Ricardo Vicente López
6.- La cultura del Occidente moderno
A partir del siglo XVI estalla un desarrollo comercial, al que contribuye fundamentalmente el aporte de oro y plata de las colonias americanas, esto potenciará el desarrollo del capitalismo. Representaron un aporte en metales preciosos seis veces mayor a las riquezas que toda Europa tenía en ese momento. El crecimiento de la economía mundial (pensando sólo el mundo occidental), sostenido por un comercio arrollador con las colonias encontró un cuello de botella en el modo de la producción artesanal de entonces. La Revolución industrial inglesa (1750-1800) es la respuesta imperial que resolvió y eliminó las trabas que habían aparecido. La mercantilización de las relaciones imperio-colonias dejará de lado la tradición humanista con la cual había comenzado a configurarse esta etapa: el Renacimiento.
Quedan establecidas las bases para el dominio de la cultura burguesa moderna: el individualismo, el egoísmo, el afán de lucro y la conquista. Occidente tomará un nuevo camino que dará paso a una segunda etapa de la Modernidad. La singularidad que adquiere la cultura occidental tendrá, entonces, el sello que le otorga su origen ario (opuesto al semita-cristiano). Con una nueva reelaboración que irá produciendo la burguesía en el norte de la nueva Europa, potenciará el nuevo recorrido del capitalismo industrial moderno. El cristianismo, en la vertiente dominada por el calvinismo, da lugar a un nuevo modelo antropológico, el mercader:
Es una persona que trata o comercia con diversidades de mercancías, es decir, todo lo producido para ser llevado al mercado… En el comienzo del mundo moderno se coloca entre el productor artesanal y el consumidor final, es una persona entregada con cuerpo y alma a comprar al precio más bajo posible y vender al precio mayor que pueda, alterando, distorsionando, desfigurando, la relación directa del mundo medieval comunitario.
El aumento de la producción y la riqueza y, consecuentemente, de los medios de producción económicos y financieros, despertaron en el hombre común las ansias de mejorar su nivel de vida, tanto tiempo olvidadas. Se comienza a pensar en que era posible mejorar los niveles de vida y que los límites medievales, antes sentidos como inviolables, podían ser superados. La libertad comercial que este sistema requería dejó las manos libres para la implementación de técnicas que permitirían una mejor penetración de lo producido en los mercados, ahora mundiales. El ansia de lucro, que desbordaba las normas éticas de la sociedad tradicional, arrasa con los criterios de la convivencia comunitaria para imponer las relaciones individualistas de los nuevos cánones culturales. Todo ello tuvo como consecuencia un impulso decisivo para la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, potenciando el desarrollo de una sociedad que ya avanzaba hacia la mundialización y a la colonización de la periferia.
7.- La ciencia moderna
La historia de la ciencia adquiere una particular manera de pensar e investigar que se aleja de su pasado. El avasallante empuje de la burguesía planteó nuevos problemas, sobre todo referidos a dominar y transformar la naturaleza para convertirla en mercancías. A partir del siglo XVII, se conjugaron diversos aportes, como el racionalismo cartesiano, la matematización galileana y el experimentalismo de laboratorio. La revolución científica es un concepto usado para explicar el surgimiento de la ciencia durante la Edad moderna temprana. Se asocian, principalmente en los siglos XVI y XVII, a las nuevas ideas y conocimientos en física, la astronomía matematizada, la química, la biología, etc. Ahora muy rigurosa respecto de la correcta utilización del método.
