Por Ricardo Vicente López
Voy a comenzar esta nota, con una primera aproximación a un tema que muestra, sin la menor duda, múltiples problemas. Para ello presento una definición posible de qué es la espiritualidad. Sin embargo creo que, a pesar de ello, debemos sensibilizarnos ante un reclamo sordo, pero no menos audible, que podemos captar en las manifestaciones de la conciencia colectiva, muy angustiada en los países del primer mundo y que, la periferia del mundo, está reclamando oro tanto, aunque adquiere modos y formas propias.
Una dificultad, y no la menor, nos desafía llegar a una definición que podamos compartir, para que nuestra reflexión camine por senderos similares. Le propongo, amigo lector, una primera, sabiendo de sus pobrezas y sus limitaciones. En la convicción de que, en la medida en que avancemos por esta serie de notas, la iremos puliendo y perfeccionando:
Espiritualidad es el conocimiento, aceptación y/o cultivo de la esencia inmaterial (sin olvidar que es parte inescindible de uno mismo, de lo personal, en su doble posibilidad de abordaje: lo material y lo espiritual, como unidad inescindible de lo humano).Es una palabra que heredamos del griego y que está compuesta por la voz “spiritus” que significa “respiro”, “alis” que se refiere a lo relativo a y el sufijo “dad”, que indica cualidad. Por lo tanto, etimológicamente, espiritualidad es todo lo relativo a la cualidad de lo espiritual o espíritu. Es decir a una dimensión de lo humano que lo constituye en exclusividad. En un sentido amplio, significa la condición espiritual de lo humano. Es en este sentido, y referido a la persona, se refiere a una disposición principalmente moral, psíquica o cultural, que poseemos que estudia y practica quien tiende a investigar y desarrollar la dimensión espiritual. Esta decisión implica habitualmente la intención de experimentar estados especiales de bienestar, como la salvación o la liberación. Se relaciona asimismo con la práctica de la virtud.
¿Qué es la espiritualidad? En la mirada de diferentes pensadores
Lo primero que debemos aceptar, como una primera dificultad en el camino que comenzamos, que no es nada fácil de superar, es que el vocablo “espiritual” ha atravesado siglos de historia. Éstos le han impuesto un amplio abanico de significados, según la tradición filosófica de quienes lo utilizaban. Ello nos obliga a avanzar, con prudencia y amplitud de criterios, en el progreso hacia una definición compartible, amplia y flexible, que nos facilite nuestra investigación. Se juega en ello la posibilidad de profundizar en su contenido y, a partir de allí, movernos dentro de un terreno que ha recibido un tratamiento intensivo y extensivo de parte de los diversos pensadores que lo abordaron.
Además quiero dejar esto aclarado: no incursionaré en el terreno cultural de oriente, esto complejizaría mucho la investigación. Ello no debe entenderse como que el oriente no ha aportado nada, o que desprecie sus aportes. Me mantendré dentro de un espacio circunscripto dentro de las dos grandes tradiciones que confluyeron en la construcción del mundo moderno, la griega y la semita. Sólo restrinjo el tema a revisar los antecedentes de nuestra cultura occidental moderna. Esta herencia fue reelaborada durante los largos diez siglos del medioevo. Para ello intentaré, entonces, revisar, analizar, comparar, criticar, el pensamiento de algunas de las más importantes y significativas contribuciones.
Entonces, comencemos por la pregunta qué es y qué no es la espiritualidad dentro del devenir de las tradiciones mencionadas. El método elegido propondrá una lectura selectiva, en un lenguaje lo más sencillo posible. Para no convertir esta tarea en una carga farragosa, sintetizaré algunas primeras reflexiones para ir aproximándonos a un tema que pueda ser comprendido y compartido. Me empuja en ello la convicción de que la cultura moderna ya ha brindado todo lo mejor que contenía. Hoy se encuentra en una pendiente de descomposición que afecta los mejores valores y las esperanzas que contribuyeron a darle el esplendor de otras épocas. Esta decadencia se muestra en la chatura en que ha caído, que se va deslizando hacia lo que el autor de Los Simpson, MattGroening, calificó como la homerización de la cultura global [[1]].
Esto puede rastrearse en diversos aspectos de esa cultura. Ésta va dejándose arrastrar por el modelo simplote, chabacano, burdo, que caracteriza la mediocridad de una parte importante delos hombres y mujeres del medio-oeste estadounidense (uso estas palabras con toda responsabilidad, aunque pueda merecer su rechazo, amigo lector). Además, como para corroborar lo que digo, su propio autor confiesa que ideó el personaje Homero Simpson sobre la base de un estereotipo de la sociedad del Norte:
La síntesis que se puede hacer del personaje, Homero Simpson, es que está diseñado como un hombre común, ya que “encarna un estereotipo de la clase obrera estadounidense”.
La palabra estereotipo está utilizada según la definición del diccionario: “Imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad”. Ello me permite justificar mi calificación.
