Por Ricardo Vicente López
Rubén Dri – Profesor e Investigador en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA)
Una pregunta que puede parecer absurda, pero que, sin embargo, es necesaria para una comprensión más profunda de nuestro entorno es: ¿Cómo aparecen las palabras, cómo se forman y por qué? Responder a esto nos ayuda a introducirnos en el quehacer histórico de los pueblos y a cómo resolvieron la necesidad de hablar de cosas o fenómenos nuevos. El título presenta dos palabras escritas con guión para obligarnos a pensar las relaciones que puede haber entre ellas. Veamos un poco algo de esto. Vayamos a wikipedia para comenzar:
Un neo-logismo es una palabra o expresión empleada para nombrar un nuevo concepto. Una palabra nace generalmente cuando surge una nueva realidad que exige ser nombrada: inventos, descubrimientos, situaciones, etc. Un vocablo nuevo es un neo-logismo con respecto a la época en que surge; luego, por supuesto deja de serlo. En español, palabras como anestesia, bolígrafo, telescopio, etc., fueron neologismos en la época que aparecieron; hoy ya no lo son.
Esto nos está dando una primera pista: hay una relación entre la aparición o construcción de un vocablo y lo que está sucediendo en ese lugar y época. Las palabras vienen a ocupar o a responder a un vacío de lenguaje. Su creación es la respuesta a una necesidad colectiva. Cuando la palabra tiene orígenes muy lejanos se pierde, en gran parte, esa relación. En otro sentido puede haber palabras de las que suponemos que se vienen utilizando desde siglos atrás, puesto que se piensa de ellas que están relacionadas con actitudes innatas de las personas. Esto sucede con las dos palabras mencionadas.
El vocablo altruismo se refiere a la conducta humana y es definido como la preocupación o atención desinteresada por el otro o los otros. Suelen existir diferentes puntos de vista sobre el significado y alcance del altruismo o cuidar de los demás desinteresadamente, sin beneficio alguno. La palabra deriva del francés autrui, que significa “otra persona” o “los demás”. Recién fue acuñada en el siglo XVIII por el pensador francés Augusto Comte (1798-1857) quien en su obra Catecismo positivista (1852) la definió como: “El conjunto de las acciones benevolentes de un individuo”. La página www.significados.com lo define así:
Las personas que actúan con altruismo lo hacen de manera desinteresada, sin perseguir el beneficio personal, sino con el objetivo de procurar el bien de las otras personas. Una persona altruista, en este sentido, es aquella que piensa en los otros antes que en sí misma. Es alguien que ayuda o apoya a quien necesita ayuda sin esperar nada a cambio.
Por el contrario, el vocablo egoísmo pareciera, con mayor razón, tener un origen mucho más antiguo. Sin embargo, la palabra que deriva del latín ego (el yo individual) y el sufijo ismo (tendencia o practica de), recién se encuentran registros de su uso en la primera mitad del siglo XVIII. En castellano sólo a partir de 1786 aparecen registros de su manejo. La página citada dice:
Se denomina egoísmo a la actitud de quien manifiesta un excesivo amor por sí mismo, y que solamente se ocupa de aquello que es para su propio interés y beneficio, sin atender ni reparar en las necesidades del resto. El egoísmo también puede reconocerse en todas aquellas acciones realizadas por interés personal, para provecho propio, y sin mirar en las necesidades, opiniones, gustos o intereses de los demás. Los actos así realizados pueden calificarse de egoístas.
Las aclaraciones que hemos podido leer resuelven sólo una parte del problema, pero abre otro mucho mayor. Ya habíamos entendido que las palabras creadas son respuestas a necesidades nuevas, ¿quiere decir, entonces, de acuerdo a lo ya entendido, que hasta el siglo XVIII no hubo personas egoístas o altruistas? Creo que es evidente, por la lectura de la historia o de la novelística, que ese tipo de sentimientos, actitudes o conductas son antiquísimas. Pero no nacieron junto con el homo sapiens. Más abajo vuelvo sobre esto.
