35.- “Ya nadie comprende si hay que ir al colegio… o habrá que cerrarlos para mejorar…”

Por Ricardo Vicente López

Creo, amigo lector, que después de habernos comunicado a través de esta serie de notas, estamos en una condición aceptable para intentar incursionar en un terreno, un poco más difícil pero apasionante. Es el intento de tomar un compromiso con lo más humano de lo humano. Para ello es necesario desacralizar algunos mitos y desenmascarar a aquellos que, consciente o inconscientemente, colocan muros entre diversos saberes dando lugar a las especializaciones.

El filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) fue muy crítico de una ciencia que se quebraba en porciones cada vez más pequeñas. Decía que la especialización consiste en saber «cada vez más sobre menos» y camina hacia «el saber todo sobre nada». Es decir que el abandono del conocimiento holístico, la doctrina que propone estudiar el todo, sin desconocer las especificidades, ha llegado a extremos peligrosos.

Soy consciente en que voy a correr riesgos de incomprensión, si se leen estas páginas desde el apoltronamiento que nos ofrece lo que se puede denominar el saber oficial dominante. Quiero decir, ese saber que es el resultado de una fragmentación del  mundo de lo humano, investigado, analizado y enseñado, desde la organización institucional educativa de las facultades de especialidades. Esto es el resultado de un proceso que lleva, por lo menos, cuatro siglos. Tomando como punto de partida la ruptura en la concepción del mundo como consecuencia de los aportes de dos grandes innovadores que revolucionaron las formas de pensar, como lo fueron Galileo Galilei (1564-1642) e Isaac Newton (1643-1727). La incorporación a la investigación científica del cálculo matemático abrió un cauce muy fructífero a notables descubrimientos. Sus éxitos en la creación de la Física y la Química, desvalorizaron otras formas del saber de lo que se había considerado hasta entonces el terreno de la Filosofía.  El siglo XVIII agregó una nueva posibilidad de lo que se llamó después, las ciencias sociales.

Recordemos que la cultura moderna, la nuestra, es el resultado del triunfo de la burguesía europea, en su afán de conquista y dominio imperial. Para ello le fue mucho más útil el aporte de un saber técnico puesto al servicio de la producción. Debemos recordar la Revolución industrial inglesa (siglo XVIII) y sus consecuencias en todos los ámbitos. La necesidad de multiplicar la producción de bienes para comerciar en un mercado ampliado por las conquistas coloniales, exigía abandonar los métodos artesanales para responder a una demanda en continua expansión. La respuesta fue la incorporación de la técnica y sus nuevos inventos, y la utilización de las fuerzas naturales (el viento, el agua), como una superación de la fuerza humana.

La filosofía padeció, entonces, una especie de descuartizamiento, como resultado de los  diversos desprendimientos que dieron lugar a la multiplicidad de especialidades, convertidas luego en ciencias autónomas. La Doctora Victoria Camps, Filósofa y Catedrática española de la Universidad Autónoma de Barcelona, presenta el tema con estas palabras:

Como consecuencia de la división de un saber primigenio, las ciencias se han ido autonomizando y atomizando. Las ciencias exactas, las ciencias naturales, las ciencias de la salud, las ciencias sociales, todas ellas se han ido constituyendo en distintos ámbitos del conocimiento cada uno de los cuales, a su vez, se ha subdividido en una serie de disciplinas independientes e incomunicadas entre sí. Este es el panorama que ofrecen los centros del conocimiento superior que son las universidades. A pesar de ello el papel de la filosofía y de los filósofos en la sociedad de hoy sigue siendo ayudar a hacer preguntas, plantear correctamente los problemas, dar razones de las decisiones que hay que tomar. En pocas palabras, ayudar y obligar a pensar.

Amigo lector, quiero ser lo suficiente claro, todo lo que pueda, para seguir juntos en esta investigación que le he propuesto. Hablé antes de desenmascarar y desacralizar ciertos ámbitos institucionales, como lo denuncia la Doctora Camps, que han adquirido una aureola de superioridad de conocimientos, para lo cual se han encerrado en lenguajes, muchas veces indescifrables, para el ciudadano de a pie.

