Mirando al mundo XLVI– De qué se trata la posverdad – columna Nº 96 –22-2-17

Otro aspecto del tema de la posverdad, que no puede ser ignorado, es el grado de hipocresía que contiene la mayor parte de los comentarios en torno a ella, que ya he analizado en columnas anteriores. O, para ser un poco más piadoso, la ignorancia que demuestran esa cantidad de opinólogos, aparentemente bien rentados, que ha invadido el espacio virtual de la información. En muchos de ellos se perciben las limitaciones cuando hablan o escriben, los otros por responder a intereses de todo tipo. Tanto unos como los otros tienen son responsables por peso enorme que todo ello ejerce sobre la conciencia de los receptores de esos mensajes.

Lo fundamental y necesario en este caso es atreverse a dar una explicación o una respuesta verosímil respecto de las posibles causas que han dado lugar a todo este proceso. Haciendo una debida aclaración: los intentos que propongo son una propuesta de aproximación a un tema que viene de muy atrás de la Historia, que es extremadamente complejo por la gran variedad de causas que desembocan en esta realidad de hoy. Sólo unos ejemplos: desde la incorporación del derecho a la propiedad privada hace unos seis o siete mil años  ─ sobre el cual se privó a las mayorías del acceso a los bienes sociales─ hasta la instauración de un orden capitalista, siglo XVIII, convertido en globalización financiera a mediados del siglo XX, por el cual tenemos ahora un 1% de personas que tiene tanto como el resto el resto de los humanos.

Se me objetará que estos ejemplos parecen muy alejados de nuestro tema. Debo contestar: no, sin esos capítulos previos de la historia difícilmente estaríamos ahora pensado la aparición de la gran cantidad de comentarios en la prensa internacional. Por ello, más arriba, hablé de hipocresías y/o ignorancias. Se desvaloriza la verdad para que todo sea aceptable.

Abordar las complejidades del mundo de hoy, quedándonos en la descripción de lo que aparece en la superficie, sin buscar las causas que subyacen nos convierte en espectadores pasivos y consumidores de la posverdad. Como tales sólo nos queda aplaudir o quejarnos sin mayores posibilidades de lograr, por lo menos, comprender.

 Volvamos a nuestro tema. La palabra posverdad ha sido utilizada, abusada, tergiversada, manoseada, sin pudor, con el resultado claro de no buscar una explicación. Todo ello, por el esfuerzo que se requiere para profundizar en el tema. El problema no es sencillo, como ya dije, y no es de fácil comprensión. Sin embargo ello no debe permitir aceptar la superficialidad de despacharlo con una simple palabrita compuesta, como ya vimos: lo pos de  la Modernidad.

Javier Martín, periodista español, Licenciado en Filología Árabe y Filología Hebrea, vive de forma permanente en Oriente Medio, escribió un artículo, avalado por su formación académica, titulado Mentira, post-verdad, posverdad, en él reflexiona:

Antaño, la mentira era uno de los siete pecados capitales, lo decía la Iglesia Católica. El diccionario de la Academia, sin entrar en juicios morales, despacha una definición de forma rápida y eficaz: «Mentira: Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente». Pero los tiempos cambian de modo que asustan. El diccionario Oxford ha elegido como palabra del año 2016 el neologismo post-truth, y lo define con esta lindeza retórica, una joya digna de ser preservada: «lo relativo a las circunstancias en las cuales los hechos objetivos influyen cada vez menos con relación a la emoción y a la creencia personal».

Comenta con un cierto humorismo sarcástico que:

Estas acciones académicas dan el espaldarazo a un nuevo eufemismo que permite en determinadas circunstancias dejar de llamar mentira a la mentira. Resulta perversamente estimulante comprobar cómo la sociedad es capaz de asimilarlo todo. El sencillo método de otorgar nombres honorables a realidades despreciables, obra el milagro de convertir la mentira en algo aceptable, digerible, explicable, disculpable y hasta más creíble y verosímil que la menesterosa, anticuada, triste y amarga verdad.

Y cierra sus comentarios con una jocosa frase, si es que uno ya no tiene capacidad de indignarse:

Desengáñense, o mejor dicho, engañen y engáñense sin miedo, estamos instalados en la posverdad. ¡Viva la posverdad, abajo la mentira!, lo ha dicho Oxford, nada menos. Mientan cuanto puedan, ya no es pecado. Además, el infierno no existe, lo dijo el Papa.

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