vista que se mire, trata de englobar el conjunto de hipótesis conexas sobre las causas y efectos, así como la acción y reacción. En otras palabras, la interacción que se produce entre los distintos agentes económicos y el comportamiento de la variables económicas en relación con estos»… (¿¡¿¡? Me puede aclarar lo que dijo).
Todo ello se ha hecho mucho dificultoso ante el imperio del dinero especulativo, en el siglo XX, sobre todo a partir de las dos grandes guerras. La reconstrucción de los países involucrados abrió un proceso en el que el periodismo especializado comenzó a pensar en el comienzo de una nueva etapa, una especie de reestructuración que tendría como objetivo resolver las injusticias que ese sistema le impuso al mundo. (¡¡angelitos de Dios!!).
El párrafo que copio a continuación nos introduce en una reflexión seria que intenta abrir caminos para una sociedad más equitativa. Pertenece a Alejandro Nadal:
«La crisis global que estalló en 2007 no fue un pequeño tropiezo en la historia del Capital. Fue un terremoto de magnitud inusitada que alterará las formas de organizar la producción y el consumo para siempre. Las transformaciones que le están asociadas tocan las estructuras del Estado y de la plataforma de acumulación de riqueza que han caracterizado el movimiento del capital desde hace más de 200 años. Esto podría parecer un enunciado aventurado. Después de todo, la historia que nos cuentan los economistas tradicionales, en sus diversos colores (desde los más conservadores hasta los que visten el ropaje del llamado keynesianismo) la crisis no es más que el resultado de una desafortunada combinación de eventos, casi un accidente. Para los conservadores la crisis se genera por errores en el manejo de la política económica. Y aunque los datos desmienten esta tesis, el dogma del mal gobierno se perpetúa. El corolario es que no hay nada malo con el capitalismo, son los gestores ignorantes los culpables».
Prestemos atención a este dato insoslayable: es un hecho que el crecimiento de los salarios reales se estancó desde principios de la década de los años 1970. Pero hay una pregunta que el análisis convencional ha preferido ignorar: ¿por qué dejaron de crecer los salarios a partir de esos años? La hipótesis más fuerte es que la caída en la tasa de ganancia que experimentó el capital desde los años 60 llevó a una ofensiva en contra del trabajo. Eso se tradujo en una arremetida en contra de sindicatos y en un endurecimiento anti salarial. El Doctor Nadal recurre a un autorizado investigador, el economista en Jefe del Fondo Monetario Internacional, Maurice Obstfeld (1952) [[2]], quien confiesa que el panorama económico global le parece bastante difícil de entender. Este funcionario examinó las causas y efectos del colapso en los precios del petróleo y preguntó: ¿Por qué los bajos precios del crudo no han sido un estímulo para la economía mundial? El Doctor Nadal comenta:
«Su respuesta y análisis son evidencia de los limitados alcances de la teoría económica convencional para entender la crisis y la dinámica macroeconómica del capitalismo contemporáneo».
Pero nos advierte Nadal que todavía queda otra pregunta fundamental:
«¿Por qué cayó la tasa de ganancias? Esta es el interrogante más importante que considera esencial para abordar una reflexión sobre la lógica del capitalismo y las mutaciones que vendrán en el futuro cercano. Los precios bajos debieran conducir a menores costos de producción y mayores niveles de actividad, mayor contratación de fuerza de trabajo y menor inflación. Sin embargo, lo que sucede es que los economistas del FMI se quedaron con las explicaciones superficiales de la “estanflación”, es decir, de la coexistencia de estancamiento con inflación, que marcó la década de los años 1970. La tesis estándar sobre aquél episodio es que los altos precios del crudo se tradujeron en altos costos de producción, reducción del nivel de actividad y altos precios para cubrir los costos crecientes».