Lo que se puede arriesgar, como una hipótesis a investigar, es que algo debe haber disparado la alarma al tomar conciencia de que el egoísmo se había convertido en una especie de virus altamente contagioso. Para lo cual algunos pensadores, como Comte entre otros, propusieron una especie de vacuna para combatirlo, a eso se lo denominó el altruismo. Es decir, los que se contagiaron deberían ser apartados para que no sigan contagiando. Pero, no fue así. Por el contrario, recibió la justificación ideológica de las burguesías triunfantes que convirtieron un vicio en virtud.
El Doctor Dany-Robert Dufour, especializado en Ciencias de la Educación, en Letras y Ciencias Humanas, Profesor de Educación en la Universidad de París-VIII, Director del programa del Collège International de Philosophie; es un gran investigador del liberalismo y sus consecuencias. Leamos sus palabras:
Adam Smith, un profesor del siglo XVIII que expuso su tesis del egoísmo natural. Sus ideas se expandieron un siglo y medio después con la globalización del mercado en el mundo. Hubo otro mensaje paralelo, en Siglo de las Luces, el idealismo alemán. Al contrario de Smith, Emanuel Kant proponía la regulación moral, dentro de un control social. Esta regulación podía manifestarse en la vida práctica de diversos modos para regular los intereses privados. Estos dos modos de pensar coexistieron de manera conflictiva a través de dos siglos. Pero en un momento el idealismo alemán se hundió y le dejó el campo abierto al liberalismo inglés, que después adquirió la forma ultra-liberal. Esto puede ubicarse históricamente a partir de los años ’80; momento en el cual Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña llegan al poder e instalan la libertad económica sin regulación. Esa ausencia de regulación destruyó inmediatamente las convenciones sociales, es decir, los pactos entre individuos. Comenzó una especie de “todos contra todos”.
El Doctor Dufour nos conduce por un sendero que se dirige a lo más profundo del alma colectiva (el espíritu) y encuentra en Adam Smith, cristiano calvinista, Profesor de Teología Moral de la Universidad de Edimburgo, una de sus frases más espantosas: “Para esclavizar a un hombre hay que dirigirse a su egoísmo y no a su humanidad”. Esto nos ayuda a comprender que el siglo XX, (si se me permite la analogía con las carreras profesionales) fue una especie de seminario intensivo para educar a las masas en el egoísmo más agudo. Podemos rescatar ahora una segunda enseñanza: el egoísmo no es una tendencia natural, es una condición social que se adquiere con la influencia de la cultura imperante. Por lo tanto, una tarea educativa basada en los valores de la convivencia puede restituir el altruismo perdido.
Una trilogía fue el lema del proceso educativo de la burguesía moderna: “producir, consumir, enriquecerse”. El Profesor Dufour denominó esa trilogía con un concepto griego: la pleonexía. Él nos explica ese hallazgo:
El vocablo pleonexía lo encontré en la República de Platón y quiere decir “tener siempre más”. La República griega, la Polis, se construyó sobre la prohibición de la pleonexía. Puede decirse entonces que, hasta el siglo XVIII, toda una parte importante de Occidente funcionó en base a esa prohibición. Hasta que se liberó de ella en los años ’80, del siglo XX, década en la cual muchos se licenciaron en esa especialidad. Este proceso educativo se coronó con la aparición, muy festejada, del individuo del neoliberalismo que exigía las siguientes cualidades para recibir su título: ser hedonista, egoísta, consumista, frívolo, obsesionado por los objetos y por la imagen fashion que emana de él.
No estoy seguro de que los argumentos del Doctor Dufour sean lo suficientemente claros para comprenderlos. Yo los propongo como una respuesta a aquella pregunta que escribí más arriba. La repito acá: ¿Quiere decir, entonces, de acuerdo a lo ya entendido, que hasta el siglo XVIII no hubo personas egoístas o altruistas? La pregunta se presentaba como una inevitable conclusión de lo que se había argumentado. Lo que nos propone, con agudeza de análisis y la profundidad de sus investigaciones, es abrir un camino muy poco común, aun entre importantes académicos. Hacer una especie de arqueología del alma colectiva, entendiendo esta palabra como: “la ciencia que se encarga del estudio de las sociedades de la antigüedad a partir de los restos materiales que dejaron”. La analogía que propongo es escarbar, desenterrar, analizar los restos de experiencias que la conciencia colectiva todavía atesora. Es un modo de recuperar muchos elementos que permiten explicar conductas actuales. Al mismo tiempo nos ilumina el camino a seguir: una nueva educación sostenida por los valores comunitarios.
