Ricardo Vicente López
Hablar de decadencia respecto de la cultura Occidental Moderna ha sido un tema recurrente en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado de parte de pensadores e investigadores de lo que se denominaba entonces el Tercer Mundo. En el mundo noratlántico, si bien tenían sus sacudones venían reacomodándose de la Segunda Guerra. La década de los noventa se vio envuelta en un clima triunfalista a partir de la implosión de la Unión soviética (1991). Se les despejaba el horizonte y todo les hacía pensar que les esperaba un futuro de dominación extensiva, sin enemigos a la vista.
Europa, especialmente Francia, comenzó a hablar de una superación de la Modernidad cultural, como una oportunidad de desembarazarse de las rigideces modernas, sobretodo en temas como la centralidad de la Razón instrumental, hija directa de la Razón científica, que no dejaba espacio a otras formas del conocimiento y ni a la reflexión filosófica. Esas disputas de parte de quienes reclamaban otras flexibilidades, dio lugar a la aparición de un concepto que hablaba de un tiempo de decadencia, al que proponían denominarlo la Posmodernidad. Suponía una serie de críticas que se concentraban en temas culturales.
Sin embargo, las crisis que se fueron sucediendo en el ámbito de la actividad financiera, que tuvo, como probable culminación, el estallido de la burbuja de las hipotecas subprime [[2]], hablaban de cosas que estaban sucediendo en el subsuelo del capitalismo financiero. Esa crisis de la cual, todavía más de diez años después, no le han encontrado solución, funcionó como una advertencia de que algo muy grave se estaba ocultando. El Primer Mundo, el faro de luz del mundo occidental había comenzado a mostrar algunas grietas muy profundas, agoreras, que anunciaban males peores. La situación actual, sometida al castigo pandémico, puso en superficie las terribles desigualdades de un sistema saqueador, muy desigual, cuyas entrañas quedaban al descubierto.
Dicho esto, paso al análisis de personalidades intelectuales estadounidenses, que elevan sus voces poniendo en evidencia un Estados Unidos, que si bien no sorprende mucho, hace público sus síntomas de agotamiento. Uno de ellos es Craig Collins, Profesor de Ciencia Política y Derecho Medioambiental en la Universidad de California, miembro fundador del Partido Verde de California. Es el autor de Lagunas tóxicas: fallas y perspectivas futuras para el derecho ambiental, en el cual analiza el sistema disfuncional de protección al medio ambiente de EE.UU. Publicó en www.counterpunch.org (2020-3-13) un artículo que expresa con claridad cuál es el tema que va a desarrollar: Cuatro razones por las cuales nuestra civilización no se irá apagando ¿colapsará? Comienza afirmando:
Según se aproxima la fecha de caducidad de la civilización moderna, aumenta el número de estudiosos que dedican su atención a la decadencia y caída de las civilizaciones del pasado. Las estadísticas color de rosa disimulan hábilmente el fallo fundamental de su argumentación: el progreso de las civilizaciones del pasado se consiguió sacrificando el futuro, y el futuro lo tenemos encima. Todos los datos felices que se citan sobre el nivel de vida, la esperanza de vida y el crecimiento económico son producto de una civilización industrial que ha saqueado y contaminado el planeta para crear un progreso fugaz para una creciente clase media –y enormes beneficios y poder para una pequeña élite.
Estamos frente a afirmaciones muy serias y terminantes, que tiene el aval científico de un importante investigador, pero como a todo transgresor, no se les da la publicidad que merece. Es evidente que los temas que investiga contienen una dura crítica subyacente al capitalismo occidental. En notas anteriores [[3]] ya he abordado este tema de perfiles tan urticantes. Sus conclusiones merecen una atención seria y un compromiso con esos contenidos: plantean las posibilidades de un futuro dificultoso. Continúa el Doctor Collins respecto de las características que pueden tener estos finales civilizatorios:
No todos los que entienden que el progreso se ha adquirido a costa del futuro piensan que el colapso civilizatorio será abrupto y amargo. Algunos estudiosos de las antiguas sociedades, como John Michael Greer [[4]], señalan acertadamente que el colapso repentino es un fenómeno raro en la historia. En su libro El largo descenso, este investigador asegura la desintegración gradual, no una catástrofe repentina, es el modo en que finalizan la mayor parte de las civilizaciones. El tiempo que suelen tardar éstas en apagarse y colapsar, por término medio, es de unos 250 años. Este autor no ve razones por las que la civilización moderna no vaya a seguir esta evolución.
Diferencia nº 1.- A diferencia de todas las anteriores, la civilización industrial moderna se alimenta de una fuente de energía excepcionalmente rica, no renovable e irreemplazable: los combustibles fósiles. Esta base de energía única predispone a la civilización industrial a tener una vida corta, meteórica, con un auge sin precedente y un descalabro drástico. Tanto las mega-ciudades como la producción globalizada, la agricultura industrial y una población humana que se aproxima a los 8.000 millones de habitantes son una excepción histórica –e insostenible– facilitada por los combustibles fósiles. En la actualidad, los ricos campos petroleros y las minas de carbón fácilmente explotables del pasado están casi agotados. Y, aunque contemos con energías alternativas, no existen sustitutos realistas que puedan producir la abundante energía neta que los combustibles fósiles suministraron todo este tiempo. Nuestra civilización compleja, expansiva y acelerada debe su breve existencia a esta bonanza energética en rápido declive que solo tiene una vida.