Wikipedia lo describe con estas palabras:
Sus rasgos más comunes de personalidad son la estupidez, la pereza, el egoísmo y una ira explosiva. Su bajo nivel de inteligencia es descrito por su autor como «creativamente brillante en su estupidez». Su complexión física coincide con la de un hombre descuidado, derivada de su cultura gastronómica, siendo alguien que «se dedica a su estómago», pues tiene sobrepeso y roza el alcoholismo.
Lo descrito es una propuesta de construir una contraposición, una especie de juego de contrafiguras que muestren las diferencias con rasgos más definidos. Las consecuencias de esa cultura denunciada, que se va imponiendo más allá de sus fronteras, sin detectar el carácter de crítica sutilque tuvo en su origen en los EEUU, aunque una gran mayoría no lo detectó.
La espiritualidad la debemos entender, entonces, como el asentimiento total por la vida, la aprobación completa como una actitud positiva. Dado que la espiritualidad debe ser concebida como una forma del amor. Lo espiritual sería así el tratamiento del tema, integrando visiones, ideas, pensamientos, sensibilidades, ternuras, pasiones.
El vocablo ha admitido, además, muchos usos. Puede sugerir religiosidad, sentimientos sublimes, elevación, tranquilidad, meditación, paz. Pero el sentido de espiritualidad, al que intento aludir en esta búsqueda, tiene un carácter distinto. Es la espiritualidad que se relaciona con el sentido pleno, con la visión elevada y profunda de lo humano. Siendo así debemos dejar de lado la idea de una pureza idealizada, mal comprendida, que puede estar haciendo referencia a la santidad de unos pocos. Por ello, como una figura contrapuesta, no puede significar, necesariamente, negación o alejamiento de la animalidad que también somos, sino comprensión del carácter trascendente, elevado, que esa animalidad adquiere en lo humano.
Si bien es difícil pensar la espiritualidad, lo es porque es difícil la afirmación consciente de la vida plena, en tanto tal; como una vocación asumida con intensidad. Implica aceptarla de manera general, no descartar sus aspectos negativos, entender el fenómeno global y captar su necesidad y su valor. Espiritualidad no es un recorte de la realidad, un desprendimiento de lo material, es la realidad humana plena y asumida, totalmente integrada, aceptada incluso al punto de constituir un desafío al que no resulta fácil responder. Es más bien aceptar el valor de esta complejidad indomable en la que vivimos, sin intentar evitarlo. Espiritual es ser capaz de vivir un más acá tan inmenso y tan intenso, cargado de un sentido que se aleja de la necesidad de aspirar a un más allá sin cuerpo.
Es precisamente ese cuerpo, el que tenemos, el que es espiritual. Su comportamiento perfecto y problemático, sus inesperados rumbos, su sobrenatural forma de no ser sólo naturaleza. Es esa naturaleza la que, asumida, querida, plenamente abarcada, es espiritual. Es pensar lo cósmico, integrado a esa naturaleza y, dentro de ella lo humano. Si me lo permite, amigo lector, debe ser una hermandad de amor. Es la capacidad inclusiva, a la que debemos aspirar, que avanza desde el big bang. Ese recorrido de miles de millones de años, en sus diversas manifestaciones, y por la necesidad de dar cuenta racional de todo ello, aparece, como expresión superior, pero no desligada, lo humano.
Es una experiencia que se presenta, en gran parte, como inexplicable e inaccesible. Es, entonces, la aceptación de lo que escapa a nuestra comprensión, que admite humildemente que hay un límite para la explicación de todos los fenómenos y de que, a pesar de ello, vivir la vida es maravilloso y no pierde sentido. Por el contrario, lo amplía y proyecta.
No me parece correcto caracterizar la espiritualidad en función del rechazo o crítica que suele describir; no es sencillamente espiritual el estar en contra del consumismo, la frivolidad, la violencia, de la vida moderna. Esa posición crítica, descontenta, no es despreciable, pero si no desborda la crítica inmediata a lo que juzgamos como rechazable, encarna una visión muy pobre, poco elevada de la existencia. Expresa una incapacidad de vivir plenamente, más que la aspiración a una vida superior. Es, más bien, propia de una mirada pequeña, descontenta, encerrada, enfurruñada, asustada.
La espiritualidad es
potencia tal que todo lo asume y lo encarna. Si hay vida superior está acá, junto a nosotros, en nosotros, es la
vida cotidiana y corriente, asumida como vida completa, apreciada, integrada,
compartida. Es la convicción de la pertenencia a un todo mayor, heredero de
las sabidurías de nuestros antecesores, de todos ellos sin excepciones. Ello
nos impone el compromiso de seguir reelaborando esa herencia para pervivir más
allá de nuestra inmediatez.
[1] Se puede consultar, para un tratamiento más extenso mi trabajo La cultura Homero Simpson, el modelo que propone la globalización en la página www.ricardovicentelopez.com.ar.