Ricardo Vicente López
Hay hombres que de su cencia tienen la cabeza llena;
hay sabios de todas menas, mas digo, sin ser muy ducho,
es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas.
Martín Fierro – José Hernández
Si Ud. es un lector habitual de esta columna habrá percibido cuánto insisto con el tema de la filosofía. Es que esta disciplina [[1]], no me gusta mucho definir así este modo del pensar, el Diccionario de la Lengua la define como: «Conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo». Lo que me preocupa es la mala fama que arrastra debido a las conductas de los profesionales de esta especialidad académica. El filósofo francés Paul Nizan (1905-1949) en su novela Los perros guardianes (1932) lanza un desafío a quienes entienden la filosofía como un saber replegado en sí mismo, purificado de todo interés terrenal y desligado de las condiciones económicas y sociales que lo rodean:
“La Filosofía tiene esta misión universal, una misión basada en la suposición de que la mente guía al mundo. En consecuencia, los filósofos piensan que están haciendo una gran acción para el género humano al cual pertenecen (ellos son el pensamiento superior). Ha llegado la hora de ponerlos bajo análisis, de preguntarles qué opinan sobre la guerra, el colonialismo, los adelantos en la industria, la excesiva tecnologización, el alejamiento de la tradición humanista, las variedades de muerte, el desempleo, la política, las fuerzas policiales,… en una palabra, de todas las cosas que realmente ocupan las mentes de los habitantes de este planeta”.
Cuando en esta serie de notas menciono la filosofía no estoy haciendo referencia a la que critica Nizan, en gran parte comparto sus críticas a los filósofos de la “campana de cristal”. La reivindicación de una filosofía forjada a la luz de la confrontación social ya había sido planteada por Carlos Marx, en sus Tesis sobre Feuerbach (1845), en ellas reaccionaba contra la insipidez de toda la filosofía elaborada en el terreno de las ideas puras. El filósofo alemán la concibe como una actividad estrechamente comprometida con las luchas populares y la transformación de la sociedad, en definitiva, con la emancipación humana:
“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
Por ello, para Marx la filosofía debe ser portadora de un potencial liberador frente a un mundo sumido en la injusticia y la marginación de los más. Por ello el desafío de Nizan, de hacer una filosofía comprometida con los marginados sigue tan vigente hoy como entonces. Parafraseando al filósofo alemán Max Horkheimer (1895-1973), deberíamos decir:
Los filósofos no pueden olvidar que a su alrededor se mata todos los días. ¿Cómo hacer de la filosofía una práctica comprometida con las luchas de liberación? ¿Qué sentido tiene filosofar en las actuales sociedades capitalistas si no se lo hace como un compromiso social? Dejar de lado los temas en las cuales la filosofía es percibida como un lujo cultural o, en el mejor de los casos, como un recurso explotable por el mercado de cirugías plásticas del alma. ¿Transformar la sociedad sí pero desde qué criterios y en qué dirección?
Deberíamos recuperar la pregunta que se hacía el filósofo argentino León Rozitchner (1924-2011):
“¿Qué significa «hacer» filosofía entre quienes tenemos el privilegio de mantener la vida cuando tantos otros la pierden a diario?”
Son preguntas que exigen desmontar el prejuicio común que asume el supuesto idealismo de la filosofía, presentándola a menudo como un saber ocioso y expresado en un lenguaje para pocos. Entonces ¿No deberíamos recordar que la filosofía nació como un arte callejero de conversar y enseñar a pensar (Sócrates 470-399 a. C). Su motivación fundacional, según nos cuenta Platón, consiste en lo que se denominó una respuesta ante la admiración [[2]]: la capacidad de asombro ante el mundo. Para aquellos griegos, que miraban con curiosidad y por ello se preguntaban por las cosas del mundo que los rodeaba (lo político, lo natural, lo cósmico). De allí su capacidad de valoración muy positiva de las personas, de las cosas, a las que le descubrían extraordinarias cualidades.
Tal vez, debamos reflexionar sobre esa actitud, muy común hoy, de indiferencia que ha carcomido el alma del ciudadano de a pie. De hecho, desde Sócrates, el quehacer filosófico vino proponiendo a las personas un modo de estar en el mundo que nos propone actuar, criticar y tomar partido, no callar. El empeño de este filósofo que invitaba en las calles de Atenas a entablar y desarrollar una cultura del diálogo, sobre todo con los jóvenes. La cultura ateniense estaba cargada de mitos inviolables, esto impedía avanzar en una crítica renovadora: la rebelión ante las ideas y los poderes establecidos. Esta herencia fue recogida, entre otros, por la lucha de la filósofa polaca Rosa Luxemburgo (1871-1919) en defensa de los trabajadores; el activismo antirracista de Frantz Fanon (1925-1961); la solidaridad militante con los empobrecidos de Centroamérica, del jesuita vasco Ignacio Ellacuría (1930-1989).