Diferencia nº 2.- A diferencia de las civilizaciones del pasado, la economía de la sociedad industrial es capitalista. Producir para obtener beneficios es su principal directriz y fuerza impulsora. En los dos últimos siglos, el excedente energético sin precedentes proporcionado por los combustibles fósiles ha generado un crecimiento excepcional y enormes beneficios. Pero en las próximas décadas este maná de abundante energía, crecimiento constante y beneficios al alza de desvanecerá. No obstante, a menos que sea abolido, el capitalismo no desaparecerá cuando la prosperidad se convierta en descalabro. En vez de eso, el capitalismo sediento de energía y sin poder crecer se volverá catabólico. El catabolismo es un conjunto de procesos metabólicos de degradación mediante el cual un ser vivo se devora a sí mismo. A medida que se agoten las fuentes de producción rentables, el capitalismo se verá obligado a obtener beneficios consumiendo los bienes sociales que en otro tiempo creó. Al canibalizarse a sí mismo, la búsqueda de ganancias agudizará la espectacular caída de la sociedad industrial.
El capitalismo catabólico sacará provecho de la escasez, de la crisis, del desastre y del conflicto. Cuando la desintegración y la destrucción se conviertan en la principal fuente de beneficios, el capitalismo catabólico arrasará todo a su paso hasta convertirlo en ruinas, atracándose con un desastre autoinfligido tras otro.
Diferencia nº 3.- A diferencia de las sociedades del pasado, la civilización industrial es humana, planetaria y ecocida [[5]]. Las civilizaciones preindustriales agotaron su suelo fértil, talaron sus bosques y contaminaron sus ríos. La industrial ha causado a los sistemas vivos de la Tierra –la circulación y composición química de la atmósfera y del océano; la estabilidad de los ciclos hidrológicos y bio-geoquímicos; y la biodiversidad del planeta entero– es esencialmente permanente.
Diferencia nº 4.- La capacidad colectiva de la civilización humana para afrontar sus crecientes crisis se ve paralizada por un sistema político fragmentado entre naciones antagonistas gobernadas por élites corruptas a quienes preocupa más la riqueza y el poder que las personas y el planeta. La humanidad se enfrenta a una tormenta perfecta de calamidades globales que convergen. El caos climático, la extinción desenfrenada de especies, la escasez de alimentos y agua dulce, la pobreza, la desigualdad extrema y el aumento de las pandemias globales están erosionando a marchas forzadas las bases de la vida moderna.
Pero este sistema político díscolo y fracturado impide casi por completo la organización de una respuesta cooperativa. Y cuanto más voraz se vuelve el capitalismo industrial, más aumenta el peligro de que gobernantes hostiles aviven las llamas del nacionalismo y se lancen a la guerra por los escasos recursos. Por supuesto que la guerra no es algo nuevo. Pero la guerra moderna es tan devastadora, destructiva y tóxica que poco deja detrás. Ese sería el último clavo del ataúd de la civilización.
¿Resurgiendo de las ruinas?
El modo en que las personas respondan al colapso de la civilización industrial determinará la gravedad de sus consecuencias y la estructura que la reemplace. Los desafíos son monumentales. Nos obligarán a cuestionar nuestra identidad, nuestros valores y nuestras lealtades más que ninguna otra experiencia en la historia. ¿Quiénes somos? ¿Somos, por encima de todo, seres humanos que luchamos por sacar adelante a nuestras familias, fortalecer nuestras comunidades y coexistir con otros habitantes de la Tierra? ¿O nuestras lealtades básicas son hacia nuestra nación, nuestra cultura, nuestra raza, nuestra ideología o nuestra religión? ¿Podemos dar prioridad a la supervivencia de nuestra especie y de nuestro planeta o nos permitiremos quedar irremediablemente divididos según líneas nacionales, culturales, raciales, religiosas o de partido?
El resultado final de esta gran implosión está en el aire.
¿Seremos capaces de superar la negación y la desesperación, vencer nuestra
adicción al petróleo y tirar juntos para acabar con el control del poder
corporativo sobre nuestras vidas? ¿Conseguiremos promover la democracia
genuina, mejorar la energía renovable, retejer nuestras comunidades, reaprender
técnicas olvidadas y sanar las heridas que hemos causado a la Tierra? ¿O el
miedo y los prejuicios nos conducirán a terrenos hostiles, a la lucha por los
menguantes recursos de un planeta degradado? Lo que está en juego no puede ser
más importante.
[1] Disponibles en la página www.ricardovicentelopez.com.ar en la Sección Reflexiones políticas – Nº 62.- La decadencia del mundo occidental es hoy la información mejor guardada y Nº 66.- Aportes de pensadores a la denuncia de la decadencia de la cultura occidental
[2] La crisis financiera Global de 2008 se desató de manera directa debido al colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos en el año 2006, que provocó aproximadamente en octubre de 2007 la llamada crisis de las hipotecas subprime (hipotecas de bajo valor).
[3] Disponibles en la página www.ricardovicentelopez.com.ar en la Sección Reflexiones políticas – Nº 62.- La decadencia del mundo occidental es hoy la información mejor guardada y Nº 66.- Aportes de pensadores a la denuncia de la decadencia de la cultura occidental
[4] Es un autor e investigador estadounidense (1962) que escribe sobre ecología, política, tecnología apropiada, agotamiento del petróleo. Estudió en la Western Washington University y en la Universidad de Washington.
[5] El neologismo ecocidio se refiere a cualquier daño masivo o destrucción ambiental; puede ser irreversible cuando un ecosistema sufre un daño más allá de su capacidad de regenerarse.