Por Ricardo Vicente López
Vuelvo en esta nota a analizar el tema comenzado en “Democracia y las campañas de manipulación”, en ella hemos podido ver el tratamiento que hace Walter Lippmann (1889-1974) del concepto “público”. Repito la referencia a sus antecedentes para quienes no hayan leído la nota anterior. Fue un importante intelectual del liberalismo; después de una larga investigación publicó sus conclusiones en un libro que tituló La opinión pública (1922). Su caracterización es muy dura y ya dije que, tal vez, no podía evitarse una reacción de sorpresa de parte de Ud., amigo lector, ante sus definiciones.
Debemos tener en cuenta una advertencia necesaria cuando se lee todo texto ubicarlo en el contexto en el que publicado, es decir la época y el lugar. Esto es muy importante para evitar malas interpretaciones. Un ejemplo que he dado en clase, para una mejor comprensión de este tema, es la siguiente afirmación: “hay hombres que son esclavos por naturaleza”.
Es evidente que hoy es inaceptable para toda persona de bien, y que choca con el más simple análisis. El derecho proclamado por la Asamblea francesa de 1789 definió que “todos los hombres nacen libres”. Entonces ¿quién afirmó ese disparate? Nada menos que una de las cabezas más grande de la filosofía: Aristóteles (siglo IV a. C.). Si colocamos esa afirmación que aparece en el libro la Política, en su contexto, se puede entender que fue dicho en una cultura que había naturalizado la esclavitud: había hombres libre y esclavos, y eso no era un tema a discutir.
Dicho esto, me parece necesario analizar el pensamiento de uno de los padres del liberalismo estadounidense. Fue periodista, intelectual destacado, comentarista político, crítico de medios y filósofo político. Por sus méritos obtuvo dos veces el Premio Pulitzer. Intentó reconciliar la tensión entonces existente entre la libertad (principio fundamental del liberalismo) y la democracia (herencia de la Revolución francesa) en el complejo mundo moderno. La importancia de revisar brevemente a este teórico y político, radica en su capacidad para volcar, con mucha seriedad y eficacia, los principios filosóficos en políticas de Estado. Vamos a encontrar en él los inicios del neoliberalismo actual.
Por iniciativa de Lippmann se reunieron en París (1938) un grupo de destacados pensadores del liberalismo. Eran tiempos turbulentos en que Europa se encontraba a las puertas de la Segunda Guerra Mundial y se vivía una situación de grave amenaza y efectiva conculcación de la libertad en buena parte del viejo continente. Posteriormente, terminada la guerra en 1947, fue invitado por el filósofo Friedrich Hayek (1899-1992), junto a otros 36 intelectuales, historiadores y filósofos y una mayoría de economistas, al encuentro convocado por la Sociedad Mont Pelerin, en el Hotel du Parc en la villa de Mont Pelerin (Suiza), para discutir la situación y el posible destino del liberalismo en la nueva etapa del mundo de posguerra. Todo ello habla de la importancia de Lippmann.
Pero nos queda pendiente la respuesta a los porqués se expresaba en términos tan ásperos. Tal vez esto sea una de las virtudes de Lippmann: decir con claridad lo que piensa. Sin embargo, creo que no alcanza esa respuesta. ¿Por qué lo hacía o podía hacerlo? Para esbozar una respuesta es necesario conocer la situación socio-política de los Estados Unidos que pretendía ser una potencia del siglo XX. Un poco de historia.
El pueblo estadounidense experimentó durante el siglo XIX una experiencia de algo así como una guerra permanente de conquista territorial. Eso le permitió unir los dos océanos (Atlántico y Pacífico) incorporando extensos territorios. La guerra contra México le agregó los actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado y parte del hoy llamado Wyoming. Todo ello supuso un estado guerra contra los pueblos indígenas, que vivían allí desde milenios antes. Y contra los habitantes de origen español que habitaban los estados mencionados.
En la segunda mitad de ese siglo vivió también la terrible experiencia de una guerra fratricida, conocida como Guerra de Secesión (1861-1865) que dejó profunda cicatrices en el cuerpo político de ese pueblo, con un total de un millón de muertos. La práctica de la violencia como método excluyente para dirimir conflictos de diverso origen, naturalizó la portación de armas, tema candente hasta el día de hoy. Esto explica, en parte, el por qué se defiende tanto la posesión de armas por parte de sus ciudadanos, como garantía de la seguridad personal.
La construcción de ese país se conformó trabajosamente mediante acuerdos entre estados federados que, aún hoy, muestran una diversidad política e institucional que los asemeja a una federación de naciones. Agrego, para acercarnos a este tema, que nuestra historia argentina del siglo XIX también experimentó el horror de las luchas fratricidas, aunque éstas no tuvieron la gravedad de las experiencias en el país del Norte. Esta breve digresión puede acercarnos al análisis de esa historia, necesaria para el estudio de las características de su población después de aquella experiencia política.