Ud., amigo lector, a esta altura del debate, deberá perdonarme por someterlo a estos galimatías de explicaciones que no explican nada. Pero es tal el empecinamiento de los adoradores de las doctrinas liberales que se conforman con explicaciones no aclaratorias. Ello nos obliga a personas, como Ud. y como yo, que no tenemos compromisos de Fe con esas doctrinas, a reservarnos el derecho a reclamar mayor claridad. Esas incapacidades de los investigadores nos dejan huérfanos de respuestas. Esta situación lo lleva al Doctor Nadal, desde su posición descomprometida con los monjes de la Academia a escribir:
«Desde las diversas perspectivas que ofrecen los investigadores más importantes: ni la inestabilidad financiera, ni la desigualdad o el subconsumo son lo que explica la crisis de 2008. Y si bien la deflación y la austeridad son factores importantes detrás de la extensión de la gran recesión, la crisis y su profundidad se explican por las contradicciones intrínsecas del capitalismo. Sin duda el régimen neoliberal ha intensificado algunas de estas contradicciones, pero las raíces de la crisis son más profundas y parecen inalcanzables para aquellas mentalidades comprometidas con esas doctrinas».
Poco tiempo después el Doctor Alejandro Nadal vuelve sobre el tema con esta pregunta inquietante, razón por la cual la mayor parte de los investigadores la esquivan: ¿Son compatibles el capitalismo y la democracia? Y propone esta respuesta:
«La estabilidad social y económica bajo el capitalismo afronta dos problemas esenciales. Por un lado, las continuas crisis y la feroz competencia inter-capitalista hacen de la acumulación de capital un proceso inseguro. Por el otro, el conflicto en la distribución del ingreso constituye una permanente amenaza de ruptura social. La democracia está en el corazón de estas dos fuentes de tensiones sistémicas. Para introducir un par de definiciones operativas, aquí entendemos por democracia un sistema en el que todos los ciudadanos adultos tienen el derecho al voto (sufragio universal), hay elecciones libres y se protegen los derechos humanos bajo el imperio del estado de derecho. El capitalismo es un sistema en el que una clase dominante se apropia del excedente del producto social ya no por la violencia, sino por medio del mercado».
Amigo lector, sé que la primera parte no ha sido una lectura sencilla, pero me queda la esperanza de que le haya picado la curiosidad lo suficiente como para atreverse a esta segunda parte. En el caso de que las dificultades lo abrumen un poco, le sugiero dejar por un tiempo, volver a leer agregando un poco de meditación a lo escrito, para juntar ganas y valor para darse un tiempo para esta segunda parte.
Nos propone revisar la historia que nos depositó en este presente:
«El surgimiento del capitalismo se llevó a cabo en un entorno de estados monárquicos y autocráticos, por no decir dictatoriales. La necesidad de preservar los derechos de propiedad de la clase capitalista era una de las prioridades de esos estados. El movimiento de ideas comenzó a cambiar con la sacudida de las revoluciones en Estados Unidos y en Francia. Aún así, la constitución de Estados Unidos (1787) no menciona el sufragio universal y en cambio otorgó a cada estado la facultad de regular el derecho al voto. La mayoría sólo otorgó ese derecho a los propietarios. No fue sino hasta la décimo quinta y décimo novena enmiendas (1870 y 1920 respectivamente) que se garantizó el voto universal. En Francia la revolución terminó con la monarquía pero el sufragio universal se otorgó recién en 1946».