El abandono, el dejar en un nivel inferior, formas del pensar que intentan una comprensión abarcadora, integradora, totalizadora (los griegos decían holística) se ha precipitado hoy en un desconcierto generalizado, en una pérdida del sentido de la vida, en un escepticismo, que es necesario superar, para reencontrar el sendero de lo humano y, como dejé dicho antes, de lo más humano de lo humano. En otras palabras, poder pensar lo que no se puede medir ni experimentar de lo humano, aquello inefable que se escapa a la mirada superficial y calculadora.

Para ello lo invito a remontarnos unos cuantos siglos atrás y recuperar los intentos de los viejos Maestros, su sabiduría, su compromiso ético, como una marco general dentro del cual deben encuadrarse la totalidad de los saberes. Esto posibilitará superar muchas contradicciones, que sólo son tales en la superficie de los hechos y en la pobreza y cerrazón de nuestros modos de pensar. Se me ocurre que Ud., amigo lector, puede estar pensando en este momento, en el que puede estar preocupado por el valor del dólar, conservar el trabajo (si lo tiene) y tantas preocupaciones que nos impone este mundo, “¿para qué me puede servir la filosofía?”. Me apresuro a contestarle: “Para esas cosas muy poco”. Pero, si Ud. me permite abrir su pregunta a las razones por las cuales estamos pendientes y preocupados por esas cosas, me atrevo a pedirle: sígame acompañando en estas reflexiones.

Veamos qué es eso que llamamos, desde aquellos griegos sabios, la filosofía. Las demás razones para hacerlo se irán agregando a lo largo de nuestra investigación. Le recuerdo, como ejercicio previo, que la palabra creada por ellos fue compuesta por dos conceptos philos = amor y sofos = sabiduría, conforman la palabra nuestra filosofía. A estala entenderemos como una vocación por el saber, de allí ese amor por un saber que no da lugar a una profesión rentable. Por ello debemos otorgarle, un idea de nobleza (no en el sentido de aristocracia, sino por la distinción de sus virtudes, su desinterés material, respecto de otras formas del conocimiento). Esto podría considerarse una primera condición que no deberíamos olvidar.

Le recuerdo acá las palabras de la Doctora Camps:

A pesar de ello el papel de la filosofía y de los filósofos en la sociedad de hoy sigue siendo ayudar a hacer preguntas, plantear correctamente los problemas, dar razones de las decisiones que hay que tomar. En pocas palabras, ayudar y obligar a pensar.

De inmediato debo agregar, para evitar erróneas interpretaciones, que se trata de un saber primero, originario, que es madre de muchos otros saberes. Sin embargo, la historia de la cultura occidental, sobre todo en los últimos cuatro o cinco siglos, la fue marginando por el desarrollo impetuoso del nuevo concepto de ciencia, en su sentido moderno, un modo del saber que es necesario para la investigación al servicio de la técnica y la producción.

Ahora, creo, que estamos en condiciones de avanzar, dado que tenemos una mayor claridad respecto de la función de la filosofía en el mundo de hoy: nada menos que pensar, saber pensar, como condición para el logro de una vida, individual y colectiva, más feliz y solidaria. Que esté siempre dispuesta a plantear y proponer modos de solución a una parte de la infinidad de temas que nos presenta esta vida, dentro de una globalización asfixiante. Es más importante hoy, cuando la culturas imperante, nos empuja a no pensar, a distendernos, a evadirnos, mientras otros toman decisiones que padecemos todos.

Una primera conclusión. Si nos hemos preguntado por ¿Qué es eso que se llama filosofía? es porque no lo sabíamos pero, además, hemos descubierto que no lo sabíamos. Entonces, haber tomado conciencia de que estábamos ignorando, que no teníamos certezas o que las habíamos perdido, es ya un buen comienzo de un filosofar. De cualquier modo entramos en un estado de necesidad de saber, que nos aguijonea y nos remite, por lo tanto, a comenzar a preguntar, éste es el inicio del filosofar.

Hemos llegado a una primera respuesta. En un mundo invadido por charlatanes, especialistas en tergiversar la verdad (llamado ahora posverdad), que ocupan gran parte de los espacios de la información pública, espacios que han sido privatizados para negocios de unos pocos, estamos necesitando violar sus reglas. Proponernos filosofar. Pero, este filosofar se aleja de las formas de la academia. No se interesa por las grandes especulaciones de cierta metafísica. Pregunta por lo humano, por todo aquello que le incumbe, por lo que mejora la vida personal y comunitaria. En palabras sencillas: una filosofía para la vida. Sobre este tema tengo que volver, necesariamente, para seguir avanzando.