Pero, para que sus palabras sean mejor comprendidas, porque ofrecen nuevas ópticas para las descripciones de lo más profundo de la conciencia colectiva de los hombres de hoy, debemos hacer el esfuerzo de ubicarnos en sus análisis. Después de lo ya dicho, el Profesor avanza sobre el mundo actual, utilizando los conceptos ya establecidos:
La fase última de los procesos “neo” o “ultra” liberales es totalitaria porque pretende gestionar al conjunto de las relaciones sociales. Es “la dictadura de los mercados” de la que nadie puede escapar. Algunos ya los ven terminados, otros a punto de caer en el abismo, o en pleno ocaso, o en vías de extinción. Otros analistas estiman al contrario, que si bien el liberalismo atraviesa por una seria crisis, su modelo está lejos, muy lejos de abdicar. A pesar de las crisis y sus hondas consecuencias, el liberalismo sigue en pie, produciendo su lote insensato de beneficios y desigualdades, sus políticas de ajuste, su irrenunciable impunidad. Sin embargo, aunque siga aún vivo, la crisis ha desnudado como nunca sus mecanismos perversos y, sobre todo, puso en el centro de la escena no ya el sistema económico en el que se articula. La crisis ha desnudado como nunca sus mecanismos perversos y, sobre todo, puso en el centro de la escena el tipo de individuo que el neoliberalismo terminó por crear.
Muchas veces las grandes crisis ayudaron a despejar grandes incógnitas. Creo que lo que sucede hoy es que la fragmentación de las ciencias sociales no ha permitido profundizar lo necesario. Es la filosofía, en su dimensión investigativa la que ha aportado las mejores reflexiones, sobre todo cuando lo que está en juego es lo humano. Agrego una última cita que corona todo su razonamiento:
Nadie es bueno al nacer como lo pensaba Rousseau, ni tampoco malo como lo pensaba Hobbes. Lo que podemos hacer es ayudar a la gente a ser simpática, es decir, a no pensar sólo en sí misma y a pensar que para vivir con el prójimo hay que contar con él. Y cuando hablo de un individuo simpático no empleo el término en su acepción más común. ¡No! Se trata del sentido que tenía la palabra en el siglo XVIII, donde la simpatía era la presencia del otro en mí. Necesito entonces la presencia del otro en mí y el otro necesita mi presencia en él para que podamos constituir un espacio donde cada uno sea un individuo abierto al otro. Yo cuido del otro como el otro cuida de mí. Eso es un individuo simpático.
¿Esto resuelve todo?: Sin duda, no es suficiente. Pero, nos coloca ante una disyuntiva que deberemos asumir. Además, nos quita el argumento de que el egoísmo es la consecuencia de procesos estructurales. No porque eso no sea cierto, sino porque lo es sólo en parte. De esos procesos participamos todos. Y los que estamos en mejores condiciones de entender esto, somos mucho más responsables que otros tantos que no alcanzan a verlo. De allí es que debemos asumir la tarea pedagógica de explicar esto a los otros. A la pedagogía burguesa deberemos enfrentarla con la pedagogía de la fraternidad.
La vieja sentencia advertía: “El que quiera oír, que oiga…” Sin embargo, también es cierto, y no lo podemos ignorar, lo que también nos enseña esa sabiduría: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”. Recuerdo aquí una frase que me dijo un buen Maestro: “Los buenos somos mucho más que los malos… ¡pero ellos tienen mucha prensa!” Esto debe servirnos para recuperar fuerzas y seguir aportando a la construcción de ese mundo mejor, que es posible y que tantos deseamos.