Todo ello potenció y perfeccionó la producción de bienes, que le otorgaron a la ciencia la posibilidad de sus mejores logros y conquistas. Pero no debe ocultarse, en el camino que nos hemos propuesto: la verdad sobre el hombre, que todos ellos redujeron el ámbito del pensamiento al modelo de dominio la naturaleza. Ese objeto sí era pasible de ser sometido por esa metodología. El saber sobre lo humano del hombre fue remitido a las nebulosas metafísicas, con algo de desprecio. La Modernidad ha pagado duramente la preferencia por este camino del saber. El pensador Domingo Renaudière de Paulis ha afirmado que la filosofía, y con ella toda la ciencia que se sustenta en sus definiciones, ha deambulado sin horizonte claro en la búsqueda de un saber sobre el hombre que violó su condición esencial. Le sugiero, amigo lector, prestar una atención especial al lenguaje de este filósofo:
¿Cuál es la violación esencial? ¿Cuál es ese andar errante y alucinado? Toda la filosofía moderna, hasta nuestros días, desde el cartesianismo hasta nosotros deambula vagabunda, a pesar de su interior y su extraña persuasión de rigurosidad, que culmina en la exigencia de Husserl de la “filosofía como ciencia estricta”. ¿Dónde vemos nosotros la esencial violación del filosofar moderno? Sin más, en la prioridad absoluta del método sobre el filosofar mismo. El método, como lo que antecede a la evidencia y la posesión cierta de los principios, será, en la idea moderna de la filosofía, el camino previo hacia la evidencia, que finalmente se funda en la duda, o en el principio de la dubitabilidad absoluta puesto por la voluntad del sujeto investigador [[1]].
La belleza poética debe permitirnos profundizar el sentido que nos señala con su crítica. El subordinar los principios a la prepotencia del método es un elemento más que se agrega a los condicionamientos citados anteriormente. Si el método [[2]] es la fuente de “toda razón y justicia”, su presencia somete la filosofía a la rigidez de sus imposiciones. Pero se presenta aquí la paradoja de que este método está sostenido por la duda cartesiana que el filósofo francés le impuso a todo lo pensado y escrito antes de él. Este intento de Descartes de erradicar la carga de errores que, según él, contenía la filosofía anterior, lo resolvió sometiendo todo a la duda corrosiva que se va a esparcir y contamina todo lo que toque. Es esta misma duda la que convierte necesariamente todo conocimiento en frágil y volátil. Esto es valedero para las conclusiones, tanto filosóficas, teológicas como científicas, que entonces son siempre provisionales. Esto es especialmente cierto en el ámbito del saber sobre el hombre, terreno en el que lo humano, en su carácter de persona única e irrepetible, no puede ser reducido por un método rígido y despótico.
Lo humano, en tanto persona, exhibe la particularidad de no ser reductible a una universalización abstracta que niegue la peculiaridad que encierra y el misterio que lo envuelve: la unicidad y la irrepetibilidad. Y esto es válido tanto para las personas individuales como para los colectivos, los pueblos y sus culturas. De allí las limitaciones de la ciencia moderna para dar una respuesta adecuada, profunda y exhaustiva sobre lo humano. Creo que ahora se pueden comprender mejor las palabras de Renaudière de Paulis, respecto de un saber errante que no encuentra destino.
Todo el conocimiento que la ciencia moderna ha aportado, en el terreno de las disciplinas sociales ─siglo XIX en adelante─, como forma que pasa a adoptar para este ámbito específico, son muy útiles, en tanto lo tomemos como información. Pero eso requiere, y esto se ha abandonado en gran parte, ser procesada desde una filosofía crítica que no deje de lado la defensa de lo peculiar de lo humano. Es decir, partir de una antropología filosófica como fundamento de las nuevas ciencias sociales. Recuperando la existencia diferenciada de lo humano, sin dejar de ser parte inescindible de la existencia cósmica.
Para ello no debe dejarse
subordinar a las rigurosas exigencias metodológicas de la ciencia moderna que
no dan cabida a los misterios de la vida. Esto incluye la mutilación conceptual
con la cual reduce lo humano a mero cuerpo biológico-psíquico. Por ello, esa
misma información, en lo que puede tener de aporte investigativo, deberá ser
revisada y cribada de los elementos espurios que contenga por el modo de su selección
y recolección. La ciencia social tiene una tarea importantísima en la búsqueda
de la verdad sobre el hombre, pero
deberá aceptar convertirse en parte de una investigación pensada en otro nivel
de la reflexión. No deberá pretender portar una verdad que se desprende sólo de
su propio saber, sino subordinarse a los fundamentos de una filosofía
explicitada en ella que la contenga.
[1] El Método y la Falsa Fundación de la Filosofía en Actas del II Congreso de Filosofía, Sudamericana, 1973.
[2] El pensamiento de Renato Descartes lo desarrolla en su libro El Discurso del Método (1637), allí plantea los fundamentos de la revolución filosófica que propone.