El mito del mercado libre VIII

La línea de pensamiento que estoy proponiendo, como un modo de salir de la dicotomía entre el ateísmo científico-militante y los defensores de la iglesia, sin mirada crítica –entendiendo estas dos categorías como un modo de pintar gruesamente con brocha gorda dos campos opuestos−, es abrir nuestra óptica intelectual y aceptar, como premisa posible, que el siglo XXI se desenvuelve en un escenario nuevo que ha cambiado las relaciones internacionales. Como consecuencia de ello un mapa geoestratégico y geopolítico distinto se va planteando. Éste es incomprensible para la mirada del siglo anterior. Dentro de las novedades, que han sido sorprendentes para muchos, no puede dejarse de lado la presencia de un nuevo papa con todas las sorpresas que nos ha deparado y que él sintetizó con una frase profundamente elocuente: «Los cardenales me vinieron a buscar al fin del mundo».
Si no nos detenemos a pensar el significado de lo que estaba anunciando se nos escapa lo que podría entenderse como una advertencia, que yo me atrevo a poner en estas palabras: «Algo debía estar sucediendo para que fuera necesario semejante osadía». ¿Cuál fue la osadía? Romper el juego vaticano de esos cardenales que resolvían todo dentro de las paredes de palacio, con las consecuencias que pereciera se asumieron, y por lo cual recurrieron a una persona con otra formación, otra historia y otro compromiso. Un segundo gesto, por demás significativo, fue asumir el nombre de Francisco. No hubo antes ningún papa con ese nombre. Puede ser esto una mera casualidad o puede ser tomado como un dato político insoslayable. ¿Quién fue Francisco de Asís? Un joven nacido (1182-1226) en el centro de la península que después fue Italia de familia rica que renunció a la herencia para vivir como Jesús de Nazaret. Según una vieja leyenda oyó una voz que le dijo: «Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina», que lo ubicaba en una situación semejante a la que tuvo que enfrentar Bergoglio.
Si colocamos todo esto sobre nuestra mesa de trabajo e intentamos reconstruir un cuadro de situación posible estaremos ante la posibilidad de una nueva y más amplia comprensión de la situación actual.
Tal vez el lector no salga de su sorpresa y esto lo lleve a preguntarse ¿cuál es la relación de toda esta historia con el título de esta serie de notas? Debo responder que estoy convencido que la maraña de temas en la que estamos enredados, y que entorpece para encontrar un camino hacia otras respuestas posibles y necesarias, es la consecuencia de seguir aferrados a esquemas de pensamiento que no admiten encontrar las preguntas correctas, esas que abren un abanico mucho más amplio y más rico.
Por ello recuperar una mirada crítica sobre los aportes de la Modernidad y al mismo tiempo desplegar una revisión de los contenidos recibidos, recuperando los muy importantes avances históricos, sin cegarnos ante las limitaciones que estos últimos siglos pusieron de manifiesto, es una tarea irrenunciable. No ignoro el peso que la herencia recibida ha tenido por sus aportes a la emancipación del hombre, pero deseo subrayar que todo ello empantanó nuestra capacidad de mirar por debajo de este proceso y hacernos cargo de las víctimas que fueron quedando en las banquinas del camino.
Ese balance, que debe recuperar todo lo bueno recibido y no ocultar los males padecidos, es necesario que incluya todos los niveles de la historia del siglo XVIII hasta hoy. Para ese cometido el siglo actual nos ofrece un panorama muy amplio y abarcador, nuevos modos del pensar, nueva información pasible de ser analizada con otros ojos: la miseria y las inequidades de hoy nos obligan a preguntarnos por qué se produjeron y qué y/o quiénes son los causantes y culpables. No es sencillo, no es fácil, pero es imprescindible.
Acá entra la necesidad de incorporar otras ideas, otros esquemas de pensamiento, llegar hasta la ingenuidad posible para mirar todo sin pre-juicios. Pero, lo fundamental, según mi opinión, es colocar al hombre en el centro de nuestras preocupaciones, que superemos los tecnicismos y las abstracciones teóricas, que nuestro centro sea la construcción de «un mundo en el que quepan muchos mundos» (zapatismo), que contenga a «todo el hombre y a todos los hombres» (Pablo VI).

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