En virtud de los que incorporaron esa herencia clásica a sus ideas, su filosofía y su compromiso con los marginados, sus modo de estar en el mundo, demostró que la filosofía era una función inseparable de la política, en el sentido que le atribuyó Aristóteles (385-323 a. C.), como “amor y cuidado del bien común y arte de estar juntos”. El ateniense lo calificó como tarea política. Deja así, de ser concebida como un quehacer de élites. El filósofo portugués Boaventura de Sousa Santos (1940), la define como una práctica de retaguardia:
Una actividad guiada por una perplejidad productiva que interviene en el presente desde el acompañamiento crítico y solidario de las luchas por la transformación emancipadora. Su función no es mostrar el camino ni guiar hacia la verdad, sino acompañar, cuestionar, señalar límites, proponer alternativas, potenciar las herramientas teóricas de las fuerzas por la apertura democrática, etc. Por eso la lucha filosófica se ubica en la retaguardia, porque se da entre los de abajo, reivindica las aspiraciones de los grupos históricamente oprimidos por la dominación capitalista, patriarcal y racista, entre otras; y alberga la esperanza de un mundo no inmundo.
Como práctica de retaguardia, la filosofía propone enseñanzas útiles para ponerla al servicio de la liberación de los pueblos. Entre ellas cabe mencionar, y son dignas de detenerse a reflexionar lo que nos propone el filósofo portugués:
Primera.- la preocupación y el cuidado por lo invisible, inspirada en una lección de El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. La filosofía, en este sentido, abre un campo de visibilidad para rescatar experiencias sociales situadas fuera o en los márgenes de lo instituido y normalizado, y que han sido negadas, desacreditas o invisibilizadas por las formas de pensamiento dominantes.
Segunda.- la unidad entre reflexión y acción, que busca tender puentes entre teoría y práctica, entre la razón y la emoción, para producir conocimientos a caballo entre la academia y la calle basados en la posibilidad de hablar con (y no tanto sobre) las fuerzas democratizadoras.
Tercera.- la relevancia del amor y la solidaridad para el cambio social. Al contrario de lo que pretende el saber académico convencional, el amor no existe en oposición al conocimiento y la razón. El amor es más que un sentimiento: es fuerza vital, potencia unificadora y capacidad de entrega, por lo que puede desempeñar un papel fundamental en los procesos de transformación. Responde a un sentir comprometido que vence el aislamiento para ser con los demás. En palabras de Paulo Freire, consiste en “un acto de coraje, nunca de miedo; de compromiso con los hombres. Donde quiera que estos estén oprimidos, el acto de amor está en comprometerse con su causa. La causa de la liberación”. Precisamente es este el sentido que le da Camilo Torres cuando habla del “amor eficaz” como praxis revolucionaria.
Cuarta.- la afirmación de la vida cotidiana. Los procesos de emancipación no se decretan con discursos académicos. Desde antaño, los filósofos se maravillaron con las particularidades de este mundo, porque es la vida lo que sustenta el conocimiento y no viceversa. Por eso la filosofía que se ejerce desde la retaguardia toma la vida cotidiana como fuente de inspiración y punto de partida, poniendo el foco en las disputas y contradicciones que la atraviesan para comprenderla de una manera que inspire a actuar.
Amigo lector, me parece que estas cuatro propuestas encierran un modo de la filosofía, que se dedica a investigar, pensar, escribir, sin desentenderse del resto de los humanos. Más aún, cuando aparecen ciertas distinciones técnicas sobre qué es la filosofía política o la política filosófica, o la cantidad de especialidades de los académicos, se debe dejar pasar de largo ante tanto palabrerío.
Estamos asistiendo al
desprestigio de la política que
acarrea el desprestigio de la filosofía.
En la línea de pensamiento que propongo deben ser pensadas como hermanas
inseparables. Pero ese desprestigio ha tenido como consecuencia la incredulidad
del ciudadano, el desinterés de los jóvenes por estos temas. Todo ello pone en
juego el futuro de la democracia misma, en el mejor sentido aristotélico: «La
política es la actividad humana por excelencia, en ella se definen
dialógicamente los derroteros de la historia».
[1] La disciplina es la observancia de las reglas de conducta y funcionamiento interno establecidas jerárquicamente por una organización.
[2] La palabra «admiración» viene del latín ”admiratio” y significa «acción y efecto de causar una sorpresa a la mirada ingenua».