La palabra democracia fue utilizada hasta principios del siglo veinte en un sentido peyorativo o como sinónimo de un sistema caótico en el que las clases desposeídas podrían terminar por expropiar a los propietarios del capital. La clase capitalista pensaba que detrás del sufragio universal se ocultaba el peligro de que la mayoría democrática pudiera abolir sus privilegios. Pero gradualmente la presión de una masa que aunque no tenía derecho al voto sí formaba parte de la economía de mercado se hizo irresistible. También la perspectiva de la clase capitalista fue transformándose: el régimen monárquico parecía ser cada vez menos adecuado para garantizar el cumplimiento de los contratos y los derechos de propiedad. A pesar de todo, capitalismo y democracia siguieron siendo vistos como procesos antagónicos hasta bien entrado el siglo veinte. Nos dice el Doctor Nadal:
«Al finalizar la primera guerra mundial la reconstrucción de las economías capitalistas en Europa no permitió consolidar un orden social adecuado para el capitalismo y en varios países se abrió paso al fascismo. La Gran Depresión debilitó al capital y generó un sistema regulatorio en el que una adecuada distribución del producto se erigió en prioridad del estado. Ese sistema permitió el crecimiento robusto y la distribución de beneficios a través del Estado de Bienestar durante las tres décadas de la posguerra. La clase capitalista aceptó a regañadientes la regulación del proceso económico por el estado. La legitimidad del capitalismo se fortaleció a través de una menor desigualdad y un mejor nivel de vida para la mayor parte de la población. En ese período democracia y capitalismo parecían marchar de la mano armoniosamente».
Pero esa armonía no podía durar mucho dado que esa armonía estaba sustentada en una distribución un poco más equitativa de la riqueza. En la década de 1970 resurge la tensión por la disminución en la rentabilidad del capital, una caída en la tasa de crecimiento, nuevas presiones inflacionarias y otros desajustes macroeconómicos:
«La consecuencia era previsible: la política económica que había mantenido el estado de bienestar fue desmantelada gradualmente, al mismo tiempo que se declaraba la guerra contra sindicatos y las instituciones ligadas a la dinámica del mercado laboral. En ese tiempo comenzó también el proceso de desregulación del sistema financiero. Esto acabó por destruir el régimen de acumulación basado en una democracia que buscaba mayor igualdad y se reinició el ciclo natural de crisis que siempre había marcado la historia del capitalismo. El neoliberalismo es la culminación de todo este proceso».
Las cosas empeoraron al estallar la crisis de 2008. Los mitos sobre equilibrios macroeconómicos ayudaron a imponer políticas que frenan el crecimiento e intensifican la desigualdad. La austeridad fiscal y la llamada política monetaria no convencional son los ejemplos más sobresalientes. El capitalista puede despedir a un obrero, pero no al revés. Por eso capitalismo y democracia no son hermanitos gemelos. Más bien son enemigos mortales.
Amigo lector le voy a proponer una explicación posible, limitada por mis escasos conocimientos de economía, pero apoyado en el análisis que nos propone el Doctor Nadal: el atrevimiento de revisar la historia para encontrar lo que una ciencia como la economía, claramente limitada y encerrada en sus prejuicios, nada puede resolver en su condición de ciencia inescrutable. Las respuestas que no se encuentran están en la Historia.
Amigo lector, después de un descanso para recuperar fuerzas y claridad, ensillemos para lo que nos falta. Ahora nos preparamos para continuar la lectura con una comprensión aceptable de los temas que nos ha propuesto el Doctor Alejandro Nadal. Le recuerdo que mi intención no pretendía (ni pretende) que Ud. pudiera comprender en profundidad los debates que la Economía Teórica, objetivo que está muy lejos de mis propias posibilidades para conseguirlo. Lo que le propuse es acercarnos lo suficiente para desenmascarar a esos excelsos profesores que parecen debatir temas similares, por sus contenidos, a los que debatían en las últimas décadas del siglo XV: los monjes de Bizancio. Estos se preguntaban “¿cuántos miles de ángeles podían caber en la punta de un alfiler?”. Hoy, tantos siglos después, debemos reconocer que hemos superado tal ingenuidad, nos parece increíble que eso pudiera ser un tema de debate. Sin embargo, los temas que las Academias de Economía intentan descifrar, aureolados con fórmulas matemáticas, son cuestiones que no se alejan mucho de aquellas preguntas irrespondibles.