Volvamos a las definiciones de Lippmann. Repito, para retomar, una cita ya utilizada en una nota anterior. En ella trata de justificar sus ideas respecto de cómo es el hombre medio de pueblo que, repito, debe ser pensado dentro del contexto que hemos visto. Una dato que aporta a una mejor comprensión, que habla de cómo pensaban este tema los Padres Fundadores respecto de quiénes deberían ser las personas habilitadas para votar por la Constitución de 1787. La mayor preocupación más importante era la participación de los farmers (podemos traducirlo como los habitantes de las extensas zonas rurales). Permítame decir esto para una mejor caracterización: ciudadanos de una muy baja formación cívica.
La sabiduría de aquellos Padres de la Patria, que no podían coartar la libertad de votar a ningún ciudadano (eran tiempos revolucionarios), pensaron algunas trabas para esos votantes (créame, amigo lector, así lo dicen los comentadores del texto constitucional). Para su participación se definieron algunos mecanismos como: inscribirse en padrón electoral (que definía quiénes tenían la voluntad de votar); fijar fechas para el comicio en días laborables. Esto se verifica aún hoy en el muy bajo porcentaje de votantes. Un promedio nos muestra las siguientes cifras; sobre un total de más 330.000.000 de habitantes se inscriben un promedio entre 30 y 35%. El candidato a Presidente que más votos sacó fue Lyndon B. Johnson en 1964 el 60%. Pero es el 60% del 35% del padrón, es decir el 18% de la población en condiciones de votar.
Dicho esto, volvamos a comienzos del siglo XX y leamos lo que decía Lippmann:
Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas de la política. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.
Es indudable que el lenguaje es muy duro y tajante. Intenta hacer una descripción del ciudadano de a pie de esa época. Debe recordarse la historia que he sintetizado en párrafos anteriores. Sobrevivir en un desorden social en el que el Colt 38 aparecía como un argumento demoledor, exigía una estirpe de hombres duros, por ello, además, de muy limitada formación cívica. (Una aclaración: la expresión de rebaño desconcertado describe los comienzos de la sociedad de masas con una metáfora fácilmente entendible entonces por las imágenes de las grandes praderas con inmensas cantidades de búfalos). Eso eran la mayoría de los habitantes de los EEUU, según la apreciación del autor.
El Hollywood de los cuarenta y cincuenta endulzó un poco esta historia en la figura del justiciero que ponía algún orden, pero no se apartaba de su Colt 38 o su Winchester 73. Es decir, aparecía una sociedad en tránsito hacia una vida política organizada, pero que no estaba cerca de lograrlo. El esfuerzo teórico y político de un pensador y hombre de acción debió recurrir a conceptos, muy toscos hoy para su tarea de organizar un Estado sólido. A más de un siglo de todo esto, le pregunto, amigo lector ¿lo lograron ya? Las atroces matanzas de parte de personas difícil de caracterizar ¿no hablan todavía de ese tipo de personas violentas, inmanejables para las instituciones democráticas? Esto no justifica nada, sólo intenta ampliar nuestra capacidad de análisis.
Lippmann se imponía, en las primeras décadas del siglo XX, la tarea política de lograr esa organización. Para ello, era necesario desarrollar una campaña educativa en todo el país, a partir de la población real existente. Necesitaba también, y fundamentalmente, convencer de esta necesidad al establishment de la época, que no brillaba por su nivel intelectual. Reclutaba sus miembros, como toda sociedad, de esa misma población, que estaba muy lejos de comprender ese proyecto. Esto era, en la mirada geopolítica de Lippmann, una necesidad perentoria para colocar a su país en la mesa de las grandes decisiones geoestratégicas, en un mundo que se estaba reestructurando, con una Guerra Mundial en el horizonte. Por ello, en mi opinión, se expresa así:
Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si esos hombres “calificados” pueden ascender hasta allí, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y dirigir su atención a cualquier otra cosa. Habrá que asegurarse de que permanezcan todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún líder de entre los que pueda tener a su disposición para elegir.
Está escribiendo para el establishment de su época, y lo hace con el convencimiento de que, aun allí, no son muchos los que toman conciencia de todo eso. Es decir, ante las necesidades de construir un poder que lo sentara con poder en la mesa de las decisiones internacionales. Para estar a la altura de las proporciones que requería aquel proyecto internacional, debía presentarse en ese escenario con una voz poderosa para estar en condiciones de que los Estados Unidos pasaran a ser el Jefe central del mundo y, para ello, era imprescindible y urgente emprender la implementación de su proyecto. Lo logró, después de su participación en la Gran Guerra. Ello le permitió ser una voz importante entre los Aliados de la Segunda Guerra Mundial. Al terminar ésta ya se había consolidado como potencia.
Sin embargo, terminada la guerra ese escenario internacional debió asumir la novedad de que otro actor, que no estaba en los planes de los aliados años antes, se había sentado en esa misma mesa: la Unión soviética. Y esto era un problema de primer orden.
Con lo dicho en esta nota, abro el análisis del estado de los públicos del área de lo que se denomina, la cultura moderna occidental. Creo necesario rastrear los orígenes, y las consecuencias de las situaciones que hoy podemos observar en los comportamientos de la opinión pública en cada país. Y abrir una puerta hacia el estudio de los pueblos de América y Europa. Es imprescindible incorporar la historia revisada para entrar en el estudio del estado actual de la opinión pública, sus características, y los resultados de las manipulaciones que se ha hecho de ella. Centrándonos también en el papel insoslayable de los grandes medios concentrados.