Aclarado esto volvamos a las investigaciones del Doctor Nadal que se ha preguntado, nada menos, como dicen allá en el Norte: es la pregunta del millón de dólares (tal vez sea necesario actualizar la cifra) la democracia y el capitalismo podían convivir, más o menos amistosamente, en los comienzos del siglo XXI. Para ello nos propone un ejemplo de cómo se planteaba este problema a comienzos del XX. Leamos lo que nuestro investigador nos ofrece con este hecho histórico:
«En 1929 el consejo del Secretario del Tesoro Andrew Mellon le dio, al entonces presidente Herbert Hoover (1874-1964), una respuesta drástica: Hay que liquidar el trabajo, las acciones, a los agricultores, los bienes raíces, y sólo así podremos purgar la podredumbre de este sistema. La gente trabajará con más empeño y podrá recoger los escombros y reemplazar a los menos competentes». La Gran Depresión estaba comenzando y la recomendación de Mellon sintetizó de manera brutal la contradicción entre capitalismo y democracia. Esto prueba que algunos poderosos agentes económicos pueden invocar las fuerzas del mercado capitalista para destruir la forma de vida de millones de personas, sin importar sus opiniones políticas, con tal de purgar al sistema de, lo que ellos denominan, la podredumbre».
Digresión: estamos en una Argentina en la cual se han encaramado a puestos de decisión personas que parecen padecer la locura delirante de proponer salvar al dólar aunque esto cueste la vida de millones de personas. ¿Qué diferencia se puede encontrar con las propuestas (luego ejecutadas) de los nazis en la década de 1940? Si esto está a la vista de quienes quieran ver con claridad ¿cuál es la razón de que esto no sea evidente para toda la clase política y para la gran mayoría de nuestros compatriotas?
Sigamos con el Doctor Nadal:
«Sesenta años después, con el colapso de la Unión Soviética, se reavivó la creencia de que la democracia y el capitalismo formaban un binomio que podía funcionar con cierta armonía. La globalización era la prueba de que el capitalismo desbocado era la mejor forma de organizar la vida económica y política en el mundo. El neoliberalismo se presentó como la vía para una nueva era de riqueza, bienestar y, desde luego, democracia. Se decía que la única sombra que amenazaba este panorama se situaba afuera de las economías capitalistas y se ubicaba en el extremismo que albergaba el terrorismo islámico».
En el nivel de la actividad económica, el fantasma de una crisis de magnitud parecía desvanecerse y en su lugar reinaba el optimismo. Los acuerdos comerciales que cristalizaban el ideal de la globalización se multiplicaban y la Organización Mundial de Comercio se presentaba como un firme guardián de unas reglas que supuestamente habrían de regir la naciente economía globalizada. Comenta el Doctor Nadal:
«Hoy las cosas han cambiado. La desigualdad se intensificó en todo el mundo. El pacto social que existió en los años dorados del capitalismo se fue rompiendo a golpes a partir de 1982, un poco a la manera que recomendaba Mellon, para purgar el sistema. En su lugar se fue imponiendo el régimen férreo del capitalismo desenfrenado. Y los resultados no tardaron en mostrar su verdadera cara. El crecimiento se hizo cada vez más lento. Los salarios se estancaron desde hace más de cuatro décadas y para la mayoría de la población en las economías capitalistas la única forma de mantener el nivel de vida tuvo que hacerse mediante el endeudamiento creciente. La especulación se adueñó del espacio económico y los gobiernos se convirtieron en amanuenses del capital financiero».
Ya comienza, como una idea compartida, afirmar que cada vez más personas, en estas sociedades comienzan a sentirse decepcionadas. Su frustración alimenta un rencor que crece en la confusión política. Por eso se buscan culpables entre los migrantes o los extranjeros, los gobiernos, las élites o las grandes corporaciones. Esa es la razón por la cual las elecciones han desembocado en triunfos de gobiernos que transmiten esa engañosa narrativa: Racismo, xenofobia, clasismo y fascismo son los puntos de referencia de estos movimientos. El mensaje es claro: la principal amenaza a la democracia es interna y se encuentra anidada en la desigualdad intrínseca que es la piedra angular del capitalismo.
Una nueva era
El auge de la globalización neoliberal terminó por minar las frágiles bases de la democracia en las economías occidentales. Si el capitalismo está cimentado en la desigualdad, la única manera de preservar algo que se parezca a la democracia es mediante una regulación capaz de frenar los abusos de las fuerzas económicas concentradas en la sociedad mercantilizada. El neoliberalismo es la reacción del capital financiero contra esa regulación y la globalización actual es la culminación de un peligroso proceso histórico en el que las instituciones democráticas y el bienestar de la población pasaron a segundo plano. El Doctor Nadal concluye:
«La globalización neoliberal se organizó alrededor de una idea central: el libre juego de las fuerzas económicas debe ser el principio rector de la sociedad. Por eso en esta globalización neoliberal no hay lugar para una verdadera autoridad monetaria internacional, tampoco existe una agencia capaz de frenar el crecimiento de los oligopolios o la concentración del poder de mercado, y no impera una organización que proteja los derechos laborales. El régimen de la globalización neoliberal no rinde cuentas a nadie. Ni siquiera a sus principales beneficiarios: el capital financiero y los grandes grupos corporativos. Para retomar la senda de la democracia es necesario revertir el proceso histórico que condujo a la globalización neoliberal».
No parece nada alentador el futuro de la relación capitalismo-democracia. Las palabras que hemos leído no son el resultado de un pensamiento escéptico. Por el contrario, son una especie de grito de advertencia, angustiado, ante la poca conciencia que muestra la mayor parte de la población. Su vocación docente la encontraba Nadal en el aula, un espacio estrecho, que necesitaba trascender para llegar a los ciudadanos de a pie que son los más perjudicados por el capitalismo, por ello volcaba su sabiduría a través de sus columnas periodísticas como: La Jornada de México y otras páginas digitales. El periodismo libre de ataduras: el camino que utilizó para llegar al gran público que le preocupaba. Era evidente que éste, como hoy, se encuentra alejado de esta problemática. No olvidemos que, desde hace más de un siglo, el gran público ha sido bombardeado sistemáticamente por una prensa internacional en manos de los grandes capitales. La prensa concentrada y sus periodistas prostituidos, se encargaron, al parecer con mucho entusiasmo, de La manipulación de la opinión pública [[3]].
El entrelazamiento de una teoría económica convencida, sin mucha argumentación, de que el capitalismo es la forma más acabada en la historia de las organizaciones sociales, y como tal, no puede reconocer la posibilidad de otros horizontes que puedan ofrecer mayores transformaciones: “la perfección no tolera cambios”.
Muchos analistas, investigadores, académicos, periodistas especializados, son los portadores con poca inocencia, de trasmitir, con bastante ceguera o falta de visión histórica, o una muy buena remuneración, toda esta ideología dominante. El Doctor Nadal nos abandonó hace muy poco tiempo. Por esta razón se torna más necesario releerlo, y en la medida de nuestras posibilidades, hacer conocer su pensamiento y su tarea pedagógica. Creo que un modo de no olvidarlo es continuar con su lectura como un buen ejercicio de análisis, memoria y actualización, de un mundo que no ha mejorado. Ello nos impone la necesidad de insistir en nuestros esfuerzos de denuncia para desmantelar las insidiosas campañas mediáticas.
[1] Sugiero la lectura del cuadernillo Ideología, filosofía, política y utopía – el pensamiento liberador – en la página www.ricardovicentelopez.com.ar.
[2] Profesor de economía estadounidense. Trabaja en la Universidad de California en Berkeley y fue hasta diciembre de 2018 economista jefe en el FMI. Es conocido por sus investigaciones en la economía internacional.
[3] Para un análisis más detallado sugiero la lectura de mi folleto El control de la opinión pública – publicado en www.ricardovicentelopez.com.ar – Sección Biblioteca.